El delirio institucional del feminismo de género
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Sebastián Edwards dijo lo que todos saben, aunque muchos se hicieran los sorprendidos o le llevaran la contra, especialmente los burócratas mentales del gremio afectado: los «humanistas». Edwards insinuó que las humanidades estaban plagadas de charlatanes, lo que le hacía mal al país y al mundo. No se refería a ellas per se, y tampoco quiso decir que «no sirvieran» —nadie serio puede haber pensado eso, menos habiendo leído sus novelas, ensayos, columnas o papers—.
«¿Y Salvador Allende? Él promovió una de las iniciativas más tétricas de las que se podría hablar hoy: la eugenesia. Incluso como ministro de Salud»
Yo llevo años escuchando a filósofos que dan cursos introductorios en diferentes facultades diciendo cosas similares: sus mejores alumnos están en Derecho y no en Filosofía. Los primeros terminan de abogados y los segundos, de filósofos profesionales. ¿Consecuencia? Autoselección promedio de baja calidad, que se traduce en gremios de baja calidad, y, por lo tanto, en legitimación de ideas, escritos y teorías de mala calidad. Nula autocrítica, vaguedades, metateorías irracionales y metalenguajes circulares. Hijos pifiados del «posmodernismo». Por más que existan buenas ideas, de ahí salen malos alumnos de malas teorías que generan «académicos» y ciudadanos antisociales. Y a veces llegan al poder. Siempre han existido chalados, decía Fernando Savater, pero lo que no ha ocurrido antes, añadía, es que esos chalados hicieran constituciones. Chalados al servicio de la política y, obviamente, de la izquierda. Quedó demostrado con el escándalo Sokal, repetido hace poco por Lindsay, Boghossian y Pluckrose: escribir papers diciendo puras idioteces y sinsentidos, pero con posiciones izquierdistas, y enviarlos a prestigiosos journals humanistas. Fueron aceptados. Nuestras versiones criollas son la Convención Constitucional, las tesis pedófilas y, ahora, burócratas trabajando de guías en el Museo de Bellas Artes. A los Juegos Olímpicos llegó una breakdancer con PhD en estudios culturales que obtuvo cero puntos.
Una de las famosas prácticas de estos humanistas es evaluar a antiguos próceres en base a códigos morales actuales. Así, se prohíbe leer a Aristóteles porque avaló la esclavitud, y en Princeton se le quita a una facultad el nombre de su exrector y expresidente de EE.UU., Woodrow Wilson, por que tuvo opiniones racistas. ¿Y Salvador Allende? Él promovió una de las iniciativas más tétricas de las que se podría hablar hoy: la eugenesia. Incluso como ministro de Salud mandató a hacer un proyecto de ley para esterilizar a «alienados». El doctor Brücher, uno de sus redactores, decía que todas esas personas, todos esos «hijos de tarados», serían «carne de presidio y manicomios y significarán millones de pesos para el gobierno». Ideas normales en su época, como la esclavitud en tiempos antiguos o el racismo en otros siglos. Nunca enjuiciaría a esas personas así, pero el resto sí. ¿Por qué no lo harán con Allende? No aguantan la verdad, nula integridad. Solo poder.
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