El 18 de octubre y siguientes
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A la hora de analizar la estrategia (sí, eficiente o desastrosa, pero estrategia al fin y al cabo) de Barack Obama hacia la dictadura castrista (que cumplió en enero 57 años, tiempo suficiente para que cualquier debate sobre si es o no una dictadura, resulte superfluo), uno puede extraer dos conclusiones. La primera: Obama es un visionario y por eso no nos percatamos de todo lo que está tramando. Y la segunda: es un negociador insensible al sufrimiento de los cubanos bajo la dictadura, e ignora el valor que en América Latina se otorga a la democracia.
Obama estaba hace más de un año ante un panorama soñado por cualquier gobernante estadounidense para contribuir a un cambio democrático pacífico y a corto plazo en Cuba. La isla, que nunca resolvió -al igual que los extintos países comunistas- los problemas de suministro de alimentos y bienes de consumo- hace agua debido a la crisis económica de Venezuela, que la subvenciona desde la época de Hugo Chávez a través de la entrega de petróleo a precios convenientes y el alquiler de médicos y maestros, cuyos salarios recauda en dólares el gobierno de La Habana.
En lugar de plantearle al régimen comunista que podía facilitarle el flujo de turistas, recursos financieros, servicios y expertos a cambio de una apertura democrática, Obama ha dado oxígeno a los hermanos Castro sin exigir nada. Si bien tiene razón al cambiar una política fracasada hace decenios, ella no debe postergar la defensa de los derechos humanos en Cuba, toda vez que hay centenares de miles de cubano-americanos.
La crítica por su actitud ante la dictadura familiar más longeva que ha existido en Occidente viene no sólo de organizaciones del exilio y la oposición republicana, sino también de medios de prensa de la izquierda liberal. El Nobel de la Paz puede estar cometiendo un error crucial al quedar ante la historia como quien le lanzó un salvavidas a los Castro sin aliviar la falta de libertades de su gente. No se trata de intromisión, sino de subrayar que el respeto a los derechos humanos no debe conocer fronteras.
Hay quienes defienden al mandatario estadounidense señalando que está pensando a largo plazo, que confía en que Estados Unidos, el American Way of Life y los aires de libertad seducirán a los cubanos y en que la prosperidad que traerán las inversiones acarrearán el fin del comunismo. Obama estaría aplicando la política que empleó Occidente ante el extinto campo comunista europeo: influir culturalmente en la ciudadanía para que exija libertad y democracia. Esa etapa se inició en 1975, en Helsinki, con un acuerdo de intercambio global entre ambos mundos, lo que debilitó a las dictaduras hasta que sucumbieron en 1989.
Hay otros que dicen que Estados Unidos no tiene aliados, sino sólo intereses, y que en ese sentido Obama estaría buscando recuperar su hegemonía en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y de paso contribuir a liquidar a la narco-guerrilla colombiana. El resto -vale decir, la democracia para Cuba- podrá esperar pues será efecto de lo anterior.
Es posible que el Presidente tenga un plan de largo alcance para la isla y que al final, tras la muerte de los Castro y la pérdida de poder de sus descendientes y delfines, conduzca a Cuba a la democracia. Es posible también que Obama se conforme a estas alturas del mandato con poco: un apretón de manos con quien heredó de Fidel un poder que detenta en parte desde 1959, un paseo por La Habana entre las banderillas agitadas por niños y jóvenes comunistas, un encuentro con disidentes, una declaración sobre libertad y derechos humanos, y un “mojito” en La Bodeguita del Medio y un “daiquirí” en el Floridita, como solía hacerlo Hemingway. La foto con Raúl Castro en La Habana podría hacer olvidar durante un tiempo incluso las debilidades de su política en Irak y Siria.
Sea como sea, los Castro le permitirán esos gestos y más porque Obama es su tabla de salvación. El Presidente puede estar a su vez buscando que Castro le ayude a desmontar a Nicolás Maduro y al chavismo de forma pacífica. En la situación en que están, ni Cuba ni Venezuela pueden salir adelante en un marco de tensiones con Estados Unidos. Ni China ni Rusia ni Brasil irán ya en su ayuda.
Habrá que observar qué logra Obama en Cuba, ver si se conforma con poco o muy poco, y si contribuye a acercar a los cubanos a la libertad. Si nada de eso ocurre, sólo queda esperar que Obama sea un líder que no comprendemos pues apuesta a largo plazo. Un plazo que hallará a los Castro ya fuera del poder o la vida.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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