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¿Murió el pacto programático? El Mercurio

¿Murió el pacto programático?

¿Seguirá existiendo la Nueva Mayoría o, mejor dicho, tendrá sentido la existencia de un pacto programático llamado Nueva Mayoría cuando, debido a modificaciones sustantivas hechas al programa que se propuso respaldar, este pierde su configuración original? No cabe duda que el reciente "sinceramiento sin renuncia" de la Presidenta Michelle Bachelet modifica tanto el contenido del programa como su implementación. Esto lo demuestran la alarma y sorpresa con que reaccionaron líderes oficialistas: mientras unos plantean que readecuar el programa es ineludible para financiarlo y recuperar la sintonía con la población, otros ponen en perspectiva protestas callejeras en contra del cambio de rumbo, y la reflexión sobre la pertinencia de continuar dentro del acuerdo político.

De no mediar una palabra pública esclarecedora de Bachelet, el desgastante tira y afloja entre realistas y jacobinos irá para largo, y el país continuará atascado

Lo dramático de esta nueva tensión es que tienen una cuota de razón, aunque por causas distintas, tanto los sectores de la Nueva Mayoría que consideran imposible hacer las reformas según el ritmo y profundidad acordados inicialmente, como quienes sostienen que la renuncia a la modalidad original acarrearía la muerte de la Nueva Mayoría. Los realistas tienen en parte razón, pues saben que a estas alturas la Mandataria cuenta con apenas 24% de apoyo, y no los acompañan las cifras económicas ni las encuestas sobre las reformas. Tienen en parte razón igualmente los jacobinos de la Nueva Mayoría, que sienten la renuncia parcial al programa como una traición al pacto y la defunción del conglomerado, al cual sus adherentes jamás perdonarían esa supuesta deslealtad. De no mediar una palabra pública esclarecedora de Bachelet, el desgastante tira y afloja entre realistas y jacobinos irá para largo, y el país continuará atascado en el inmovilismo actual.

Mirando la historia reciente, vemos que desde un inicio los líderes de la Nueva Mayoría tuvieron especial cuidado en aclarar que no constituyen una coalición con proyección histórica, como lo fue la Concertación por la Democracia, que se basaba en el eje privilegiado entre PDC y PS. Debido a profundas diferencias en materia de historia y valores, particularmente entre democratacristianos y comunistas, reeditar una coalición de ese calado resultaba imposible. Surgió así la necesidad de armonizar culturas políticas diferentes mediante la detallada coincidencia en un programa ambicioso y utópico.

En enero de 2014, los siete presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría definieron a esta como una construcción instrumental que adquiría sentido gracias al programa en el que todos convergían y que implementaría Bachelet. "La Nueva Mayoría -afirmaban- es un acuerdo político programático para apoyar las tareas del gobierno de Michelle Bachelet y del programa que le sirve de fundamento, ese es nuestro compromiso". Ante la inquietud expresada por algunos sobre el curso que impondría a Chile una agrupación tan variopinta, la entonces Presidenta electa afirmó que "el acuerdo político programático es muy buena idea", y se mostró optimista: "No creo que solo dure cuatro años de gobierno, sino que evolucionará de acuerdo también a la evolución que el país tiene, y espero que sumando y sumando a más personas". Hoy, el programa original está en cuestión, lo que legitima desde luego la pregunta sobre la existencia de la Nueva Mayoría.

Junto a esa interrogante, surge una adicional: si no es el programa original lo que la une, ¿qué mantiene unida a la Nueva Mayoría? ¿El áspero manejo de un gobierno que no cumplirá lo que prometió? ¿El enrevesado debate interno para diseñar una hoja de ruta adaptada a las nuevas circunstancias? ¿La lealtad a Bachelet? ¿El temor al retorno de la centroderecha? ¿O el poder? Urge, por lo mismo, que la Presidenta indique con máxima claridad y detalle los hitos que seguirá. Solo de este modo acabará la incertidumbre, y los partidos identificados con ella podrán dedicar todas sus energías a la tarea de que Chile recupere su senda de crecimiento y consensos, e implemente reformas necesarias, viables y financiables. Mantener el clima de definiciones parciales, sujetas a una incesante lucha de interpretaciones dentro del oficialismo y la oposición, nos está costando extremadamente caro en términos económicos, sociales, políticos y de imagen país.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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