Pater familia
Si hay algo que puede disminuir la vanidad y egotismo en un ser humano es la paternidad. Cuando nace un […]
Publicado en El Líbero, 12.04.2024La postulación del padre de Camila Vallejo a la alcaldía de Algarrobo y la telenovela en Puente Alto de la familia Ossandón sobre quién sucederá a Germán Codina han sido las últimas muestras de la incómoda y a ratos electoralmente rentable relación entre el parentesco y la política. Este fenómeno, lejos de ser una novedad, revela las complejas intersecciones entre la vida privada y la esfera pública, desencadenando debates sobre el mérito y la representatividad.
En Chile, nos encontramos en una paradoja que refleja el peor de los mundos posibles en la dinámica entre parientes y política. Por un lado, expresamos abiertamente nuestro descontento y escepticismo hacia la idea de perpetuar el legado político a través de las familias, criticando la presencia de parientes de políticos en el escenario público. Sin embargo, la realidad de las urnas nos muestra una historia diferente: la estrategia de incluir a familiares en las listas electorales sigue demostrando ser efectiva para capturar votos. Esta contradicción no solo evidencia una brecha entre nuestro discurso y nuestras acciones, sino que también establece el escenario perfecto para cuestionar la validez de una crítica que descarta de forma simplificada la presencia de parientes en la política.
«Los primeros interesados en apostar por una política de excelencia deberían ser los parientes de políticos con aspiraciones electorales. Deben ser capaces de demostrar su valía, esforzándose por merecer su posición y no simplemente heredarla».
La crítica simplista a la participación de parientes en política crea una falsa división entre mérito y parentesco, una dicotomía que distorsiona la realidad de cualquier trayectoria individual. Es tan erróneo presuponer que provenir de una determinada familia garantiza automáticamente habilidades superiores como pensar que tener un determinado apellido implica invariablemente ser un inútil que se beneficia únicamente del estatus y los recursos familiares. La excelencia y la capacidad no son patrimonios exclusivos de ningún linaje, ni la pertenencia a una familia prominente es sinónimo de falta de competencias personales. La verdadera medida de un individuo radica en su propia dedicación, habilidades y logros, trascendiendo así las opiniones simplistas.
Sin embargo, reconocer la falsedad de esta crítica simplista no elimina las complicaciones y tensiones inherentes a la relación entre parientes y política. Es por esto que recae sobre todos nosotros la responsabilidad de establecer un marco donde la excelencia sea el criterio primordial, asegurando que el parentesco ni otorgue privilegios indebidos ni represente un obstáculo para el ingreso de nuevas generaciones al servicio público. Se trata de un esfuerzo colectivo que nos obliga a todos de formas específicas.
Los primeros interesados en apostar por una política de excelencia deberían ser los parientes de políticos con aspiraciones electorales. Deben ser capaces de demostrar su valía, esforzándose por merecer su posición y no simplemente heredarla. Para esto, no hay espacio a la complacencia ni para los caminos cortos. Su carrera debe construirse sobre la base de logros propios y un servicio efectivo a la comunidad, comenzando desde roles menos protagónicos y fuera de los territorios donde exista influencia de parientes. En Chile, lo ideal sería que toda carrera política se iniciara como concejal y, en el caso de los parientes de políticos, lejos de la comuna, distrito o circunscripción donde fue elegido este último.
Por otro lado, los partidos políticos juegan un papel crucial en una correcta convivencia entre política y parentesco. Sus dirigentes deben ser capaces de crear un espacio donde prime la capacidad y el compromiso con los principios y objetivos del partido por sobre el linaje. Esto implica establecer reglas claras e impersonales que favorezcan el ascenso de los más capaces. En este sentido, las reglas ofrecidas en el párrafo anterior (inicio de la vida política en el Concejo Municipal para todos y fuera de los territorios de influencia para los parientes de políticos) pueden servir.
Por último, la responsabilidad más significativa recae sobre los hombros de los electores. Somos nosotros quienes tenemos el poder de exigir más y mejor, de no conformarnos con la mera fama o el recuerdo de un apellido. Los votantes debemos ejercer nuestro derecho con una exigencia renovada, evaluando críticamente los méritos, las propuestas y el historial de todos los candidatos. Este nivel de exigencia es fundamental para asegurar que los cargos públicos sean ocupados por individuos verdaderamente capacitados y comprometidos con el bien común, más allá de cualquier consideración (para bien o para mal) de parentesco.
La adecuación de la relación entre parentesco y política es, por tanto, una tarea compartida que requiere del esfuerzo consciente y coordinado de todos los actores involucrados. Al final del día, el objetivo debe ser siempre el mismo: una política donde estén los mejores, donde la competencia sea el único criterio que determine quién estará al servicio de la ciudadanía.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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