El milagro de Milei
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Publicado en El Mercurio, 11.02.2017Cathy Barriga es la rubia elegida alcaldesa de Maipú. Ex figura televisiva, madre adolescente, casada con el diputado Joaquín Lavín, es una mujer notable que le ha ganado a la vida. En uno de sus primeros actos como alcaldesa decidió prescindir de 470 funcionarios municipales fantasmas que solo aparecían a cobrar sueldo. Por ello ha sido criticada y menospreciada, pero yo no puedo sino celebrar su valentía y responsabilidad.
Parte de los problemas que enfrenta nuestra economía deriva que el sector público está capturado por unos pocos para vivir a costa del resto. Hoy, uno de cada seis chilenos trabaja en el sector público. Ahí ganan más, trabajan menos y se jubilan mejor que en el sector privado. El sector público (salvo honrosas excepciones) presta malos servicios y tiene un ausentismo escandaloso que a nadie parece importarle, salvo a Cathy.
Muchos historiadores económicos (Landes, Acemoglu, Sowell) han explicado el origen y causa de la riqueza de las naciones. Todos ellos coinciden en que las economías donde una élite improductiva, sean sacerdotes, políticos o funcionarios, logra hacerse del poder para capturar la riqueza generada por el sector productivo, terminan en crisis económicas que derivan en crisis políticas.
"En Chile, lo único que prospera y florece es la burocracia, el pituto y la regulación."
Hoy, el problema de nuestra economía es el Estado. Con un tamaño equivalente a Uruguay, tiene un diseño del siglo XIX, pero debe servir a una economía del siglo XXI. Agota y consume los recursos que crean los privados y se llena de funcionarios más preocupados de perseguir a los que dan empleo que de cuidarlos; de expropiar riqueza que de crearla, y de impedir el desarrollo que de celebrarlo. En Chile, lo único que prospera y florece es la burocracia, el pituto y la regulación. El mérito y el emprendimiento son acosados por los llamados a promoverlos. Hoy, ver al Presidente colocar una primera piedra o cortar una cinta resuena a una ceremonia medieval.
El progreso exige trabajo e inversión, no más burocracia y regulaciones. Basta recorrer las riberas del Mapocho para ver un Estado ineficiente que no recoge la basura y tampoco le importa, o atravesar la cordillera por tierra para enfrentarse a una burocracia que desafía al turista más entusiasta, y qué decir de las autoridades sectoriales que se solazan en hacer imposible lo posible.
El primer deber del Estado es proveer seguridad, pero la ineficacia e indolencia es escandalosa. Los fiscales dejan sin solución más del 80% de los robos, mientras se farandulizan persiguiendo boletas. En La Araucanía reina el terror, mientras la policía, los jueces y el Gobierno muestran una desidia que ofende a las víctimas y al país. La reacción frente a catástrofes es de no creerlo. En la película "Sully" se demoran 24 minutos en rescatar un avión entero. En Chile, se queman tres regiones y el Gobierno, impávido, demora cinco días en reaccionar y los burócratas por ignorancia o prejuicio rechazan un avión gratuito que les ofrecen.
Nuestros legisladores -que parecen vivir en otro planeta- aumentan el número de diputados y crean nuevas estructuras burocráticas como los intendentes elegidos o el Ministerio de Ciencia, que se gastará todos los recursos en funcionarios y no en ciencia ni en científicos.
La economía chilena muestra un lento pero seguro deterioro, porque la burocracia, los impuestos y las regulaciones están expoliando a los privados y ahogando la libertad. Esto en la antigüedad terminaba en revoluciones. En la modernidad termina en Brexit, donde los ingleses reivindican su derecho a gobernarse y se lo niegan a la cómoda burocracia de Bruselas, o en Trump, que en su discurso inaugural dijo que no era una ceremonia de traspaso del poder de un partido a otro, sino que del gobierno al pueblo.
Por eso debemos celebrar a Cathy Barriga, que la tiene clara: al sector público se va a servir a la gente, no a servirse de ella ni menos a impedir su progreso. Las críticas contra Cathy me recordaron la reacción de Dolly Parton, otra rubia que gracias a su talento e inteligencia le ganó a la vida, y que cuando le preguntaron si le molestaba que se rieran de ella con chistes de rubias tontas, contestó "no, porque yo sé que no soy tonta ni tampoco rubia".
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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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