¿Con tu plata sí?
La discusión en torno a la reforma de pensiones se ha tomado la agenda de un modo muy particular: todavía […]
Publicado en El Mostrador, 12.05.2021Hoy que estamos ante una de las decisiones colectivas más trascendentales de nuestra historia, deberíamos tomar en serio a las ciencias sociales y dejar, de una vez por todas, los espejismos retóricos que no tienen ningún sustento más que los meros sueños trasnochados de los populistas.
La próxima elección de los convencionales constituyentes que formarán la Convención Constitucional (CC), ha provocado una efervescencia política que se ha traducido en el resurgimiento de múltiples voces que reclaman por una democracia más representativa o más “directa”, en donde la supuesta “voz del pueblo” pueda ser finalmente escuchada. Estos reclamos de crear una democracia directa van de la mano de una fuerte crítica al estado actual de nuestra política y de nuestra democracia representativa. A esto se han sumado varias voces populistas y asambleístas, que aseguran que la verdadera forma de representar la “voz del pueblo” es cambiando radicalmente nuestra democracia y abrirla a cabildos vinculantes y asambleas locales, con el objetivo de instaurar una presunta democracia “plebeya” y así hacer oír la voz del pueblo, el que presuntamente hasta ahora ha estado marginado de la deliberación y del debate político, producto de una democracia oligárquica.PUBLICIDAD
Así, por ejemplo, en este mismo medio Simón Ramírez ha argumentado: “La democracia en Chile, la democracia de las últimas décadas hasta el día de hoy […] ha sido una democracia oligárquica”. Cuando se lee como deficiente nuestra democracia liberal en clave populista, como lo hace Ramírez, por ejemplo, siguiendo además las ideas de Camila Vergara (2020) y Carlos Ruiz (2020), se llega a creer que nuestra crisis social es “la irrupción del pueblo [que] va a permitir construir al fin para Chile un régimen político que pueda llamarse verdaderamente democracia”. Sin detenernos en todos y cada uno de los problemas prácticos, de representación, de sesgos y de captura de grupos de interés, que hacen impracticables y bastante peligrosas todas aquellas propuestas asambleístas expuestas por estos autores (véase mi análisis crítico en Ciper), en esta columna buscaré brevemente señalar un punto más fundamental aún para que podamos despojarnos de estos espejismos populistas, a saber, que la verdadera voz del pueblo es un simple espejismo retórico que no existe y que no puede ser encapsulado por ningún sistema asambleísta populista.
"Debemos reconocer que el teorema de Arrow no desacredita en ningún grado a la democracia representativa, considerada tanto como el gobierno de la mayoría o como un método aceptable de gobernar nuestros asuntos comunes de manera pacífica. La democracia en ningún grado debería verse cuestionada por los resultados de la elección social. Lo que sí se pone en duda es el espejismo retórico de la 'voz del pueblo', utilizado por los intelectuales populistas como Ruiz y Vergara, los cuales le otorgan un estatus moral y teleológico ilegítimo a los resultados de elección que provienen de las asambleas y de los cabildos locales, como si estos fueran realmente la expresión de la 'voluntad del pueblo'"
Dicho de otra manera, buscaré señalar que dichos sistemas de “democracia popular” son finalmente incapaces de representar a la supuesta voz del pueblo, ya que, como veremos, la verdadera voz del pueblo o la voluntad general de la sociedad no existen. Así, esta voluntad colectiva sería un espejismo incapaz de poder ser discernido por cualquier sistema de elección colectiva, sea este democracia representativa o asambleísmo.
Todas estas olas de cuestionamientos a la democracia liberal plantean que los actuales procesos democráticos que tenemos serían elitistas, pues defienden los intereses de la oligarquía económica, y que, por lo tanto, son finalmente desiguales, ya que oprimen “al pueblo” (Vergara, 2020). Dado esto, se argumenta que debemos transformarlos para que sean más directos o populares y, así, crear un proceso constituyente “popular”. Esta forma asambleísta o “plebeya” de ver la política, que tiene el objetivo de, supuestamente, representar la verdadera “voz del pueblo” y defender los intereses de toda la sociedad, debería ser considerada como una corriente populista y hasta peligrosa para el futuro de nuestra democracia.
De hecho, Mudde y Rovira (2019) en "Populismo: una breve introducción", introducen un enfoque “ideacional” del populismo para definirlo como: “Una ideología delgada, la cual considera que la sociedad está últimamente separada entre dos grupos homogéneos y antagónicos, que son ‘el pueblo puro’ contra la ‘élite corrupta’ y que argumenta que la política debe ser entendida como la expresión de la voluntad general del pueblo". No cabe duda que los trabajos de Carlos Ruiz (2015, 2020) y Camila Vergara (2020), entre otros intelectuales, tanto de derecha como de izquierda, caben dentro de dicha concepción de ver la política y la democracia en clave populista.
De esta forma, uno de los elementos centrales del populismo, como movimiento intelectual y cultural, es la centralidad que tiene el concepto de “voz del pueblo” o de la presunta “voluntad general” de este, que tiene que hacerse oír y expresarse a través de formas de democracia directa como asambleas y cabildos. Para poder definir entonces a un actor político o a un intelectual como “populista”, es necesario entonces que estos construyan una retórica –bastante difusa por lo demás– en torno al discurso de un “pueblo”, cuya presunta “voz” o “voluntad” ha sido marginada del debate público por una supuesta élite u oligarquía que se contrapone a aquella supuesta “voluntad”.
Sería dicha “voz del pueblo”, para la corriente populista, la fuente final de legitimidad política, lo que los lleva conceptualmente a creer que la democracia representativa (o liberal) es oligárquica, elitista y "antipopular”, ya que usa mecanismos constitucionales y de representación para contener las euforias de las mayorías transitorias. Entonces, estos elementos retóricos de “un nuevo pueblo” (Ruiz, 2020) que se organiza para expresar su voz, dando origen a una supuesta “República plebeya en la que el soberano no es la agregación de los individuos, sino el pueblo plebeyo organizado en cabildos locales” (Vergara 2020, p. 28), sin duda dan constancia de que estamos ante una fuerte corriente populista en el país.
Ahora bien, el problema más trascendental de esta corriente es que tal apelación a una “voluntad del pueblo” o de que la democracia asambleísta y los cabildos locales podrían representar a un “pueblo plebeyo organizado”, son en realidad un mero volador de luces o una fullería intelectual, ya que –como lo han evidenciado la teoría económica y la teoría de la elección social (Social Choice Theory)– la verdadera “voz del pueblo” o la “voluntad general” de la sociedad no existen en ninguna parte (Arrow, 1951; Riker, 1982). En otras palabras, estas corrientes populistas no tienen sustento ni teórico ni científico y han sido completamente desacreditadas por la ciencia económica y la teoría política analítica (Plott, 1976). Esta corriente intelectual es entonces un mero castillo de naipes, ya que se construye con pies de barro, pues la supuesta “voz del pueblo” y la “voluntad general” de este no existen ni lógica ni científicamente.
De hecho, uno de los avances más trascendentales en las ciencias sociales del siglo XX es el famoso “Teorema de la imposibilidad” de Kenneth Arrow (1951), por el cual se le otorgó el Premio Nobel de Economía en 1972 y que fundó la moderna teoría de la elección social. La explicación completa de este teorema apareció por primera vez en el célebre libro de Arrow de 1951, Social Choice and Individual Values, luego revisado y corregido en 1963. En cuanto a las explicaciones, dicho teorema es particularmente técnico y matemático, por lo que no aburriremos al lector con su formulación, pero sus resultados se pueden resumir bastante bien: Arrow demostró que un grupo de personas no puede poseer una “voluntad”, de la misma manera en que entendemos que cada persona individual posee una.
Dicho de manera más completa, Arrow (1951) generalizó los resultados de la “paradoja de Condorcet”, al demostrar categóricamente que es imposible idear un método asambleísta o democrático para descubrir las preferencias de dos o más personas y, luego, agregar dichas preferencias en un solo conjunto de preferencias racionales o “voz” del tipo de la que posee cada persona individual. De esta manera, Arrow y Condorcet demostraron que la “voz del pueblo” no existe, ya que los individuos tienen muy claras sus preferencias, pero colectivamente los resultados de dicha “voz” son confusos, cíclicos y volátiles, es decir, son intransitivos.
La teoría de la elección social nos demuestra, entonces, la posibilidad generalizada de que los colectivos se contradigan entre sí de forma permanente y endógena. Es decir, que teniendo en cuenta las preferencias de voto individuales, las intenciones podrían estar claras, pero cuando se recurre a una votación colectiva, se dan inconsistencias y paradojas en los resultados, haciendo que el colectivo tenga una “voz” irracional e inconsistente.
En suma, una implicación clave del teorema de Arrow para combatir los populismos contemporáneos es que reafirma nuestro entendimiento de que cualquier intelectual que promueve el asambleísmo, las movilizaciones sociales y los cabildos —jactándose de que de esta manera podríamos hacer oír “la voz” o “la voluntad del pueblo”— simplemente, o nos está mintiendo o se está engañando a sí mismo. Otra implicancia de la ciencia de la elección social es que incluso hasta los resultados del procedimiento de toma de decisiones más democrático, más justo e inclusivo que podamos diseñar, jamás podrá ser considerado como “la voluntad del pueblo”. Peor aún, los resultados de elección social ni siquiera pueden ser considerados como la voluntad de los votantes (Munger y Munger, 2015). Todo esto, debido a que dos o más personas jamás pueden compartir una sola mente: ningún grupo de personas posee deseos, esperanzas y temores, de la misma manera en que cada individuo experimenta dichas actitudes y deseos.
Debemos reconocer que el teorema de Arrow no desacredita en ningún grado a la democracia representativa, considerada tanto como el gobierno de la mayoría o como un método aceptable de gobernar nuestros asuntos comunes de manera pacífica. La democracia en ningún grado debería verse cuestionada por los resultados de la elección social. Lo que sí se pone en duda es el espejismo retórico de la “voz del pueblo”, utilizado por los intelectuales populistas como Ruiz y Vergara, los cuales le otorgan un estatus moral y teleológico ilegítimo a los resultados de elección que provienen de las asambleas y de los cabildos locales, como si estos fueran realmente la expresión de la “voluntad del pueblo”.
Arrow nos enseña que no se le debe otorgar un estatus que no merezca al resultado elegido de los mecanismos de asamblea: el resultado elegido no es la voluntad del pueblo. Argüir lo contrario es irresponsable y científicamente falso y son solo voladores de luces populistas, con profundos riesgos para nuestra democracia. Es un grave peligro antropomorfizar y darle un estatus moral superior a un grupo de cabildos o asambleas por sobre los individuos de una nación, por lo que debemos ser profundamente escépticos ante los llamados populistas de abrazar con fe ciega el asambleísmo y las movilizaciones sociales, como si fuesen esta “voz del pueblo”.
Para concluir, la mejor manera de interpretar estas propuestas “populares” que enarbolan intelectuales nacionales, sería como una deficiente respuesta “democrática antiliberal” ante las fallas de la democracia contemporánea (Mudde, 2019). Lo que sí esta claro, advierte Mudde (2019), es que “ni copiando a la democracia antiliberal, ni aumentando el liberalismo antidemocrático, salvaremos a la democracia liberal”. Esta es una conclusión que los intelectuales no deberían desestimar a la hora de promover dichas frágiles utopías populares.
Hoy que estamos ante una de las decisiones colectivas más trascendentales de nuestra historia, deberíamos tomar en serio a las ciencias sociales y dejar, de una vez por todas, los espejismos retóricos que no tienen ningún sustento más que los meros sueños trasnochados de los populistas.
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