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Oppenheimer: Prometeo y los dos escorpiones Publicado en El Mostrador, 01.09.2023

Oppenheimer: Prometeo y los dos escorpiones

Durante estas semanas se ha derramado un río de tinta con respecto a la última película de Christopher Nolan: Oppenheimer, obra inspirada en la vida del ‘padre’ de la bomba atómica, el físico teórico americano J. Robert Oppenheimer. A pesar de los múltiples análisis que se han hecho respecto a la película y los dilemas éticos asociados a la creación y uso de la bomba atómica, poco se ha hablado de los aspectos político-económicos y positivos del legado de Oppenheimer. En esta columna analizaré –sin muchos spoilers– las implicancias del trabajo de Oppenheimer desde una visión más positiva respecto al legado científico de dicho físico. 

Primero, debemos señalar que Oppenheimer no es solo el ‘padre’ de la bomba atómica, sino que fue además uno de los físicos más brillantes del siglo XX junto a Albert Einstein (1879–1955), Erwin Schrödinger (1887–1961) y Enrico Fermi (1901–1954), entre otros. A pesar de que la cinta se enfoca sobre todo en el rol del físico en la creación del proyecto Los Álamos (parte del Manhattan Project) –que culmina con la creación de la primera bomba atómica operativa–, Oppenheimer fue además un pionero en la astrofísica de los agujeros negros (black holes). 

En una serie de papers en 1939 (Oppenheimer and Volkoff, 1939Oppenheimer and Snyder, 1939), Oppenheimer formó parte del primer equipo que determinó el límite de la masa de un único núcleo atómico; lo que hoy conocemos como el núcleo de una estrella de neutrones antes de colapsar por completo, circunstancia de colapso que Oppenheimer creía posible a la luz de sus resultados matemáticos (Siegel, 2023).

En esa época al fenómeno se le conocía como «estrella oscura» o, en términos actuales, agujero negro. Así, Oppenheimer (Oppenheimer and Snyder, 1939) declaró que los agujeros negros eran el resultado inevitable de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein, contrariamente a lo que pensaba y esperaba el mismo Einstein. Oppenheimer postuló que los agujeros negros no eran solo una excentricidad de las matemáticas teóricas, sino probablemente objetos astrofísicos reales: que una estrella lo suficientemente masiva está destinada a implosionar, creando una trampa mortal de la cual todo lo que entra no puede escapar. Einstein, por su parte, creía que este fenómeno no podría pasar en la realidad y era solo una curiosidad matemática, la cual la naturaleza debería resolver. 

En un artículo de 1939, Oppenheimer y su coautor H. Snyder demostraron que una estrella suficientemente masiva, cuando agota su combustible nuclear, necesariamente se contraerá para siempre, formando lo que ahora conocemos como un agujero negro. De esta manera, Oppenheimer demostró que Einstein estaba equivocado acerca de los agujeros negros (Kelvey, 2023). El Premio Nobel de Física Luis W. Álvarez comentó una vez que, si Oppenheimer hubiera vivido lo suficiente para ver sus predicciones corroboradas por experimentos (como en el 2019 con la primera imagen de un agujero negro), este podría haber ganado el Premio Nobel por su trabajo sobre el colapso gravitacional, en relación con las estrellas de neutrones y los agujeros negros (Feldman, 2000).

«Parte de la película se concentra en los remordimientos éticos de Oppenheimer con respecto a su creación, encapsulados en la frase que le dice Einstein: “Ahora es tu turno de afrontar las consecuencias de tu logro».

Segundo, y relacionado con la economía política, el legado atómico de Oppenheimer merece ser examinado con más detalle. Muchos comentaristas de la película se han enfocado, de manera trivial, en los dilemas morales y éticos que porta la creación de un arma de destrucción masiva como la bomba atómica. Sin duda podría argumentarse que las manos de Oppenheimer están «manchadas de sangre», ya que este fue el padre intelectual de la bomba atómica que finalmente fue utilizada por el presidente Harry S. Truman para bombardear Japón en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki (se estiman entre 129.000 y 226.000 personas las víctimas). Parte de la película se concentra en los remordimientos éticos de Oppenheimer con respecto a su creación, encapsulados en la frase que le dice Einstein: «Ahora es tu turno de afrontar las consecuencias de tu logro». 

Paradójicamente, después de ayudar a crear la bomba atómica, Oppenheimer se convirtió en activista político tratando de oponerse al uso de dicha bomba y promover la creación de una organización que podría instituir un programa para sofocar una carrera de armamentos nucleares. Por todos estos motivos se asocia a Oppenheimer con la figura del Prometeo americano. En la mitología griega, Prometeo robó el fuego de los dioses olímpicos y se lo dio a la humanidad, dando así los medios para difundir la civilización y la razón. Prometeo representa la eterna búsqueda de conocimiento por parte de la humanidad, y la posible tragedia ética que a menudo acompaña dicha búsqueda sin límites.  

Pero no todo es tan trágico como sugiere Prometeo y el filme Oppenheimer, ya que la humanidad ha sabido –durante estos casi 80 años desde Hiroshima y Nagasaki– evitar la destrucción nuclear mundial que tanto se teme en la película. Pues bien, existe una teoría en economía, basada en la teoría de juegos, que sugiere que el trabajo de Oppenheimer al desarrollar la bomba atómica ha contribuido a evitar la tercera guerra mundial

Uno de los aspectos olvidados de la película de Nolan es el rol clave que jugó John von Neumann (1903–1957) tanto en el Manhattan Project como en el desarrollo de la bomba atómica y en la creación de la teoría de juegos. Von Neumann es probablemente uno de los matemáticos más brillantes e importantes del siglo XX, creador de la rama de la economía llamada teoría de juegos. A Von Neumann se le atribuye el desarrollo de la estrategia de equilibrio de destrucción mutua asegurada (conocida como MAD). La MAD o destrucción recíproca asegurada establece que, de una situación en la cual cualquier uso de armamento nuclear por cualquiera de dos bandos opuestos, podría desembocar en la destrucción completa de ambos, tanto del defensor como del atacante, asegurando la destrucción mutua (Kahn, 1961). 

MAD se basa en la teoría de la disuasión racional, que sostiene que la amenaza de utilizar armas nucleares contra el enemigo impide que este, por su parte, utilice aquellas mismas armas de destrucción. Dicha estrategia es una forma de equilibrio de Nash en el que, una vez se es poseedor de la bomba, ninguna de las partes tiene incentivo racional para iniciar un conflicto bélico que escale fuera de control. Si cada bando posee suficiente armamento nuclear para destruir al otro, entonces cualquiera de las partes, si fuese atacada por la otra por cualquier motivo, tomaría represalias con igual o mayor fuerza. El resultado esperado es una escalada inmediata e irreversible de las hostilidades que resultaría en la destrucción mutua, total y asegurada de ambos combatientes. Al conocer racionalmente y ex ante dicho resultado, ambas partes decidirán no tomar dicho camino, que bien saben –de antemano– los llevaría a la destrucción. El resultado de dicho equilibrio es una tensa pero estable paz global con relación con la destrucción masiva.  

Este resultado actúa como una forma de disuasión recíproca y se considera exitosa cuando un actor, que de otra manera podría tomar una acción violenta, se abstiene de hacerlo debido a las consecuencias que este probablemente recibirá (Glaser, 1990). Esta idea queda encapsulada en la película con la analogía que hace Oppenheimer respecto a USA, la URSS y los dos escorpiones: «Ambos países son como dos escorpiones en una botella, que cada uno podría destruir al otro». Siguiendo los pasos de Von Neumann, el economista Thomas C. Schelling (1921—2016) ganaría el Premio Nobel de Economía el 2005 gracias a sus contribuciones en la teoría de juegos asociada a la disuasión y a la pacificación producto del armamento nuclear. De hecho, el discurso del Nobel de Schelling se titula: «Sesenta años asombrosos: el legado de Hiroshima». Todo esto presenta una paradoja filosófica y ética a todo pacifista, pues sugiere que una forma de alcanzar un equilibrio de paz estable es a través de la obtención de armas de destrucción masiva por ambos bandos. 

Esto pareciera ser lo que la bomba atómica de Oppenheimer habría logrado al establecer una capacidad de destrucción recíproca entre Estados Unidos y la Unión Soviética, a través de la cual se mantuvo un equilibrio de “paz helada”, dada la capacidad de disuasión que el potencial atómico conlleva. En efecto, cuando se es consciente de que el único resultado posible de un conflicto es la propia aniquilación –aunque nuestros enemigos resulten igualmente borrados–, los ímpetus de guerra se ven contenidos hasta el extremo de desaparecer en la práctica. El hecho de que ambos bandos posean la bomba nuclear disuade eficazmente a cualquier país de iniciar hostilidades abiertas contra otra potencia nuclear, ya que aquello podría resultar en la aniquilación de ambos. 

Algunos argumentan (Glaser, 1990) que este equilibrio MAD es hoy el mundo en que nos encontramos desde 1945, ayudando a prevenir un conflicto global y nuclear a gran escala (Metcalfe, 2022). Aunque nadie ha puesto a prueba el concepto de destrucción mutua asegurada a través del uso de armas nucleares, este pareciera haber ayudado a evitar la guerra entre superpotencias desde que se inventaron las armas nucleares en la década de 1940, gracias al trabajo de Oppenheimer. En palabras del Nobel Thomas Schelling (2005, p. 365): «El acontecimiento más espectacular del último medio siglo es aquel que no ocurrió. Hemos disfrutado sesenta años sin armas nucleares que estallen con ira».

En conclusión, no sabemos a ciencia cierta si MAD es un postulado correcto, pero pareciera no ser casualidad que desde Hiroshima y Nagasaki el mundo ha experimentado una relativa paz mundial (Pinker, 2011), y hoy ni se piensa en una posible tercera guerra mundial. Es difícil entonces, por motivos éticos complejos, cálculos morales pragmáticos y la paradoja de la pacificación, el poner en la balanza a Oppenheimer y dar un veredicto definitivo. De esta forma, seguimos lidiando con el legado y el fuego que nos dejó el último Prometeo americano.    

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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