Señor Director: Más allá de los análisis que se hagan respecto al estallido social, hay algo que es evidente e […]
La palabra «intenso» es de común uso en este tiempo. Es que es muy intenso, mejor que no venga; sí, […]
Este año han subido en 22% los homicidios violentos en nuestro país. Agrego «violento» para llamar la atención de la ministra del Interior que distingue […]
La violencia es como una caja de Pandora, ya que, una vez abierta e incitada por los políticos e intelectuales en las redes sociales, esta pierde el control y tiende a naturalizarse y a formar parte normal del país.
Para Millas, un pensador honesto debe despojarse de los fetiches ideológicos y, por ende, contribuir a desenmascarar la violencia y denunciar sus trampas filosóficas, en vez de ocultarla por aparentes objetivos nobles.
La relativización de crímenes gravísimos y de graves actos de violencia ocurridos desde el 18-O, es el mayor abismo que podría terminar por devorarnos y acabar con nuestra convivencia.
La violencia y la delincuencia se han hecho costumbre, acaparando el foco de la opinión pública que debería estar puesto en otras materias que sí podrían devolvernos un poco de dignidad.
Un período electoral y de discusión constitucional como el que enfrentaremos este año no convive con un trasfondo de violencia. Es hora de tolerancia cero con la violencia, sin peros, excusas ni contextos. Como dicen algunas: 'Ya habrá tiempo para matices'.
Si algo nos enseña nuestra historia es que jugar a la justificación de la violencia por conveniencia es juguetear con una caja de pandora que termina por devorarnos.
Estados Unidos es un país violento si se le compara con países similares. Fruto de una revolución violenta, Estados Unidos es diferente también de Canadá, Australia y Nueva Zelanda en su tolerancia a la violencia revolucionaria como método legítimo de cambios políticos.
La violencia no es importante. Mejor dicho, la violencia no es tan importante.
Lo que está mas claro que el agua es que ésta no se va a acabar porque nos hagamos los lesos, no veamos televisión, no visitemos Plaza Italia y nos encerremos en nuestras casas a esperar “que pase el temblor”.
La real y valorable manera de condenar la violencia, entonces, no es hacerlo explícitamente, sino que no apoyarla implícitamente. Y ese es el apoyo que todos los políticos y líderes han dado, siguen dando y no dejarán de dar.
La democracia, explicó Friedrich Hayek, en línea con el pensamiento liberal clásico, no es un fin en sí mismo, sino un medio. Su objetivo es determinar el modo en que se obtiene el poder. El liberalismo, en cambio, es una doctrina sobre los límites del poder y, como tal, es un fin en sí mismo, pues tiene por objetivo proteger la soberanía y propiedad del individuo.
La crisis social que ya lleva más de un mes y medio ha dejado al desnudo profundas grietas estructurales en todo el sistema político chileno. Pero esta crisis también ha revelado el crítico nivel de polarización política que tenemos.
Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs. Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas.
Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs.
Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas.
Un Estado que funciona previniendo el delito y castigándolo cuando ocurre es la piedra angular de toda la vida civilizada.
«La libertad no se pierde por
quienes se esmeran en atacarla, sino por quienes
no son capaces de defenderla»