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Tellier y los dedos en el enchufe Publicada en El Mercurio, 02.09.2023

Tellier y los dedos en el enchufe

Giles Udy es un historiador inglés que investigó durante los 90s los famosos gulags o campos de concentración comunistas en Rusia. Para ello se dirigió a Norilsk un lugar cientos de kilómetros al norte de círculo ártico. Es una ciudad minera construida por los comunistas sobre tierra congelada (permafrost) y de las más contaminadas del mundo. Cuando llegó a los campos, se dio cuenta que solo quedaban los grandes edificios de concreto, donde existían pequeñas celdas para una persona. Ahí notó un detalle que le pareció extraño hasta que entendió su macabro propósito. Las puertas de las celdas tenían en su interior un recubrimiento metálico en forma de rallador de queso, para que los internos que reclamaran golpeando la puerta se rompieran las manos. Por esos campos pasaron cerca de 3 millones de personas, incluyendo toda la oficialidad lituana, disidentes políticos, nacionalistas ucranianos, los «kulaks» y los miles de prisioneros de guerra rusos devueltos después de la guerra, de los cuales Stalin desconfiaba. Esta investigación la plasmó en un libro «Labour and the gulag, the seduction of the british left».

Esta historia de terror, se ha repetido en muchos países donde se impuso alguna vez el comunismo. La China de Mao, la Camboya de Pol Pot, y muchos otros. Todos esos experimentos macabros han sido seguidos con un silencio cómplice por las izquierdas mundiales. Su compromiso con los DDHH y la democracia siempre termina donde empiezan los gobiernos comunistas. Algunos por idealismo que creen que ahí se están construyendo sus utopías, otros por avaricia, comprados por los servicios secretos y otros por simple estulticia, se hicieron y se siguen haciendo los lesos. Son muy pocos los valientes que se han atrevido a condenarlos como corresponde.

«El presidente siente electricidad porque mete los dedos al enchufe cada que vez que puede, reivindicando gobiernos fracasados, decretando duelo nacional por un violentista y acusando de cobarde a un anciano militar que prefirió terminar con su vida que perder su libertad».

Acabo de leer el libro «Notas de Memoria» de Oscar Guillermo Garretón que recorre páginas de su vida y nuestra historia. Recomiendo su lectura a los jóvenes que no la vivieron y los viejos para que no olviden. El prólogo del libro no puede ser más elocuente:

«Sobran dedos de una mano para contar los gobiernos exitosos de la izquierda latinoaméricana. Los intentos guerrilleros fracasados bañaron de sangre joven, selvas y ciudades del continente y las únicas tres tratativas triunfantes -Cuba, Nicaragua y Venezuela- son un desastre, de las cuales desde la propia izquierda algunos o muchos buscan tomar distancia».

La pregunta que surge es si el terror y la miseria que arrastra el comunismo en sus versiones más suaves o más duras, son una anécdota indeseada, o la consecuencia ineludible de sus ideas. La historia de las decenas de países que han tratado de aplicarlo muestra, que no existe comunismo sin violencia, esclavitud ni pobreza. Esto explica que nuestro presidente reivindique al gobierno de Allende y haya decidido homenajear a Guillermo Teillier, un comunista, que organizó asesinatos de carabineros, robo de bancos y hasta el secuestro de un niño. Un hombre que tuvo siempre a su partido -como el dijo- «con un pie en la calle y otra en el Congreso» y cuyo compromiso con la democracia y los DDHH es equivalente al del comunismo con la verdad. Es distinto luchar contra una dictadura con la fuerza de los votos para conquistar una democracia que hacerlo con la fuerza de las armas para imponer una tiranía comunista.

Por eso nunca debiéramos olvidar la dedicatoria de Solyenitzin de su libro Archipiélago Gulag

 A todos los que no vivieron lo bastante
para contar estas cosas.
Y que me perdonen
si no supe verlo todo,
ni recordarlo todo,
ni fui capaz de intuirlo todo.

El presidente siente electricidad porque mete los dedos al enchufe cada que vez que puede, reivindicando gobiernos fracasados, decretando duelo nacional por un violentista y acusando de cobarde a un anciano militar que prefirió terminar con su vida que perder su libertad. Ahora Teillier puede descansar, ojalá encuentre la paz que no tuvo en su vida y que Dios lo perdone, para que no viva con un pie en el cajón y otro en un gulag.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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