En las crisis de las democracias occidentales, existe una colisión entre la idea de universalidad encarnada en el modelo de la democracia liberal y la idea de la particularidad inserta en el ascenso del populismo.
Ha sido una semana vertiginosa para la política. Un vaivén que ha puesto en tela de juicio los pilares de nuestra democracia, erosionándola desde su interior, relativizando el abuso del relato político por sobre las instituciones, el Estado de Derecho y la tan famosa, pero hoy un tanto desierta, cultura democrática chilena.
La irrupción del ministro de Hacienda en la arena política lo señala como un revulsivo necesario para el durísimo segundo tiempo que se viene para el presidente Piñera y su Gobierno.
Tras una semana intensa en la arena política, en que se temió inclusive lo peor, La Moneda sigue de pie.
Uno de los problemas de fondo que afectan a nuestro país es que nuestra política está enferma de vanidad.
El regocijo frente al movimiento desde el mismo 18 de octubre refleja tres torcidas actitudes humanas —además del simple odio irrestricto al Presidente Piñera—: la condescendencia, la eliminación del significado de las palabras y las asimetrías de pensamiento.
Estas pequeñas masas, perjudiciales para el debate cívico y la democracia, son boyas a la deriva como las describió José Ortega y Gasset, compuestas de hombres con ideas dentro de sí, pero sin la capacidad de idear. Quieren opinar, pero no asumir las implicancias de la deliberación donde la contraargumentación es lo normal.
Si la violencia logró imponer una refundación del orden institucional chileno, es razonable pensar que podrá inclinarlo en la dirección que grupos extremistas anhelan, especialmente si se tiene presente que Chile es un Estado fallido cuando de orden público se trata.
La crisis social que ya lleva más de un mes y medio ha dejado al desnudo profundas grietas estructurales en todo el sistema político chileno. Pero esta crisis también ha revelado el crítico nivel de polarización política que tenemos.
La constitución de un país es tremendamente importante porque tiene consecuencias prácticas. Es fundamental, sí, pero no será necesariamente el gran factor decisivo de nuestro futuro como sociedad.
Los defensores de una sociedad libre, lejos de andar a la defensiva, debemos, con la frente en alto y con mucha energía, recoger el guante, refrescando las ideas y propuestas, liderando el proceso de cambios por el Chile que merecemos.
Hoy se difunde por las redes mensajes del tenor de “somos la generación que -inserte alguna supuesta virtud- por eso no tenemos miedo”. Una generación que se ve al espejo y se considera a sí misma como virtuosa persé ¿existirá algo más soberbio en nuestros días? Es bueno recordarle a esta generación, un par de cuestiones.
Los acontecimientos que en los últimos días hemos podido apreciar en Chile conllevan una multiplicidad de expresiones, entre las cuales también se encuentra una especie de desdén normativo que menosprecia todo lo existente, incluso en términos institucionales, como si aquello fuera del todo inútil o inmoral.
La crisis social que ha azotado Chile desde el 18 de octubre ha desmenuzado las falencias, omisiones y desidia de una élite política y empresarial que durante años postergó las legítimas reclamaciones de una ciudadanía abandonada a su propio destino.
De la frase 'las instituciones funcionan' parece que pasamos a las instituciones no importan. El necesario justo medio, tan necesario desde un punto de vista político, no se asoma ni por si acaso en medio de la fogata donde se aglomeran muchos que parecen soñar con quemarlo todo.
El Senado logró, al fin, un acuerdo por la paz, los DD.HH. y el orden público. Asumieron que han llegado tarde, que no han estado a la altura y que deben evitar que el vandalismo quiebre nuestra democracia y la convivencia entre nosotros.
El reencuentro como sociedad que se vivió en el acuerdo por la paz y la nueva Constitución parece eclipsarse por los vientos de violencia que han vuelto a azotar el país. No sólo hablo de la violencia que ha destruido más de 100 mil empleos producto de saqueos, caos, destrucción e incendios, sino también de la violencia política.
Señora Directora: El alza del dólar marca máximos históricos varias veces a la semana, y hay quienes parecen celebrarlo porque […]
'El estilo Briones' del nuevo ministro de Hacienda ha destacado por su apertura al diálogo y obtención de acuerdos. El ejemplo más claro es el acuerdo sobre el presupuesto 2020 y la inyección de recursos, con gradualidad y responsabilidad, al sistema de pensiones.
Nuevamente los desmanes y la violencia irrumpen en un escenario que parecía haberse calmado con el acuerdo de paz y nueva Constitución.
«El progreso no es una bendición ininterrumpida.
A menudo viene con sacrificios y luchas»