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Individualismo, generosidad y bienestar social Publicado en El Mostrador, 09.02.2022

Individualismo, generosidad y bienestar social

La relación entre individualismo y generosidad, o interés propio y altruismo, ha marcado a la filosofía moral y a la economía política desde el inicio de los tiempos. El debate entre individualismo y altruismo ha definido además largamente la discusión, a ratos simplista, entre aquellos que creen en los beneficios de un orden social individualista y comercial y aquellos que creen en un orden social colectivo marcado por la generosidad recíproca. Veremos, en estas líneas, una breve reflexión de lo que la economía política nos puede decir respecto a la relación entre individualismo y benevolencia. Veremos así, si el interés personal y la generosidad son finalmente partes incompatibles del ser humano, o si son partes que se pueden congeniar y hasta retroalimentar bajo un orden social comercial e individualista.

Uno de los primeros pensadores que propuso una relación interesante, pero paradójica entre egoísmo y generosidad fue Bernard Mandeville con su texto La fábula de las abejas, publicado en 1714. Mandeville había nacido en la República de los Países Bajos y luego vivió en Inglaterra, lugares que estaban experimentando el nacimiento del capitalismo moderno y del comercio. Mandeville estaba observando el nacimiento de la cultura burguesa y de la cultura de los comerciantes, que estaba produciendo grandes avances materiales en dichos países, pero que también parecían atentar contra los valores tradicionales arraigados en las escrituras eclesiásticas.

Fue bajo ese contexto que Mandeville escribió: La fábula de las abejas: o, vicios privados, beneficios públicos, en donde trataba de explicar los beneficios de un orden social basado en los vicios del hombre. En simple, la teoría moral de Mandeville argumenta que no tiene sentido tratar de reprimir y ocultar los vicios comerciales y personales de los seres humanos, pues estos vicios e impulsos son el motor de la actividad humana que genera crecimiento económico y bienestar general. En otras palabras, a través de utilizar los vicios privados, las sociedades comerciales basadas en los mercados, la competencia y la propiedad, pueden producir beneficios públicos. El texto de Mandeville está lleno de provocación y sátira, pues en él se argumenta que es la búsqueda de la satisfacción de los vicios (e.g., como el lujo, la extravagancia, la lujuria, etc.) la que desarrolla y hace próspera a la sociedad, debido a que su búsqueda pone en marcha el consumo y la competencia (los espíritus animales como diría después Keynes) de los comerciantes. Así, Mandeville se adelantó setenta años a Adam Smith al tratar de argumentar de que se puede congeniar el egoísmo con el bienestar general.

Si bien Adam Smith fue muy crítico de las ideas de Mandeville, se puede decir que Smith elabora de manera más sistemática y menos polémica las intuiciones del holandés con el fin de explicar cómo el orden social comercial puede producir beneficios sociales a través del interés personal. En efecto, con su célebre alegoría de “la mano invisible” Smith avanzó el principio del proyecto filosófico de Mandeville, pero librándolo de su dimensión provocadora y satírica que lo hacía demasiado superficial. De hecho, Smith, al rescatar el trabajo de Séneca, Epícteto y de los filósofos estoicos en general, este reemplaza la palabra “vicio privado” por “amor propio”, pues Smith tenía una visión mucho más matizada y ponderada respecto a que solo ciertos aspectos del amor propio y del interés personal eran realmente conducentes al bienestar general.

Para Smith entonces, no eran los vicios descarnados, el egoísmo rampante y la lujuria los motores positivos de la sociedad comercial, sino que más bien un “amor propio” y un interés personal templado y ponderado a través de la virtud pública y de buenas instituciones —aquello que Alexis de Tocqueville llamaría el “interés propio bien entendido”—. De esta forma, Smith y Tocqueville se desmarcan de la visión satírica de Mandeville, distanciándose también de aquellas visiones empobrecidas de la naturaleza humana, como las promovidas por la novelista Ayn Rand referentes al egoísmo —la cual, siguiendo a Mandeville, llegó incluso a proponer “La virtud del egoísmo [sic]”. Como diría Smith, esta idea de que el egoísmo y los vicios personales son positivos para la sociedad, son un pseudo-sistema moral “totalmente pernicioso”. Como argumenta Smith, es realmente el “espectador imparcial” (la conciencia humana) aquello que impone límites externos y morales al interés propio, uno de los cuales es la condena moral de dañar a otros en beneficio propio (un interés propio rapaz o egoísta). El interés propio es defendible, según Smith, siempre que sea coherente con las exigencias de la justicia y cooperación social, y la justicia y cooperación exigen que nos abstengamos de dañar y explotar a los demás (ver aquí). De otra forma, advierte Smith, a punta de vicios, lujuria e interés propio a expensas de otros, lo único que estamos haciendo es destruir los fundamentos morales de un orden social comercial sustentable y pacífico.

La idea clave de Smith referente al interés personal recae en reconocer algo profundamente obvio, pero a su vez trascendental: que una sociedad comercial amplia y largamente compleja, que depende de una extensa e intrincada división del trabajo y del comercio internacional, por desgracia no puede depender solamente de la caridad y de la benevolencia humana, pues estas virtudes tienen un radio de acción limitado. Smith observó que los seres humanos son más comprensivos y benevolentes con aquellos que están más cercanos a uno y ligados a su propia felicidad. Esto crea un vínculo poderoso entre la simpatía y el interés propio. De esta forma, cuando la sociedad es pequeña y simple, y se compone apenas de familiares y conocidos, la brecha entre la simpatía y el interés propio es realmente pequeña. En una sociedad de baja complejidad entonces, no hay conflicto entre benevolencia, simpatía e interés proprio.

"Resulta paradójico ver a ciertos ‘liberales clásicos’ hoy tratando de justificar el egoísmo como una virtud, volviendo al trabajo de Rand y Mandeville, a sabiendas de que esto sólo llevaría a la degradación moral del mismo orden que ellos supuestamente pretenden promover"

En definitiva, el desafío moral de la modernidad comercial, advierte Smith, existe cuando pasamos de una sociedad pequeña y simple a una sociedad compleja, cosmopolita y heterogénea —como son las sociedades comerciales contemporáneas que Karl Popper denominó “La Sociedad Abierta”—. La clave estaría entonces en canalizar dicho interés personal o “amor propio” de manera que sea guiado, por el orden social y por las leyes e instituciones comerciales, para que podamos extender sus beneficios, desde la familia, hacia la gran sociedad. La gran contribución de Smith, al problema moral planteado por Mandeville, recae en el hecho de que el interés propio, combinado con buenas instituciones comerciales y buenas reglas —que promuevan la libre competencia y la colaboración pacifica a través de la división del trabajo—, son la verdadera “mano invisible” que, ponderados por la conciencia y la virtud, forman el verdadero orden moral sobre el cual puede descansar un orden económico comercial moderno y beneficioso. En síntesis, es gracias al trabajo de Adam Smith, que hoy sabemos que el individualismo y la generosidad pueden ser compatibles, pero sólo bajo un sistema moral e institucional que guíe aquella ‘mano invisible’ del “amor propio” hacia la generación de cooperación y bienestar. Es sólo a través de este sutil entramado entre sentimientos morales, virtud, conciencia, buenas instituciones comerciales e interés personal, que dicho “amor propio” resulta ser compatible con la generosidad y el bienestar social. Resulta paradójico ver a ciertos ‘liberales clásicos’ hoy tratando de justificar el egoísmo como una virtud, volviendo al trabajo de Rand y Mandeville, a sabiendas de que esto sólo llevaría a la degradación moral del mismo orden que ellos supuestamente pretenden promover.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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