Unidad hasta que duela
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Publicado en El Mercurio, 02.02.2025Escribo iniciando mis vacaciones en Ranco, igual que el año pasado, cuando después de hacer deporte y frente a la parrilla, empezaron a llegar WattsApp informando de un accidente en helicóptero. Al poco rato, dijeron que podía ser el Presidente Piñera. Tomé mi auto, me dirigí a su casa y llegué hasta la guardia, donde sus escoltas visiblemente emocionados, pero con profesionalismo, me detuvieron en la entrada, me saludaron y ante mi pregunta si era verdad, me dijeron que no tenían información oficial y que no podían confirmar ni desmentir nada. Sin embargo, sus ojos llorosos lo decían todo. Solo en auto regresando a mi casa, sentí emociones confusas, pena desde luego, porque le tenía admiración política y cariño personal e incertidumbre, porque dejaba un vacío enorme en su familia, el país y un sector político que lo había apoyado en más de 30 años de vida política.
«El Presidente, fue un obseso selectivo. Le obsesionaba Chile, el desarrollo del país, terminar con la pobreza, mejorar la vida de los chilenos y profundizar la democracia».
Por eso a escasos días del primer aniversario de su fallecimiento quiero escribir de la persona que yo conocí y a la que aprendí a tenerle cariño. Yo no estaba entre sus grandes y entrañables amigos. Los Ignacios, Cueto y Guerrero, Pedro Pablo Diaz, José Cox, Carlos Alberto Délano o Fabio Valdés, sus camaradas de ruta política, sus socios de negocios o sus compañeros de curso. Comparados con ellos yo sólo era un conocido. De hecho, nunca lo pude tutear. Lo conocí siendo Presidente, y para mí nunca fue Tatán, «el chato» y ni siquiera Sebastián. Para mí fue «usted» y «Presidente».
El Presidente se relacionaba con la gente cercana de 3 formas, compitiendo, desafiando o corrigiendo. Pero rara vez una pregunta casual (salvo de salud), como está o cuénteme de su familia o algo trivial. No era de palmotazos ni estridencias. Era todo lo contrario a un político populachero. Era él mismo en público o en privado. No cultivaba especialmente las buenas maneras, pienso que no tenía tiempo ni energía para los modales o la cortesía. El era todo eficiencia y productividad. Pero había ahí una humanidad que despertaba lealtad, cariño y admiración. Su trabajo incansable, su infinita atención a los detalles, su sencillez personal, su inteligencia prodigiosa, su sentido del deber o su amor por Chile. No se dónde ni en que radicaba su secreto, porque no hacía ningún esfuerzo por caerle bien a nadie y sin embargo fuimos muchos los que estuvimos dispuestos a dejarlo todo para trabajar con él y servir en sus gobiernos.
No era de grandes carcajadas, pero tenía mucho humor. Recuerdo cuando como ministro me mandé el condoro de los campeones y me manda llamar a La Moneda. Entro a su oficina como entra cualquier estudiante a inspectoría y con una poco disimulada y socarrona sonrisa me muestra su celular donde tenía un mensaje de su hermano que decía «yo soy hijo de Varela». Acto seguido, me dice, «cuídese ministro, la política es sin humor y ya no es columnista».
Era competitivo como pocos. Como yo algo de tenis jugaba, le gustaba que fuera su pareja tenística. Un día sin embargo me llama y me dice, «Oiga llegó mi hijo, véngase a jugar conel suyo y jugamos un padre e hijo». Cuando llego a su casa, con mi hijo menor que se parece a Zverev, lo mira y presintiendo una paliza de aquellas, cambia de planes sobre la marcha y me dice, «mejor juguemos usted y yo contra los niños».
Parecía ingrato, pero no lo era, más bien agradecía de maneras sutiles. Me acuerdo cuando después de mi renuncia me llama para ofrecerme la embajada en Paris o cuando le redacté su discurso para la aceptación de su proclamación para la segunda presidencia. Fui al acto con una copia del discurso que me había pedido fuera de 10 minutos. Habló cerca de 45 minutos, en algo que salvo por un par de frases e ideas, se parecía poco a mi versión. Sin embargo, a eso de las 1:30 de la mañana, me llama para agradecerme y me pregunta «estará contento que casi no cambié nada» ¡plop!.
Nunca tuvo problemas con los desacuerdos y tuvimos varios, como el «caso Frei», donde tras el fallo del Juez Madrid el veía un posible delito y yo una conspiración imposible o en el lucro en educación que él dio por perdida la pelea y a mí me parecía una de principios. Pero era tolerante al disenso y disfrutaba debatir.
El Presidente, fue un obseso selectivo. Le obsesionaba Chile, el desarrollo del país, terminar con la pobreza, mejorar la vida de los chilenos y profundizar la democracia. Era un obseso de la lectura y del trabajo bien hecho, no transaba con la mediocridad, con esa que este gobierno ha transformado en su impronta. Con su muerte, Chile perdió a un gran líder, su familia a un pater familias irremplazable y el resto perdimos un amigo entrañable. Chile lo echa de menos, yo también.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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