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Impunes de bondad, y ¿qué hará Milei? Publicado en El Mercurio, 21.11.2023

Impunes de bondad, y ¿qué hará Milei?

Ganó Milei. Una lástima que haya ganado alguien tan beligerante, pero bueno, los argentinos se lo buscaron. Ojalá logre sacar a ese país del desastre humanitario en que lo embarcaron estos descendientes políticos de los Perón y los Kirchner, quienes lo único que hicieron fue implementar políticas de izquierda controlando la vida de las personas, cerrando la economía y sobregastando los recursos del Estado.

«El caso ecuatoriano sirve para graduar las críticas a la dolarización, más aún cuando esta se evalúa injustamente contra ideales inexistentes y no realidades, como la de Argentina».

Lo de siempre. Los votantes de Massa, sofisticados y bondadosos lectores de revistas culturales gritan hoy día contra «los fascistas» que votaron a Milei, personas malas, que no les preocupan los pobres y no creen en la sociedad. Puras mentiras, pero no importa, ellos son buenos, y apoyan a quienes han destruido y robado ese país por años por mientras ellos reciben su sueldo del Estado, del CONICET, de las empresas que viven sin competir —en una economía cerrada y apagada—, o de una que otra consultoría afuera que cobran a través de Paypal. El sistema está bien, pero ellos se lo saltan. Nadie les grita y viven impunes de su bondad. Si Milei logra navegar el ataque político, social y cultural que se le viene, tiene que partir por dolarizar. Es difícil, porque le entregan un Banco Central sin reservas, entre otras cosas, pero desde ahí tiene que partir.

Al mismo tiempo tiene que ordenar las cuentas fiscales, los subsidios —entregándolos a quienes los necesitan—, y liberalizar estructuralmente toda esa economía. Si logra hacer eso, y mantenerlo, Argentina despegará humana y socialmente. Argentina es de los países con la mayor inflación promedio mundial desde 1945. No han logrado evitar que los políticos financien sus gastos demagógicos generando inflación sin parar. Esto impide que su economía, completamente obstruida, se ajuste a través cambios de precios relativos o de reasignación de recursos, lo que ocurriría con moneda propia. La productividad no mejora y los precios ya no sirven de señales para nadie. Las personas ahorran en dólares, que guardan en su casa o en bóvedas. El Banco Central no hace nada más que imprimir billetes y generar inflación porque su política monetaria no sirve para nada más que eso; ahorros y transacciones están dolarizadas de facto; los bancos apenas dan créditos; el Estado no tiene acceso a los mercados internacionales pero los políticos siguen gastando. Un caos total. Ecuador, hace más de 20 años, frente a una crisis similar de inflación e irresponsabilidades política y fiscal, dolarizó su economía. El costo de perder cierta flexibilidad económica le permitió, dolarizando, bajar la inflación ipso facto, además de haberle entregado una camisa de fuerza al populismo demagógico de izquierda que trajo después Rafael Correa, el virus latinoamericano que encandila a nuestro presidente Boric.

Que esa economía estuviese dolarizada fue uno de los factores que salvó a Ecuador de convertirse en Venezuela. Correa, quien gobernó ese país entre el 2007 y 2017, quería eliminar la dolarización, pero nunca pudo: los ecuatorianos estaban y están felices con sus dólares.

Cuando bajaron los commodities y Ecuador necesitaba financiar sus políticas demagógicas —a la Argentina—, Correa hizo todos los subterfugios posibles para apoderarse de los ahorros de los ecuatorianos —como lo hacen hoy con los argentinos—, pero se le hizo mucho más difícil que a los Kirchner o Chávez, a quienes les bastaba con imprimir. Hizo incluso un «default oportunista». Entre medio, en búsqueda de plata fresca, destruyó la naturaleza con diferentes negocios directos con China —lo digo por si acaso, para que los bondadosos de izquierda lo tengan presente cuando griten—. Pero bueno, Ecuador, desde el 2000, enfrentó a ese populismo; a las mismas crisis del 2008 y el COVID; a una peor evolución de los términos de intercambio y, sin embargo, sin una moneda propia, manejó mejor su economía que Argentina. Y, obviamente, con una mucho menor inflación. El sector privado, incluso, no sufrió tanto de los dos defaults, como suele ocurrir. Dos casos similares, aunque como todo, con sus particularidades, ocurre con Panamá y El Salvador. Obviamente que hay miles de otras variables que afectan estas cuestiones —y especialmente cruciales son las que conciernen a los humanos y al poder, que hacen todo impredecible—, pero el caso ecuatoriano sirve para graduar las críticas a la dolarización, más aún cuando ésta se evalúa injustamente contra ideales inexistentes y no realidades, como la de Argentina.

Ese país lleva 80 años intentando tener una política monetaria que sería superior a una dolarización, pero ya no lo logró. Solo bate records de inestabilidad e inflación. No le queda otra para empezar su recuperación.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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