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Reforma agraria: Oppenheimer y Chonchol Publicado en El Mercurio, 14.08.2023

Reforma agraria: Oppenheimer y Chonchol

A un veterano y cazurro agricultor, sobreviviente de mil batallas, que tenía un lindo campo en el sur, le pregunté: ¿y usted qué hizo para que no lo expropiaran? Y me contestó, «fácil: cuando vi venir la reforma agraria, vendí los animales, rematé la maquinaria, despedí a la gente, corté los cercos y dejé crecer la maleza; así no quedó nada que robarme. A los pijes no les interesó expropiarme, porque no había nada que robar y mucho que invertir y trabajar».


La agricultura chilena el siglo XIX fue pujante, alimentábamos a nuestro pueblo, exportábamos granos, carne y cueros; creamos la industria vitivinícola, etcétera. Chile recibía inmigrantes atraídos por las tierras y las oportunidades. Fue una época de libre comercio. Eso cambió con la Gran Depresión y las guerras mundiales. El mundo entre 1929 y 1980 se olvidó de la economía. Fue tan traumático el impacto de esos fenómenos, que todos buscaron maneras alternativas de desarrollar los países.

«La reforma agraria es una buena historia en algunos salones de Santiago, pero es una historia trágica en los campos. Fue mal Derecho, mala política, mala economía y pésima agricultura».


A partir de entonces, el mundo se quiso hacer autárquico y aparecieron los aranceles de importación, se subsidiaron industrias locales; se fijaban los precios de los alimentos y se distorsionaron los de las divisas. Esto ocurrió en Chile y el mundo, pero en nuestro país, la que pagó la fiesta del proteccionismo y los experimentos económicos fue nuestra agricultura.


Los políticos culpaban de la descapitalización del agro y de la baja inversión a los propios agricultores. Estos por algún misterioso designio de la naturaleza habrían involucionado respecto de sus antepasados y empezaron a actuar en contra de sus propios intereses, subexplotando los campos. A nadie se le ocurrió preguntarse si ellos estaban siendo racionales y respondiendo a las señales del mercado, con proteccionismo que dificultaba comerciar con el mundo y con precios fijados de cientos de productos agrícolas que obligaban a vender a pérdida. La reacción natural y racional frente a un pésimo negocio es dejar de invertir y crecer. Esta actitud racional de los agricultores, agravada por la amenaza al derecho de propiedad, estaba reñida con la narrativa política de la época y triunfó la narrativa. En vez de mirar el campo con ojos agrícolas y económicos, Chile lo miraba con ojos sociológicos y políticos. De pronto el problema de los campos era el latifundio; el problema de la pobreza rural era el inquilinaje, y el problema de la falta de exportaciones eran los agricultores flojos que subexplotaban su riqueza.


Cuando recuperamos la sensatez y el mundo volvió a integrarse comercialmente, Chile dejó de proteger su industria con aranceles, se liberaron los precios y la Constitución garantizó el derecho de propiedad, los mismos agricultores, otrora vilipendiados, empezaron a invertir e innovar, aprovechando las ventajas competitivas que teníamos, y desarrollaron una industria agrícola de clase mundial, de la cual estamos orgullosos.


La reforma agraria es una buena historia en algunos salones de Santiago, pero es una historia trágica en los campos. Fue mal Derecho, mala política, mala economía y pésima agricultura. Ella nos dejó, sin embargo, una enseñanza, el bien común jamás se satisface con el mal individual. Si queremos un bien para todos, no debemos obligar a los pocos a sacrificarse por el resto sin compensarlos justa y racionalmente. La reforma agraria fue una hija de sus tiempos, mucha ideología y poco pragmatismo; malos diagnósticos y peores soluciones. Parecida a la actual, pero con corbata y sin fundaciones corruptas.


Por eso el homenaje a Chonchol puede agradar a sectores de la academia y la política, pero ofende al mundo rural y no honra la economía ni la agricultura. Pero sobre todo, ofende la memoria de tantos agricultores —incluyendo mis abuelos— que perdieron sus tierras y su forma de vida y nos recuerda el enfrentamiento al interior de las familias, entre los amigos y dentro de los campos. En Hiroshima no le hacen homenajes a Oppenheimer, en Chile no debiéramos hacerlo con Chonchol. Por eso, la reforma agraria es una historia que no quisiéramos recordar, pero que tampoco debemos olvidar.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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