El establishment feminista y su falso desempeño
Las polémicas sobre las acusaciones hacia el presidente y los escándalos en torno al caso Monsalve, se han diluido en medio […]
Publicado en El Líbero, 24.07.2023Es cada vez más evidente que la corrección política se ha convertido en la mayor amenaza para la libertad desde la eclosión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Se tiende a reducir esta amenaza a la sociedad abierta, sin embargo, a una confrontación ideológica convencional obviando que se trata, también, de una poderosa herramienta de la que se sirven algunos agentes políticos para patrimonializar el poder. Pero empiezan a aparecer algunas señales del cansancio de las personas con esas visiones extremas -y con quienes las encarnan- incapaces de matices, compensaciones o análisis de costo-beneficio.
El fenómeno de la corrección política es complejo. Es una reacción contracultural desordenada, de naturaleza emocional, que promete proporcionar aquello que uno desee, aunque sea una identidad imposible. En última instancia es producto de la renuncia a asumir las consecuencias de los propios actos, una especie de infantilización que comenzó en los ´60 en Occidente, aunque sus raíces pueden rastrearse al fin de la Primera Guerra Mundial, y que a la fecha ha alcanzado límites irrisorios.
Etiquetarla de marxismo cultural es una simplificación, habida cuenta que de este fenómeno desborda las fronteras tradicionales y de él se aprovechan el poder económico y el poder político, capitalistas y colectivistas, gobiernos progresistas y conservadores. Es enemiga de la libertad individual y se materializa en «ismos» o religiones laicas que neutralizan el debate, censuran, vociferan y arrojan a la hoguera a quienes no comulgan con ellas; se trata de nuevas sectas con reglas que afectan no solo a los feligreses, sino que aspiran a ser de cumplimiento general mediante la acción legislativa del Estado.
«Pero lo más probable que ocurra es que Sánchez, que incrementó dos escaños respecto del 2019, vuelva a gobernar otros cuatro años más. Aunque el PP gana, no suma; en cambio el PSOE pierde, pero resiste».
Así las cosas, en lo que va del siglo XXI el marxismo entendido como una visión del hombre en función de la clase, ha sido sustituido por la doctrina de género, según la cual la diferencia sexual no es más que un producto de la cultura que produce, controla y limita las cuerpos, del ambiente; por el ecologismo radical, que pregona el Apocalipsis, el fin de la humanidad salvo que desvíe parte de la riqueza en la dirección por ellos indicada; por el animalismo que coloca a los animales en el mismo nivel que las personas; por el movimiento «okupa» que elimina el derecho de propiedad en favor de a libre disposición para usos sociales de viviendas y locales. Todas ellas son nuevas ideologías animadas por impulsos y emociones, que practican una ingeniería social intensa y pretenden crear el hombre nuevo en una nueva sociedad.
Sin embargo, empiezan a verse algunos signos de hartazgo en algunas partes del planeta. En estos días la película «Sound of Freedom» que muestra una búsqueda frenética por rescatar niños de los traficantes sexuales se enfrenta a la popular «Indiana Jones» con mayor éxito. Su lema es tiene como lema «Los hijos de Dios no están a la venta». La compañía detrás de la película, Angel Studios, tiene un historial de servir a los espectadores con gustos conservadores en entretenimiento y usar un modelo de negocio de financiación colectiva (crowdfunding) para hacerlo.
La semana pasada el exitoso single del cantante de música country Jason Aldean «Try That in a Small Town» obtuvo dos distinciones. Alcanzó el número uno en las listas de canciones más escuchadas en USA y fue retirado por Country Music Television (CMT). La canción se convirtió en el foco de muchos grupos de izquierda por sus críticas a las protestas violentas y los actos delictivos.
Estos ejemplos enseñan cómo el esfuerzo corporativo por controlar lo que la gente escucha o consume está resultando contraproducente. Desde hace tiempo las corporaciones han sabido que sus agendas sociales y políticas eran impopulares entre muchos consumidores. Pero apostaron a que los consumidores no boicotearían los parques temáticos de Disney o los juegos de la NFL. Son una audiencia cautiva: la gente quiere subirse a la Space Mountain o ver jugar a los Bears. Pero no es el caso cuando existen productos alternativos. Bud Light es un ejemplo. Después de que la compañía celebrara la transición del activista transgénero Dylan Mulvaney, sus clientes optaron por otras marcas y la compañía sigue en caída libre. Modelo Especial es ahora la marca más popular en USA. El rechazo se relaciona tanto con el activismo social corporativo como con la política transgénero.
En igual sentido Ben & Jerry’s perdió US $2 mil millones después de celebrar el 4 de julio avergonzando a los Estados Unidos por las tierras indígenas «robadas» y exigiendo la devolución del Monte Rushmore. Y el mismo fenómeno parece estar ocurriendo con corporaciones como Target, que ha perdido miles de millones después de una controversia similar.
Más aún, la semana pasada un grupo de fiscales generales republicanos de 13 estados encabezados por Kansas y Tennessee emitió una carta dirigida a las empresas Fortune 100 advirtiéndoles contra las preferencias en la contratación y los ascensos basadas en la raza, después de la reciente decisión de la Corte Suprema que declaró inconstitucional la acción afirmativa. La carta apunta a los programas corporativos de diversidad, equidad e inclusión, conocidos por el acrónimo DEI. Hace dos años, los directores de diversidad eran algunas de las mejores contrataciones en los rangos ejecutivos. Ahora, se sienten cada vez más excluidos. Compañías como Netflix, Disney y Warner Bros. Discovery han dicho recientemente que ejecutivos de diversidad, equidad e inclusión de alto perfil dejarán sus trabajos. Miles de trabajadores centrados en la diversidad han sido despedidos en los últimos meses, y algunas empresas están reduciendo los compromisos de cuota racial.
Desde hace un par de meses también, el fondo Vanguard y su director ejecutivo, Tim Buckley, están desafiando la ortodoxia ESG de la industria de gestión de activos. Buckley afirma que el mundo financiero, arrastrado por el fervor del cambio climático, no puede asumir los compromisos de emisiones cero sin incumplir sus deberes fiduciarios. Estas declaraciones serían inocuas si fuera un pequeño administrador de fondos de cobertura o un negacionista del cambio climático, pero no es ninguna de las dos cosas. Según cómo y cuándo mida, Vanguard es el administrador de activos más grande o el segundo más grande del mundo. Sacar a su empresa de la principal asociación de instituciones financieras dedicada a los objetivos de cero emisiones netas podría tener implicaciones sísmicas.
El dato del rechazo del consumidor al activismo político empresarial no es menor. Porque la novedad que aportó el siglo XXI en la eterna disyuntiva entre una concepción paternalista y dirigista de la política frente a la libertad y la responsabilidad de cada persona, es que quienes pretenden ejercer el poder han capturado a las corporaciones y sus ejecutivos, quienes sienten la necesidad de recomprar su posición moral en el mundo con la señalización de la virtud izquierdista y por lo tanto a nada temen más que a la mala prensa que los progresistas tan bien saben manipular. Si durante el siglo XX tener poder era hacerse con los gobiernos, en este siglo hacerse de las corporaciones para, a través de ellas imponer la agenda, ha sido el objetivo de cuanto grupo de izquierda ha tomado alguna relevancia.
Para terminar con un ejemplo en otro continente, este 20 de julio se realizaron elecciones en Londres. Los conservadores, que sufrieron dos contundentes derrotas en dos distritos que solían serles favorables, retuvieron el escaño del ex primer ministro Boris Johnson en los suburbios de Londres al rechazar la iniciativa del alcalde laborista de Uxbridge y South Ruislip en el oeste de Londres de extender la Zona de Emisiones Ultra Bajas (Ulez) a las afueras de Londres. Este esquema, que penaliza a los conductores de autos viejos y comerciantes propietarios de furgonetas, fue el contrapunto del candidato conservador vencedor. No podría haber una ilustración más explícita de los límites de la tolerancia del electorado de supuestas medidas verdes. Las personas pueden aceptar algunas dificultades, especialmente si se presentan como temporales, pero no están dispuestas a sacrificar su forma de vida por completo.
¿Estos ejemplos representan un verdadero cambio de tendencia -al menos en una parte de Occidente- o son esfuerzos aislados que no terminarán por prosperar frente a la contundencia de los grupos organizados? ¿Se materializarán en las urnas estos signos de cansancio?
Ayer se celebraron elecciones en España. Dados los resultados, existe la posibilidad de volver a celebrar nuevos comicios hacia diciembre. Pero lo más probable que ocurra es que Sánchez, que incrementó dos escaños respecto del 2019, vuelva a gobernar otros cuatro años más. Aunque el PP gana, no suma; en cambio el PSOE pierde, pero resiste. Con 136 propios (14 más que el PSOE y sólo 240.000 votos más que los socialistas), más los 33 votos de Vox, el PP está lejos de los 176 escaños necesarios para formar gobierno. En cambio, el PSOE ya ha demostrado capacidad de hacer alianzas con otros partidos nacionalistas extremistas y secesionistas y que le sí le darán la mayoría para gobernar. Y si bien es cierto que no es lo mismo llegar a ser presidente que gobernar, Sánchez ya tiene experiencia de manejarse con un parlamento fragmentado y una España cada vez más dividida. Y además, no le importa, porque valida su marco ideológico incluso con el PP.
Estas elecciones demuestran que los grupos de intereses particulares acaban imponiéndose al de la mayoría. El votante ha perdido influencia porque la creciente complejidad de la política le impide conocer sus detalles. No es que sea necio, es que no tiene tiempo ni incentivos para procesar la cantidad de información necesaria para formarse una opinión fundamentada y votar de manera razonada. Las instituciones tomadas resultan algo ya normalizado y se asiste a una democracia de parte de la que es muy difícil liberarse.
La estructura de incentivos, costes y beneficios fomenta que los sujetos se agrupen buscando intereses concretos pues las ganancias son inmediatas. Por ello, acaban capturando los partidos, los gobiernos, las empresas, impulsando medidas que generan graves ineficiencias. Este es el drama de muchos países de Occidente: los partidos políticos tienen un gran incentivo en presentarse a las elecciones con programas más orientados a satisfacer a los diferentes grupos de presión, a recoger sus dogmas e imposiciones, que a defender los intereses del ciudadano común. Y es muy difícil cambiar esta tendencia.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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