El delirio institucional del feminismo de género
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Publicada en El Mercurio, 25.11.2023No voy a escribir de la Constitución. Ya lo dije: estoy A favor. A los liberales nos gusta una Constitución que respeta la billetera, la casa y la cama de los chilenos. Es mejor que la actual y es la última oportunidad para que la sociedad civil ordene un sistema político disfuncional y se acabe el octubrismo. La mujer mejora en esta Constitución y no arriesga el aborto por tres causales. Pero, sobre todo, limita la voracidad del Estado y el crecimiento de la burocracia.
Por eso me voy a referir al tema del momento: la pérdida de nuestra not/Primera Dama. «Je suis désolé», diría un francés. Se ha roto el enlace presidencial. Donde parece que alguna vez hubo amor ahora solo quedaba afecto. Ese romance siempre pareció algo forzado. Ella era demasiado bella para él. Y su estética era perfecta para el cargo. Pero Irina quería brillar por su genialidad, así es que no hizo nada por las obras sociales que distinguen a la Primera Dama y se dedicó a predicar en su neolengua, ininteligible para seres normales.
«Y su estética era perfecta para el cargo. Pero Irina quería brillar por su genialidad, así es que no hizo nada por las obras sociales que distinguen a la Primera Dama y se dedicó a predicar en su neolengua, ininteligible para seres normales».
A la luz de los videos que han circulado, nuestro adolescente Casanova —emulando a François Hollande— ha seguido el derrotero de siempre para superar un dolor amoroso: buscar un clavo para que le saque el otro.
Historias de amor y poder han habido muchas. Desde Eduardo VIII, que renunció al trono por amor, hasta sir Winston que, cuando le preguntaron cuál había sido su logro más importante en la vida, contestó: «Convencer a Clementine que se casara conmigo». Las primeras damas pueden ser claves en un gobierno. Woodrow Wilson, el creador de los 14 puntos que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, a medio gobierno sufrió complicaciones derivadas de la gripe española y su segunda esposa ejerció de presidente en las sombras hasta que terminó su mandato. La influencia de Eleanor Roosevelt sobre FDR es conocida. Despechada por las infidelidades de su marido, lo desatendió y se dedicó a la política, teniendo gran influencia en los movimientos sociales de EE.UU. Ni hablar de Jackie Kennedy-Onassis, que hizo tan famoso el cargo de Primera Dama que, cuando John Kennedy llegó de visita de Estado a París, en su primer discurso no se presentó como el Presidente de EE.UU., sino como «el caballero que acompaña a Jackie». Es conocida la anécdota de cuando le preguntaron a Mao qué hubiera pasado si en vez de matar a Kennedy hubieran asesinado a Nikita Kruschev, y él contestó: «No tengo idea. Pero lo único que sé es que Onassis no se hubiera casado con la viuda de Nikita».
Por estos lados no ha sido distinto. En Argentina, Evita fue la impulsora del Estado benefactor que tiene postrado al país. De bataclana a Primera Dama, tuvo una carrera meteórica que su trágica muerte no hizo más que acrecentar. Bajo el lema de que «donde hay una necesidad nace un derecho», logró lo que parecía imposible: empobrecer a Argentina. Según cuentan las malas lenguas, su ligereza no la perdió nunca y se dejó seducir por otra leyenda: Porfirio Rubirosa, el más grande de los gigolós de la época, polero y embajador dominicano en Argentina. Dicen que Rubirosa era de una humanidad tan generosa que, en su honor, después de vivir en París, las femmes bautizaron con su nombre a los pimenteros gigantes de los restaurantes. Madame K tampoco lo hizo mal sucediendo a su marido Néstor, creando una dinastía más próxima a una mafia que a la nobleza. Y ahora el peluca Milei, experto en sexo tántrico y propenso a los tríos, se hace acompañar de una comediante, profesión muy ad hoc para lo que deberá enfrentar en su país.
Para bien o para mal, las primeras damas pueden ser muy influyentes. Para sir Winston, Clementine era su cable a tierra. Ella educaba a los hijos, llevaba las finanzas del hogar y le subía el ánimo cuando se deprimía. Evita, con su vida y especialmente con su muerte, hizo mucho por crear una leyenda en torno a Perón. Ella le dio el énfasis populista al fascismo del general, que lo transformó en el presidente de los descamisados. Irina, que significa «paz» en griego, se va en paz, pero sin pena ni gloria. Era más ideologizada que él, más hermosa que él. En cuanto a su utilidad y contribución a Chile, hicieron una linda pareja.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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