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El Chapo Guzmán, México y Chile Publicado en El Líbero, 12.01.2016

El Chapo Guzmán, México y Chile

Al enterarme de la caída del “Chapo Guzmán”, pensé en México y Chile. Cuando uno ve a narcotraficantes de las dimensiones del mexicano, o las operaciones de la narco-guerrilla colombiana, que tiene simpatizantes en Chile, o a las bandas que operan en América Central, el chileno tiende a decirse que somos diferentes, que si bien la inseguridad en el país ha aumentado, no admite comparación con la de otras regiones, y que aquí jamás se llegará a esos extremos. No estoy tan seguro.

Poco o nada hablan nuestros políticos del narcotráfico en Chile, que ha crecido en términos de consumo, control territorial y número de bandas. En Chile hay barrios donde la policía no se atreve a entrar, y cuando lo hace para detener a narcotraficantes, se enfrenta a vecinos que salen en defensa de ellos y atacan a las fuerzas del orden. Es engañoso pensar que sólo en La Araucanía y zonas aledañas el Estado chileno ya no ejerce el control pleno. Hay zonas de comunas donde esto también ocurre e incluso franjas fronterizas donde la vida de carabineros corre peligro por los “muleros” del narcotráfico.

Los chilenos tendemos a negar la realidad: se negó el impacto de la ofensiva internacional boliviana por el mar hasta que el propio Papa pronunció al respecto una frase de apoyo a La Paz. Se negó la existencia de la corrupción hasta que ella nos explotó en la cara, y se niega la ocurrencia de actos terroristas en La Araucanía cuando los militantes de una causa que se dice mapuche dejan incluso mensajes amenazantes contra el ministro del interior.

Hasta tres años, mucho de lo que ocurría en México, Colombia o Centroamérica en materia de violencia era inimaginable en Chile. La descripción de asaltos a casas con sus habitantes dentro, el robo a mano armada de autos o el saqueo coordinado de turbas bastaba para poner los pelos de punta a los chilenos. También los ajustes de cuentas entre bandas rivales o la celebración con disparos al aire de los funerales de narcos, eran en Chile inconcebibles. Pero ahora ocurren aquí. Y si el Estado de Derecho continúa mostrándose blando y garantista, esta violencia se agravará. Inquieta el Chile que estamos viviendo y el que estamos legando a nuestros hijos y nietos.

La realidad actual de México y Centroamérica -como dicen los retrovisores laterales de los vehículos estadounidenses- puede estar más cerca de lo que imaginamos. Aclaro: no tenemos el mismo grado de violencia común ni de narcotráfico, pero es fatal ignorar que estos procesos van de menos a más y que los políticos reaccionan cuando ya es demasiado tarde.

Interesante escuchar las declaraciones del Chapo antes de ser detenido. Dice que, dadas las condiciones de vida, él no tuvo más camino que el narcotráfico. Era su forma de salir de la pobreza, afirmó, pero en verdad es un modo de justificar los asesinatos y victimizarse: su fortuna se estima en 1.000 millones de dólares y no parecía estar dispuesto a retirarse tras haber superado la miseria.

¿Está preparado Chile para enfrentar al narcotráfico? Si admitimos -aunque nos cuesta- que estamos complicados con la lucha contra la delincuencia común y los actos terroristas en el sur, la respuesta no puede ser positiva. En rigor, cada día puede ser peor.

Varios profesionales argentinos me cuentan espantados estos días como el narcotráfico avanzó en su país. No sólo en materia de consumo y bandas, sino también en influencia social e intentos por infiltrar las instituciones. Si hasta hace unos años Argentina se sentía tranquila, hoy muchos sienten que la policía fue sobrepasada.

Pero Argentina no es nuestro vecino más complicado. El narcotráfico ya es poderoso en Bolivia y Perú, y se han ampliado y multiplicado las rutas de la droga hacia Chile. Han aumentado también “las quitas” entre bandas rivales y la incautación de parte de Carabineros y la PDI. Si bien el panorama es difícil, las perspectivas pintan peor. Llama la atención que la clase política hable poco sobre ello.

Quien desee tener una idea de los riesgos que enfrenta Chile, debe ver la serie televisiva “Narcos” o leer los libros de Don Winslow, en especial “La fuerza del perro”. Esas obras muestran con realismo cómo la violencia puede desfigurar el rostro una república. Lo central: la violencia es un proceso in crescendo, no una realidad que se instala y estanca en un nivel fijo. Quien controla una calle, aspira a controlar el barrio; quien atemoriza a un par de agricultores o camioneros, aspira a controlar el campo y la carretera.

Muchos se preguntan en Chile si el Chapo Guzmán, valiéndose de sus influencias, alcanzará a fugarse antes de que lo extraditen a Estados Unidos. Y muchos en Chile cometen tal vez el error que a mediano plazo se paga caro: considerar las trágicas circunstancias que imperan en el México controlado por el narcotráfico como una realidad completamente ajena y distante.

 

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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