El delirio institucional del feminismo de género
Estas semanas han dado un golpe directo al feminismo de género, no solo porque los últimos sucesos han dejado al descubierto […]
Publicado en El Libero, 24.10.2020Lo que han hecho estos dos economistas y académicos de la Universidad de Stanford, ganadores del Premio 2020, es contribuir a la economía práctica ayudando a que los Gobiernos puedan diseñar mejores licitaciones públicas, introduciendo en estos procesos de mercados una mayor competencia y transparencia, mejorando la calidad de los servicios subcontratados o licitados, maximizando los ingresos estatales y reduciendo los precios de los servicios que afectan a los consumidores.
La semana pasada, los economistas Paul Milgrom y Robert Wilson fueron nombrados por la Real Academia de las Ciencias de Suecia como los ganadores del Premio Nobel de Economía. El reconocimiento les fue otorgado por su trabajo realizado en las “Mejoras en la teoría de subastas e invenciones de nuevos formatos de subastas”.
Fue en 1994 cuando las autoridades estadounidenses utilizaron por primera vez uno de los modelos de subasta diseñado por Wilson y Milgrom con el objetivo de vender y asignar frecuencias de radio a distintos operadores de telecomunicaciones. Hoy dicho modelo de subasta es ampliamente implementado por gobiernos en todo el mundo, mejorando la calidad de vida y de comunicaciones de millones de personas. Quizás no es una exageración señalar que como sociedad le debemos a Milgrom y Wilson —y a los economistas en general— el diseño de mercados y subastas eficientes que hoy nos permiten utilizar nuestros celulares y mejorar nuestras vidas.
Las subastas son formas de procesos de mercados organizados basados en la competencia directa de precios, en las que un potencial comprador (postor) busca pagar una cantidad de dinero o de bienes a cambio de un producto o un conjunto de derechos de propiedad. El bien o los derechos de propiedad subastados son adjudicados bajo ciertas reglas establecidas ex ante y conocidas por todos los postores, generalmente adjudicándose estos al postor que haya ofrecido más dinero por el bien o los derechos de propiedad. Hoy las subastas tienen amplias aplicaciones y usos que van desde la distribución de derechos de propiedad del espectro electromagnético y de las frecuencias para la telefonía celular, hasta los remates por ciertos mercados para suministrar servicios eléctricos a regiones enteras. Por lo tanto, un diseño eficiente y responsable de las subastas resulta hoy fundamental para mejorar las ventas y licitaciones de los gobiernos y la asignación eficiente de derechos de propiedad, aumentando el bienestar social a través del uso de mercados bien diseñados.
A nivel nacional, las aportaciones de Milgrom y Wilson han sido aplicadas en distintos campos de asignaciones y de subastas, por ejemplo, a través de sistemas de licitaciones que se realizan en el sector público por medio de la plataforma de Chile Compras y la reciente licitación del espectro 5G que hoy están en ejecución por parte del Gobierno. Los trabajos de ambos premios Nobel han sido aplicados en Chile y en todos los rincones del mundo, ayudando a que los Estados subasten y liciten bienes, servicios y derechos de propiedad que han mejorado la calidad de vida y la eficiente asignación de los recursos en millones de áreas, pero por sobre todo hoy en las frecuencias de radio.
Respecto al trabajo de Wilson, la Academia destacó que “mostró por qué los postores racionales tienden a colocar ofertas por debajo de su mejor estimación del valor común: están preocupados por la maldición del ganador, es decir, por pagar demasiado y perder”. Mientras que respecto al trabajo de Milgrom, reconoció que éste “formuló una teoría más general de las subastas que no solo permite valores comunes, sino también valores privados que varían de un postor a otro”. En otras palabras, lo que han hecho estos dos economistas y académicos de la Universidad de Stanford es contribuir a la economía práctica ayudando a que los Gobiernos puedan diseñar mejores licitaciones públicas, introduciendo en estos procesos de mercados una mayor competencia y transparencia, mejorando la calidad de los servicios subcontratados o licitados, maximizando los ingresos estatales y reduciendo los precios de los servicios que afectan a los consumidores. Además, los buenos diseños de subastas y licitaciones ayudan a que los mercados eviten los daños y amenazas que causan los monopolios y oligopolios, promoviendo la libre competencia que termina por favorecer a los más pobres y a los consumidores.
El aspecto fundamental de las subastas y de estos procesos de mercado diseñados por estos dos economistas es que ayudan a que existan derechos de propiedad intercambiables con bajos costos de transacción, lo que permite que los derechos de propiedad sean asignados en las manos de aquellos que los valoran más, quienes por ende son más productivos y agregan más valor a la sociedad. Por ejemplo, en 2017 el Gobierno estadounidense realizó una licitación del espectro inalámbrico telefónico, haciendo que los derechos de propiedad fueran redirigidos y pasados de mano, desde la televisión abierta, hacia las empresas de telefonía móvil. El gran pensador liberal Ronald Coase, quien recibiera el Premio Nobel de Economía en 1991, fue el primer economista que propuso utilizar mercados y subastas para el espectro electromagnético con el objetivo de que los intercambios mercantiles ayudasen a la asignación eficiente de derechos de propiedad, mejorando así el bienestar social y el utilizo de recursos escasos.
Posterior a Coase, surgió una nueva interrogante: una vez que hemos asignado derechos de propiedad a través de subastas, ¿cómo incentivar a los titulares originales de dichas licitaciones, que controlaban los derechos de propiedad, a que se animen posteriormente a vender o rescindir dichos derechos para que el espectro inalámbrico se reasigne nuevamente a usos más eficientes? El Gobierno estadounidense le pidió a Milgrom que diseñará una subasta para lograr que las emisoras por aire (televisión) renunciarán voluntariamente a sus derechos de espectro. Luego, el gobierno pudo vender y reasignar dichos derechos de propiedad. La ganancia para el gobierno fue de $9,7 mil millones de dólares, mientras que las ganancias para los consumidores y la sociedad fue infinitamente mayor. En síntesis, el trabajo de Milgrom y Wilson ayuda de forma práctica a evidenciar los excelentes resultados que puede generar el teorema de Coase y el uso de los mercados para la transferencia de derechos de propiedad en dilemas públicos o sociales altamente complejos: los mercados pueden solucionar problemas sociales ahí donde los gobiernos y la política poseen dificultades inexorables.
Otro de los beneficios clave de generar buenas subastas de derechos de propiedad y licitaciones por parte de los Estados es que les permite generar nuevas fuentes de ingresos constantes y cuantiosas, que incentivan a que estos liciten más y carguen menos impuestos sobre la población. Es bien sabido en economía que el uso de impuestos para financiar los programas de Estado genera distorsiones en las acciones de los individuos y empresas. Los economistas usan el termino “pérdida de peso muerto” (deadweight loss), para referirse al hecho de que aumentar $100 pesos de impuestos, no le cuesta a la sociedad $100 pesos, sino que entre $117 y $156 pesos, producto de las distorsiones de dichos impuestos. El comité del Nobel menciona que gracias al trabajo de Milgrom y Wilson, los gobiernos pueden echar mano a subastas, como la venta de derechos de propiedad electromagnéticos, evitando que los Estados cobren impuestos de forma excesiva. Hasta los contribuyentes ganan de forma indirecta con la expansión de los mercados.
En conclusión, estos dos premios Nobel han demostrado que, si diseñamos buenos mercados competitivos —y no necesariamente perfectos—, el resultado será siempre que habrá mayores ingresos para las arcas fiscales, mejoras en la calidad de vida de la población, buenos ingresos para los privados que se adjudican las licitaciones y menores precios para los consumidores. En suma, un win-win social en el cual todos los actores se ven beneficiados y mejoran su bienestar a través del uso de los mercados. Este reciente premio Nobel nos enseña que los economistas al servicio práctico de la sociedad pueden ayudar a mejorar los mercados para que estos sean instrumentos clave del bien público, ayudando a que la lógica mercantil contribuya a mejorar nuestras vidas día a día. Los mercados bien diseñados y con buenas reglas que promuevan la competencia son, como lo evidencia el trabajo de Wilson y Milgrom, uno de los instrumentos sociales más fundamentales para crear bienestar y progreso. Allí en donde le temen y detestan a los mercados por principio, sin ningún debate racional acerca de como mejorarlos y diseñarlos, no queda nada más que pobreza y miseria.
Habría entonces que preguntarse qué pensarían ciertos progresistas del Frente Amplio y abogados constitucionalistas varios acerca de este Nobel de Economía quienes, obnubilados por su antipatía a los mercados, piensan que estas formas de asignaciones de recursos son muestra de un “neoliberalismo descarnado” en donde la ciudadanía pierde. O como de forma impúdica lo pone Carlos Ruiz Encina —considerado el padre intelectual del Frente Amplio—: “bajo esta mercantilización extrema de la vida cotidiana, el individuo ha terminado perdiendo soberanía sobre su propia vida. (…) el neoliberalismo acaba instalándose como una amenaza para el más básico derecho a vivir en sociedad [sic]”. Es de esperarse que este nuevo premio Nobel y el trabajo impecable realizado por Milgrom y Wilson les ayude a muchos ideólogos en Chile a comprender cómo los mercados y los procesos de privatización y licitaciones de bienes y servicios han mejorado la calidad de vida y el bienestar de todos, generando un valor social enorme allí donde no lo había. Nunca es tarde para enterarse de la realidad y leer a Ronald Coase para así entender el real impacto beneficioso de los mercados en nuestras vidas.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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