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Chile: ¿Estado o nación? Publicado en El Líbero, 13.04.2023

Chile: ¿Estado o nación?

imagen autor Autor: Juan Lagos

Antes de ser candidata presidencial, convencional constitucional e improvisada diplomática, Beatriz Sánchez fue periodista y en dicha calidad entrevistó a Axel Kaiser y le formuló la siguiente pregunta: «El Estado somos nosotros, ¿tú no te sientes parte del Estado?». Con esta interrogante, Sánchez representaba fielmente a una parte de nuestra progresía que cree a pie juntillas que la mejor forma de mostrarse como una persona comprometida con la sociedad es sintiéndose parte del Estado a pesar de no formar parte del aparato burocrático.

Sin embargo, más que reivindicar la vida en sociedad, la identificación de todo lo político con lo estatal no hace otra cosa que reclamar un Estado totalitario a pesar de que esa no sea la intención de todos los que nos quieren hacer sentir parte del Estado.

Contra lo dicho por Beatriz Sánchez, Hayek escribió en 1960: «Recientes experiencias proporcionadas por los regímenes totalitarios subrayan la importancia del principio que dice así: ‘No identificar jamás la causa de los valores humanos con la del Estado'». Con todo, la fracasada propuesta de nueva Constitución se inclinó por una perspectiva sanchista del Estado al decir que «Chile es un Estado social y democrático de derecho» (Artículo 1.1.) y a continuación señalar que el pueblo de Chile estaba «conformado por diversas naciones» (Artículo 2.1.). Es decir, para la fallida Convención Constitucional lo único que nos unía como chilenos era estar sujetos a un mismo aparato burocrático, nada más que eso.

Junto con la candorosa voluntad de meternos a todos en el Estado, buena parte de la izquierda chilena siente una particular aversión al concepto de nación y esto podría explicar el por qué la propuesta de nueva Constitución reservaba esa palabra solo a las naciones indígenas -a pesar de que hablaba de «himno nacional», «Sistema Nacional de Salud», «territorio nacional», «nacionalidad chilena», etc.

«Chile es mucho más que la corporación que detenta el monopolio de la fuerza legítima y parte de nuestra libertad se juega en saber distinguirnos del Estado».

Lo cierto es que ese resentimiento con la nación no tiene sentido alguno: pensar que reivindicar el concepto de nación nos condena al nacionalismo es ignorar la acertada máxima del filósofo Julián Marías: «No todo el que se sabe perteneciente a una nación padece de nacionalismo, lo mismo que no todos los que tienen apéndice padecen apendicitis». Fernando Savater agrega a esta cita lo siguiente: «Esta dolencia es una inflamación morbosa del apéndice, lo mismo que la otra es una hinchazón enfermiza y devastadora de la nación. Lo malo en ambos casos es que un elemento que debería funcionar en armonía útil con muchos otros adquiere una dolorosa primacía que amenaza letalmente la salud del conjunto».

A su vez, resulta extraño que los «paladines de la inclusión» hagan oídos sordos a cómo nuestra tradición constitucional ha definido a la nación chilena. El artículo primero de la Constitución de 1828 decía: «La nación chilena es la reunión política de todos los chilenos naturales y legales». ¿Es posible encontrar una definición más inclusiva?

Considerando las normas aprobadas en general por la Comisión Experta del nuevo Proceso Constitucional, es importante celebrar que en el capítulo de «Fundamentos del orden constitucional» se empiece por reconocer la dignidad humana y la servicialidad del Estado y luego se establezca que «Chile se organiza en un Estado social y democrático de derecho».

Con este gesto, la Comisión Experta corrige la penosa y peligrosa identificación de Chile con el Estado provenientes tanto del proyecto de nueva Constitución rechazado el año pasado como de la reforma constitucional de la Ley N°21.533, recogiendo además una de las innovaciones establecidas en 1980 -que, mal que les pese a algunos expertos, forma parte de nuestra tradición constitucional.

Chile es mucho más que la corporación que detenta el monopolio de la fuerza legítima y parte de nuestra libertad se juega en saber distinguirnos del Estado. 

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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