La moda hace unos años era hablar de los sabios profesores en gruesos tweeds que educaban a los chilenos en francés, álgebra y latín. Era la educación pública, gratuita y de calidad. Se suponía que había existido y el 'neoliberalismo' la había destruido. Apenas dos de cada 10 niños terminaban el colegio a fines de los 60, pero no importaba. Jorge Manrique dijo que 'cualquiera tiempo pasado fue mejor', acá había sido devastado. Había que decirlo.
Bertrand Russell decía que era muy difícil ser feliz si las ideas del mundo que uno maneja 'no eran aprobadas por las personas con las que se mantienen relaciones sociales'. A repetir la copla de Manrique entonces. Hoy, esta especie de 'ñuñoísmo' —creencia de que la evolución y problemas de clase media acomodada, o clase alta la verdad, son los mismos que azotan al país— se hizo más general: el liberalismo nos tiene mal, desordenó nuestras vidas y destruyó todo. Patrick Deneen, académico católico traído a Chile por el IES e IdeaPaís, dice en su libro «¿Por qué ha fracasado el liberalismo?» que 'liberar a las mujeres del hogar equivalió a empeorar la esclavitud de hombres y mujeres'. Vaya nostalgia. Todo este discurso es parte de la añoranza de comprar panes en la esquina y conocer a las pololas caminando de vuelta a la casa. Y la creencia de que eso les ocurría a todos, cuando en realidad la mitad de los chilenos ni siquiera podía comprar ese pan en 1990. Y ahora le dan con que el Estado diga dónde invertir. Que miren a Corea y Singapur, dicen. Podrían mirar también a Steve Jobs y Allen Ginsberg, quienes desertaron de la universidad. A desertar entonces.
Toda esta buena onda está contaminada con la idea de que el orden liberal se contradice con cuidar el medio ambiente, regular industrias y ordenar ciudades. Ravinet y Lavín no destruyeron el centro de Santiago por liberales, sino que por iletrados e insensibles. Basta darse una vuelta por la ciudad liberal por antonomasia, Londres. Agustín Squella, por ejemplo, hace poco que celebra la «Teoría de Sentimientos Morales» de Adam Smith, lo que le ha permitido hacer menos caricaturas del liberalismo —aunque probablemente seguirá haciéndolas—. Lástima que la haya leído en el ocaso de su vida. Ojalá lo haga luego Boric. Más difícil esperarlo del diputado Winter.
Fernando Savater, prologando ese escrito de Russell, dice que 'aunque él era un crítico exigente de la sociedad contemporánea, en modo alguno (…) idealiza supuestos paraísos rurales y artesanos del ayer [como quienes] parecen suponer que antes de inventarse la televisión todo el mundo pasaba su tiempo leyendo a Shakespeare, reflexionando sobre Platón o interpretando a Mozart'. Los cuestionamientos acríticos no tienen sentido, o solo para Kate Tempest o Álvaro Henríquez, ya que 'todo está en la forma', como lo han dicho ya varias personas.
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