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Obama y los Castro, un año después Publicado en El Mercurio, 20.12.2015

Obama y los Castro, un año después

Hace un año, Estados Unidos y Cuba anunciaron la reanudación de relaciones diplomáticas, rotas en 1961, e iniciaron así una nueva etapa. Mucha agua ha fluido desde 1961 bajo el puente de la historia: desapareció el mundo comunista, triunfó la globalización y surgió una arquitectura internacional multipolar. Once presidentes estadounidenses han transitado en 54 años por la Casa Blanca, pero los hermanos Castro continúan desde 1959 a la cabeza de su dictadura comunista hereditaria.

¿Qué obtuvieron Estados Unidos y Cuba en estos doce meses? Barack Obama planea visitar La Habana antes de dejar la presidencia, Raúl Castro aspira a aprovechar el acercamiento a Washington para darle un último aliento al régimen y postergar para después de su muerte el colapso final. Da la impresión de que el general extrajo la mejor tajada: consiguió concesiones de la Casa Blanca sin haber tenido que hacerlas a los cubanos en el ámbito político, humanitario o económico. Castro se ve a sí mismo más como un ministro de exteriores que gusta negociar con otro estado que como un gobernante que está llamado a dialogar con su pueblo.

Si Obama no logra avances de los Castro en materia de libertades para los cubanos, pasará a la historia como el presidente que restableció las relaciones con La Habana e hizo grandes concesiones a ella, pero desaprovechó las difíciles circunstancias que afronta la dictadura para conseguir un espacio democrático para cubanos y cubano-americanos. Obama debe avanzar por una línea fina: no ser injerencista, pero tampoco indiferente ante el destino cubano; aportar a una transición que no genere un vacío de poder que gatille una migración masiva a Florida, pero marcando diferencias claras con el castrismo.

Obama ha hecho concesiones significativas: eliminó a Cuba de la lista de países que promueven el terrorismo, flexibilizó los viajes a la isla, facilitó transacciones comerciales y propone el fin del embargo. Cuba, por su lado, liberó a 53 presos políticos y permitió la emigración de 70 mil cubanos en un año, pero intensificó la represión contra la disidencia, exige la devolución de Guantánamo y compensaciones por 300.000 millones de dólares para "normalizar" las relaciones. Es decir, los Castro empapelaron a Obama con nuevas exigencias, que instalan como premisas para aprobar alguna medida democratizadora.

Pero los hermanos no cuentan con todo el tiempo del mundo: el estado comunista tolera hoy la existencia de 40.000 "cuentapropistas" (pequeños empresarios) y la existencia de 1,5 millones de cubanos fuera del estado, los que viven fundamentalmente de servicios al turismo y remesas desde Estados Unidos. Estas ascienden a 5.000 millones de dólares anuales, equivalentes a los ingresos del azúcar o el turismo. Es en este sector emprendedor, clave para evitar el hundimiento del sistema, y entre periodistas y activistas independientes, donde florecen las ideas de libertad. Paradójicamente serán los aportes de cubano-americanos y del turismo estadounidense lo que evitará que -cuando cesen las subvenciones de Caracas- Cuba caiga en una crisis como la que vivió tras la desaparición de la Unión Soviética.

Cuba realiza el 44% de su comercio exterior con Venezuela, la que le suministra el 60% del petróleo que requiere a precio subvencionado. Además, Cuba refina en Cienfuegos petróleo venezolano que vende después en el mercado internacional. De Caracas, La Habana recibe cerca de 4.700 millones de euros anuales por servicios que presta. Sin Venezuela, Cuba depende ahora de Estados Unidos.

Obama siente asimismo que corre el peligro de entregar todo a cambio de poco, y tal vez por ello afirma que espera avances en materia de libertades en la isla. Con el acercamiento a Washington, el castrismo perdió ante su población y América Latina la clave de su relato revolucionario: el antiimperialismo. Es probable que el acercamiento contribuyera a que Nicolás Maduro aceptara el triunfo opositor en las recientes elecciones.

Con una economía derruida que precisa de inversión extranjera, "cuentapropistas", turistas estadounidenses y remesas de cubanos, los Castro sienten que tienen nuevos aires para postergar el diálogo con quienes importa: los cubanos de la isla y el exilio. Obama, en cambio, habrá fracasado si su iniciativa deviene solo un conteo de protección para el régimen de La Habana.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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