Pobreza y libertad
Henry Hazlitt abriría su libro «The Conquest of Poverty» afirmando que «la historia de la pobreza es casi la historia de la humanidad». Los escritores antiguos nos dejaron descripciones específicas de ella. La pobreza era la regla normal. La hambruna –recuerda Hazlitt– estaba a la orden del día incluso en países como Inglaterra y Francia, donde hoy es inconcebible.
La posibilidad de superar toda esa miseria gracias a la economía de mercado y la libertad es lo que el Nobel de economía de 2015 Angus Deaton ha llamado «el gran escape». Según Deaton, «los estándares de vida de hoy son mucho más altos que hace un siglo y más gente escapa de la muerte en la infancia y vive lo suficiente para experimentar esa prosperidad». En nuestros países, donde el análisis histórico serio escasea y las poblaciones son presas del populista, pocas veces se comprende que todos los beneficios que el ser humano posee han sido gracias a la cooperación pacífica y el intercambio voluntario.
«La poca apreciación por el ingenio humano -que nos ha sacado de las cavernas y transportado al mundo moderno- sumerge a muchos latinoamericanos en un relato absurdo en contra de su propia individualidad y posibilidades de superación».
Desde los zapatos que calzamos, los cimientos de nuestras viviendas, el teléfono con el que nos comunicamos, hasta la refrigeradora o el vehículo que nos transporta, todos son producto del intercambio. Los latinoamericanos podemos adquirir esos bienes por nuestra capacidad de producir otro bien, recibir un salario y tener entonces poder adquisitivo de comprar aquello que importamos y que ha sido producido en un esquema de colaboración donde han existido millones de transacciones.
Esto fue lo que Leonard Read reflejó en su famoso ensayo «Yo Lápiz», donde demostró que ninguna persona en el mundo sería capaz de producir un simple lápiz de mina por su cuenta, es decir, sin hacer uso del conocimiento especializado y los intercambios de otros. La poca apreciación por el ingenio humano que nos ha sacado de las cavernas y nos ha transportado a un mundo moderno, donde la esperanza de vida y la calidad de la misma son hoy muy superiores a las de las clases nobles de la antigüedad, sumerge a muchos latinoamericanos en un relato absurdo en contra de su propia individualidad, capacidades y posibilidades de superación.
El sistema libertades económicas no es más que el de las libertades personales de poder emprender, adquirir bienes y venderlos, trabajar, contratar, despedir, tener propiedad sin que esta sea amenazada, libertad de competencia, ausencia de privilegios arbitrarios entregados a grupos de interés, moneda estable, apertura comercial, impuestos moderados, gobierno limitado y regulaciones razonables. El populista busca destruir estos elementos cuando llega al poder poniéndole la etiqueta de «neoliberalismo, pero» sin libertad económica no hay avance posible.
Tanto así, que según el de libertad económica elaborado por el Fraser Institute en Canadá, los países con mayor libertad económica en el mundo -como Suiza, Hong Kong y Singapur-, crecen económicamente más de tres veces más en promedio que aquellos con menor libertad económica en el mundo, como Venezuela, Bolivia y Argentina. Esto ocurre aun cuando estos países poseen recursos naturales que, especialmente en los últimos años, han tenido altos precios en el mercado de los commodities.
Esto demuestra que la riqueza no está bajo la tierra o en los campos, sino en el ingenio de las personas y las buenas instituciones.
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