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La historia pesa El Libero

La historia pesa

Hemos terminado siendo un país de exégetas. De aficionados y expertos en interpretar las palabras que emanan de La Moneda. Nadie sabe a ciencia cierta qué significan muchas definiciones de la Mandataria. También nos parecemos al oráculo de Delfos, que hablaba del futuro de forma ambigua e imprecisa para no defraudar a nadie y tener en vilo a todos.

Acaba de terminar el oficialismo un cónclave convocado para descifrar el rumbo que tendrá el gobierno en su segundo tiempo, pero hoy inicia otra cita máxima para tratar de entender los resultados del cónclave para la Mandataria. Es decir, nadie entiende nada o, mejor dicho, todos entienden algo diferente, y por eso tanto jacobinos como moderados en la Nueva Mayoría afirman que ganaron y al mismo tiempo temen haber perdido. ¿Cuándo acabará la incertidumbre y escucharemos metas y plazos para que los ciudadanos podamos medir lo que se promete? ¿Cuándo sabremos cuánto crecerá el país hasta el 2018, o cuántos puestos de trabajo se aspira a crear? ¿Será el “proceso constituyente” un diálogo en cabildos y juntas de vecinos o, como sugiere ahora Bachelet, un curso cívico para que los chilenos entiendan lo que es una constitución porque, según ella, muchos no lo saben?

Es infructuoso esperar un realismo con renuncia, o un realismo de estadista. Para bien o para mal, para el aplauso de sus seguidores o el rechazo de sus detractores, Bachelet ya no puede escapar de su historia.

Mientras siga cayendo la aprobación presidencial y crezca la confusión nacional, seguirá aumentando el interés por las exégesis de políticos, empresarios, sindicatos, estudiantes, columnistas y la gente de la calle. Si el país fuese una empresa privada, iría a la quiebra sin poder comunicar a accionistas y consumidores qué se propone y cuáles son sus metas, cuál su filosofía, y sus objetivos se entreverarían con sueños pintados en un futuro vaporoso y distante. Y si el país fuera un barco o un avión, mejor ni hablar. La aprobación presidencial, apenas por sobre 20%, expresa la frustración del país.

Dicho esto, también quiero decir que somos injustos con Bachelet. Esperamos de ella algo que no puede brindar. Ella cree en el programa radical e improvisado que la llevó a La Moneda, él expresa sus convicciones y su trayectoria de decenios. La moderación que exigen hoy la economía y las encuestas son para ella renunciar a su utopía. Hay que ser justos: la Mandataria tiene derecho a tener su corazón político a la izquierda de la mayoría del país. El intento por ajustar su visión al sentir de los compatriotas le cuesta mucho y huele a renuncia a principios profundos. Eso explica su rechazo a definirse con claridad en esta etapa en que el país no está con ella y la economía encendió luces de alerta. ¿Qué la detiene entonces? Sus legítimas convicciones y trayectoria, que no deben olvidarse.

Al examinar sus biografías y entrevistas, uno constata que por sus convicciones de izquierda ha tenido que sacrificar mucho en su vida. Según biógrafos, la admiración por su padre, que murió prisionero entre compañeros de armas, emana de su consecuencia, la que lo condujo a la muerte. En su biografía no autorizada, escrita por Andrea Insunza y Javier Ortega, se sostiene que, cuando su entonces pololo de la década del setenta, el dirigente socialista en la clandestinidad, Jaime López, le planteó en Berlín Oriental que dubitaba entre volver a Chile o quedarse con ella en esa ciudad, Bachelet le dice que su padre “murió por ser consecuente, y de ti no espero otra cosa”. López cuenta entre los desaparecidos y nunca se aclaró si fue un militante ejemplar o colaboró con la DINA. Tampoco debe olvidarse que, entre 1985 y 1987, la pareja de Bachelet fue Alex Vojkovic, que era portavoz y miembro del Frente Manuel Rodríguez, movimiento que proponía la rebelión militar contra Pinochet y descartaba la recuperación de la democracia a través del voto. El ingeniero falleció el año pasado en un trágico accidente en Santiago.

Más allá de su vida privada, que adquiere dimensión pública por sus importantes roles, Bachelet también se la ha jugado en materia de símbolos políticos. Aún perdura en la retina de muchos cuando, en 2009, de visita en La Habana, abandonó presurosa una actividad cultural oficial chilena para reunirse con Fidel Castro. En un acto inusitado, la Mandataria estuvo varias horas incomunicada con su aparato de seguridad y gobierno, ya que la seguridad cubana la trasladó a una residencia oficial indeterminada. Pese a que Castro difundió después que había hablado con Bachelet sobre la mediterraneidad de Bolivia, país al cual apoya en esa materia, la Mandataria nunca ha expresado críticas a los 56 años del régimen totalitario de los Castro en la isla.

Algo similar ocurre con la extinta República Democrática Alemana, donde vivió y estudió tres años. Nunca se ha manifestado sobre los centenares de muertos en el Muro de Berlín ni los miles de detenidos políticos por intentar escapar a Occidente o criticar al régimen comunista de Ulbricht y Honecker. A diferencia de los socialdemócratas, que critican a los regímenes totalitarios, Bachelet asume la posición comunista, aunque sin llegar a respaldar al régimen de Corea del Norte.

Es iluso esperar rectificaciones políticas profundas de la Presidenta porque ellas se basan en el sufrimiento y las definiciones que adoptó en momentos cruciales. A los 63 años un político no puede arriesgar una conversión. Menos aún en su caso, pues carece de los espacios de otros presidentes: Patricio Aylwin con su filosofía de la prudencia; Eduardo Frei Ruiz-Tagle con su pragmatismo; Ricardo Lagos con su rol de estadista, o Sebastián Piñera, que se propuso modernizar y aggiornar a la centro derecha con las realidades de la post Guerra Fría. Bachelet no dispone de espacio para maniobrar. Ha corrido mucha agua bajo el puente como para esperar de ella un viraje.

Por eso, es infructuoso esperar un realismo con renuncia, o un realismo de estadista. Para bien o para mal, para el aplauso de sus seguidores o el rechazo de sus detractores, Bachelet ya no puede escapar de su historia. De renunciar a su visión utópica de Chile y abrazar al oficialismo moderado, ¿dónde estarían su espacio y sus bases en la política chilena e internacional? Abandonemos la exégesis. Los mensajes ambivalentes de La Moneda continuarán para no defraudar a los moderados. Lo decisivo es lo que Bachelet acaba de declarar sobre sus recientes declaraciones: “Algunos leyeron sólo la palabra realismo, no escucharon el “sin renuncia”.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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