Pater familia
Si hay algo que puede disminuir la vanidad y egotismo en un ser humano es la paternidad. Cuando nace un […]
Publicado en La Segunda, 24.04.2024Hace unos meses, abogar por controlar la inmigración según lo hacen países como Nueva Zelanda era de «insensible» o de «facho». Qué decir sobre la idea de expulsar a los delincuentes. Mandarlos de vuelta en aviones especiales era casi una política pinochetista. Todo era griterío. Socialistas, frenteamplistas y bondadosos socialcristianos exigían que respetáramos el «derecho a migrar», cuando nunca existió un problema con eso —donde no existe ese derecho puro, eso sí, es en Cuba—. Ahora, diputados del PS, como el joven Daniel Manoucheri, no sólo piden controlar la inmigración, sino que lisa y llanamente quieren prohibirle la entrada a cualquier venezolano —e incluso impedirles enviar remesa—. Otro diputado joven, Raúl Soto, del partido de la ministra de Interior, el PPD, dijo que los carabineros deberían «salir a matar si es necesario». Para mí, existe solo una explicación a estas decadentes contorsiones ideológicas: vienen de políticos, quienes solo buscan poder y trabajo estatal.
«Si a segunda vuelta pasan Kast y Matthei tendremos que prepararnos, porque quizás qué futuro verán algunos. Durante el primer gobierno de Piñera colapsaron y patalearon, y durante el segundo, simplemente no fueron capaces de aguantarlo».
Los políticos, y a pesar de que debería ser justamente al revés, prácticamente no tienen principios. Quizás por eso las democracias están como están. Pero bueno, el problema, o lo que más llama la atención la verdad, son sus seguidores, sus votantes, los que, por ejemplo, defienden ahora a Vodanovic, que pidió «militarizar un problema social», al pedir militares en Maipú; o amparan a Tohá, que lleva años «criminalizando un problema político», militarizando la Araucanía con Estados de Excepción. Un votante, un transeúnte de Ñuñoa o Providencia, que no anda buscando trabajo en función de las «modas políticas», debe tener una personalidad muy fracturada si cambia principios así de fácil. A no ser que sea muy joven y esté descubriendo el mundo, ¿cómo podría sostener una identidad así, o algo de integridad que sea? (No vienen al caso frases de manual de autoayuda del tipo «el humano es un ser de contradicciones»).
The Economist reporteó investigaciones que mostraban a «izquierdistas» como personas con mayor probabilidad de andar deprimidos. Los estudios dan explicaciones pertinentes, como la religiosidad o las redes comunitarias más sólidas entre los conservadores, pero no hablan de esta esquizofrenia en principios. ¿No es difícil defender ideas en las que no crees? ¿Será por estética, dinero, irracionalidad o unas lealtades sin mucho futuro que causan ansiedad? Hace poco se publicó un estudio de Loreto Cox en donde se podría encontrar una causalidad inversa: si luego de la universidad no alcanzas las esperanzas que tenías sobre tu vida laboral, te vuelves «más izquierdista». Si a segunda vuelta pasan Kast y Matthei tendremos que prepararnos, porque quizás qué futuro verán algunos. Durante el primer gobierno de Piñera colapsaron y patalearon, y durante el segundo, simplemente no fueron capaces de aguantarlo.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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