El campo llora
Las declaraciones del ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, pidiendo a los municipios rurales «dejar de llorar» frente a la ola […]
Publicada en La Segunda, 24.08.2023Señor director:
El principal retroceso civilizatorio para una democracia es la aceptación y la apología, por parte de los actores políticos y la sociedad en general, de la violencia como medio de acción política.
La vindicación de la violencia tiene efectos nefastos e inesperados en una democracia, pues no sólo se desmorona la concordia cívica al instalar la lógica del enemigo en desmedro del pluralismo y el respeto por los otros, sino que además puede horadar el Estado de Derecho, al abrir la puerta a la arbitrariedad de los sujetos, que se arrogan el derecho a la violencia contra otros en nombre de una causa, por sobre las normas y leyes que buscan regular y restringir su uso sin importar si son civiles o militares.
La vida civilizada se basa en un hecho fundamental, excluir a la violencia como medio para resolver discrepancias, cumplir utopías o generar cambios. Todos los actuales legisladores, algunos de los cuales parecen sumidos en una turbia ola de pasiones, podrían leer en conjunto El Informe Rettig y el Acuerdo de la Mesa de diálogo. Sería bueno para recordar que mal que mal, tal como decía Radomiro Tomic, hace 50 años atrás todos llevaron a la democracia chilena al matadero.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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