Postas, retenes y escuelas
En Washington DC, Kamala Harris sacó el 93% de los votos. Claramente el establishment de políticos y funcionarios no quería a Trump. […]
Fundación para el Progreso lanzó la edición en español del último libro del psicólogo social y académico de NYU, Jonathan Haidt y el abogado, Greg Lukianoff, “Malcriando a los jóvenes estadounidenses: cómo las buenas intenciones y las malas ideas están preparando a una generación para el fracaso”; libro n°1 en 2018 en Estados Unidos según Bloomberg y ganador del premio en 2019 otorgado por la Hugh Hefner Foundation en honor a la libertad de expresión.
El libro fue presentado el miércoles 28 de agosto, en la oficina FPP Santiago, por Harald Beyer, rector de la UAI, Ricardo Capponi, psiquiatra y autor del libro “Felicidad Sólida” y por Axel Kaiser, Director Ejecutivo de FPP.
Sus ejemplares ya se encuentran disponibles a la venta en las principales librerías del país y en nuestras oficinas en Valparaíso, Santiago, Concepción y Valdivia.
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El libro hace un análisis psicológico sobre por qué la manera en que están siendo educados los jóvenes sean extremadamente sensibles y débiles a los desafíos propios de toda vida en todo ámbito, desde escuchar ideas desagradables hasta trabajar responsablemente. Se trata de uno de los libros cruciales y relevantes para entender cómo la sobreprotección y el exceso de empatía están arruinando la integridad sociológica de las nuevas generaciones. Los autores ven con preocupación una creciente limitación de la libertad de expresión en los campus universitarios estadounidenses, pero el fenómeno se observa también en otras latitudes. La fragilidad emocional que se aspiraría a proteger con la restricción, es una alarma para las sociedades abiertas que difícilmente pueden progresar sin un contraste de opiniones, por muy incómodas que ellas sean. Paradojalmente, tiene un efecto contrario al deseado: exacerbar pensamientos dicotómicos creando comunidades menos inclusivas.
Jonathan Haidt es Thomas Cooley Professor of Ethical Leadership en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York. Obtuvo se PhD en psicología social en la Universidad de Pensilvania en 1992 y después fue profesor en la Universidad de Virginia por dieciséis años. Es el autor de The Righteous Mind y de The Happiness Hypothesis.
Greg Lukianoff es presidente y CEO de la Foundation for individual Rights in Education (FIRE). Es exalumno de la American University y de la Escuela de leyes de la Universidad de Stanford. Se especializa en temas de libertad de expresión y conflictos de la Primera Enmienda en temas de educación universitaria. Es el autor de Unlearning Liberty: Campus Censorship and the End of American Debate y de Freedom from Speech.
Éste es un libro acerca de tres Grandes Falacias que parecen haberse expandido largamente en años recientes:
1. La Falacia de la Fragilidad: Lo que no te mata, te hace más débil.
2. La Falacia del Razonamiento Emocional: Siempre confía en tus sentimientos.
3. La Falacia de Nosotros Versus Ellos: La vida es una batalla entre la gente buena y la gente
mala.
Si bien varias propuestas son falaces, para que una Gran Falacia califique como tal, la idea debe ajustarse a tres criterios:
1. Contradice a la sabiduría antigua (ideas que se encuentran por doquier en las literaturas relativas a la sabiduría de muchas culturas).
2. Contradice la investigación psicológica moderna en torno al bienestar.
3. Daña a los individuos y a las comunidades que las hacen propias.
Aquí mostraremos cómo estas tres Grandes Falacias —y las políticas y movimientos políticos que recurren a ellas— están causando problemas a los jóvenes, a las universidades y, en términos más generales, a las democracias liberales. Por nombrar sólo unos pocos de estos problemas: la ansiedad, la depresión y los índices de suicidio entre los adolescentes han aumentado bruscamente en los últimos años. La cultura en muchos campus universitarios se ha vuelto más uniforme ideológicamente hablando, comprometiendo la habilidad de los académicos de ir tras la verdad, y la de los estudiantes de aprender de un rango amplio de pensadores. Han proliferado los fanáticos en la extrema derecha y en la extrema izquierda, y se provocan mutuamente a niveles de odio cada vez más profundos. Las redes sociales han canalizado las pasiones partidistas hacia la creación de una «cultura de la denuncia»; cualquiera puede ser avergonzado en público por decir algo bienintencionado que alguien más interpreta de manera poco caritativa.
Las nuevas plataformas y medios de comunicación les permiten a los ciudadanos refugiarse en burbujas autoconfirmatorias, en donde sus peores miedos en torno a la maldad del otro bando pueden ser confirmados y amplificados por extremistas y cibertroles decididos a sembrar la discordia y la división. Las Tres Grandes Falacias han florecido en muchos campus universitarios, pero tienen sus raíces en las experiencias de educación y niñez tempranas, y ahora se extienden desde los campus hasta el mundo corporativo y la esfera pública, incluyendo la política nacional. También se están expandiendo desde las universidades estadounidenses hacia otras universidades del mundo angloparlante. Estas Grandes Falacias son malas para todos. Cualquier persona que manifieste interés por los jóvenes, la educación o la democracia, debiera sentirse preocupada por estas tendencias.
LOS ORÍGENES REALES DE ESTE LIBRO
... Enviamos el artículo a The Atlantic con el título «Los argumentos de la miseria. Cómo los campus enseñan distorsiones cognitivas». Al editor, Don Peck, le gustó el artículo, nos ayudó a reforzar el argumento y luego le puso un título más breve y provocativo: «La malacrianza de la mente estadounidense».
En el artículo sosteníamos que muchos padres, profesores escolares, docentes y administrativos universitarios, venían enseñándole inadvertidamente a una generación de estudiantes a valerse de hábitos mentales que por lo común se observan en personas que sufren de ansiedad y depresión. Sugeríamos que los estudiantes estaban comenzando a reaccionar con miedo y rabia a las palabras, los libros y los oradores invitados, puesto que se les había enseñado a exagerar el peligro, a utilizar el pensamiento dicotómico (o binario), a amplificar sus primeras respuestas emocionales y a tropezar con varias otras distorsiones cognitivas (a ellas nos referiremos con mayor detalle en el transcurso del libro). Estos patrones de pensamiento dañaban directamente la salud mental de los estudiantes e interferían con su desarrollo intelectual —y en ocasiones con el desarrollo de quienes les rodean—. En algunas universidades parecía estar emergiendo una cultura de autocensura defensiva, en parte como respuesta a estudiantes que eran rápidos en «denunciar» o avergonzar a otros por pequeñeces que ellos consideraban insensibles —ya fuese para el estudiante que denunciaba o para los miembros del grupo que él defendía—. A este patrón lo denominamos actitud protectora vengativa y sostuvimos que tal comportamiento les hacía más difícil a todos los estudiantes mantener discusiones abiertas en las que pudiesen practicar las habilidades esenciales del pensamiento crítico y del disenso civilizado.
Nuestro artículo se publicó en la página web de The Atlantic el 11 de agosto de 2015, y el ejemplar de la revista que lo contenía llegó a los kioscos alrededor de una semana después. Esperábamos una oleada de críticas, pero mucha gente, desde el interior del campus como fuera de éste, y a lo largo de todo el espectro político, se había percatado de las tendencias que describíamos, con lo que la recepción inicial del ensayo fue abrumadoramente positiva. Nuestro artículo pasó a ser uno de los cinco más vistos de todos los tiempos en la página web de The Atlantic, e incluso el presidente Obama se refirió a él un par de semanas más tarde durante un discurso, cuando elogió el valor de la diversidad de perspectivas y afirmó que los estudiantes no debían ser «consentidos ni protegidos de los diferentes puntos de vista».
Hacia octubre ya habíamos concluido con nuestras apariciones mediáticas en torno al artículo y ambos estuvimos felices de regresar a nuestro otro trabajo. Poco o nada sospechábamos de que los meses y años por venir iban a remecer no tan sólo al mundo académico, sino que al país entero. En 2016 también quedó claro que las Grandes Falacias y las prácticas asociadas a ellas se estaban extendiendo a universidades del Reino Unido, Canadá y Australia. Entonces, en el otoño de 2016, decidimos dedicar otra mirada a las preguntas que habíamos planteado en el artículo, una mirada más dura, y así fue que escribimos este libro.
AÑOS TUMULTUOSOS: 2015-2017
Si hoy en día, a comienzos del año 2018, miramos retrospectivamente, sorprende cuánto ha cambiado desde que publicamos el artículo en agosto de 2015. Un poderoso movimiento en pos de la justicia racial ya se había articulado, y ganaba fuerza con cada espantoso video de celular que mostraba a la policía matando hombres negros desarmados. Aquel otoño, las protestas relacionadas con temas de justicia racial explotaron en decenas de campus alrededor del país, partiendo por la Universidad de Missouri y Yale. Era un nivel de activismo que no se había visto por décadas en los campus.
Mientras tanto, durante este período, los asesinatos masivos repletaron las noticias. Los terroristas perpetraron ataques a gran escala a lo largo de Europa y Oriente Medio.6 En Estados Unidos, 14 personas fueron asesinadas y más de 20 resultaron heridas en una balacera inspirada por ISIS en San Bernardino, California;7 otro ataque inspirado por ISIS, esta vez en un club gay de Orlando, Florida, se convirtió en el tiroteo masivo más mortífero en la historia de Estados Unidos, con 49 personas asesinadas,8 y aquel número fue superado apenas dieciséis meses más tarde en Las Vegas, cuando un sujeto, armado de lo que esencialmente era una ametralladora, disparó y mató a 58 personas, e hirió a otras 851 durante un concierto al aire libre. Y 2016 se convirtió en uno de los años más extraños de la política presidencial estadounidense, cuando Donald Trump —un candidato sin experiencia política previa, considerado ampliamente inelegible debido a los muchos grupos de personas a quienes ofendía—, no sólo ganó la primaria republicana, sino también la elección. Millones de individuos salieron a las calles de todo el país a protestar el día en que asumió el mando, el odio partidista cruzado aumentó y el ciclo de noticias llegó a girar en torno al último tweet del presidente o a su último comentario sobre una guerra nuclear.
La atención volvió a centrarse en las protestas del campus durante la primavera de 2017, cuando estalló la violencia en el Middlebury College y —a una escala no vista en décadas— en la Universidad de California, Berkeley, donde los autodenominados «antifascistas» causaron daños avaluados en cientos de miles de dólares en el campus y en la ciudad, e hirieron a estudiantes y a otras personas. Seis meses después, los neonazis y los miembros del Ku Klux Klan marcharon portando antorchas por las dependencias de la Universidad de Virginia, esto un día antes de que un nacionalista blanco estrellase su auto contra una multitud de contramanifestantes, matando a una de ellos e hiriendo a otros. El año terminó con el movimiento #MeToo, a medida que muchas mujeres comenzaron a compartir públicamente historias de conductas y agresiones sexuales inapropiadas, historias que resultaron ser comunes en profesiones dominadas por hombres poderosos.
En este ambiente, prácticamente cualquier persona, de cualquier edad, ubicada en cualquier lugar del espectro político, podía dar razones sólidas para estar ansiosa, deprimida o indignada. ¿No constituía todo esto una explicación suficiente para el descontento y las nuevas exigencias de «seguridad» en el campus? ¿Por qué volver sobre los asuntos que expusimos en el artículo de The Atlantic?
«MALACRIANZA» SIGNIFICA «SOBREPROTECCIÓN»
Nosotros siempre hemos sido ambivalentes ante la palabra «malacrianza». No nos gustaba la implicancia de que hoy por hoy los niños son consentidos, mimados y flojos, ya que ello no es exacto. Los jóvenes de hoy —al menos aquellos que compiten por plazas en universidades selectivas— están bajo una enorme presión para rendir académicamente y engrosar un largo listado de logros extracurriculares. Mientras tanto, todos los adolescentes enfrentan nuevas formas de acoso, insulto y competencia social por medio de las redes sociales. Sus perspectivas económicas son inciertas dentro de una economía que está siendo reestructurada por la globalización, la automatización y la inteligencia artificial, y que se caracteriza por el estancamiento salarial para la mayoría de los trabajadores. De modo que la mayoría de los niños no gozan de una infancia fácil ni consentida. Pero tal como lo demostraremos en este libro, hoy por hoy los adultos dedican muchos más esfuerzos en proteger a los niños, y esta extralimitación podría estar teniendo efectos negativos. Las definiciones de «malcriar» del diccionario enfatizan esta sobreprotección; por ejemplo: «tratar con extremo o excesivo cuidado o amabilidad».10 La culpa reside en los adultos y en las prácticas institucionales, de aquí nuestro subtítulo: «Cómo las buenas intenciones y las malas ideas disponen a una generación al fracaso». Precisamente sobre esto trata el libro. Mostraremos cómo la sobreprotección bienintencionada —desde las prohibiciones al maní en las escuelas primarias hasta los códigos de expresión en los campus universitarios— puede terminar provocando más daño que bienestar.
Pero la sobreprotección es sólo parte de una tendencia mayor que nosotros denominamos «problemas del progreso». El término apunta a las malas consecuencias provocadas por cambios sociales que aun así fueron positivos. Es fenomenal que nuestro sistema económico produzca abundancia de comida a precios bajos, pero el lado oscuro es la epidemia de obesidad. Es fenomenal que podamos comunicarnos y conectarnos con la gente instantáneamente y gratis, pero esta hiperconexión puede estar dañando la salud mental de los jóvenes. Es fenomenal que dispongamos de refrigeradores, antidepresivos, aire acondicionado, agua fría y caliente, y de la capacidad de escapar de la mayoría de las dificultades físicas intercaladas en la vida diaria de nuestros ancestros allá en los albores de nuestra especie. El confort y la seguridad física son bendiciones para la humanidad, pero también acarrean algunos costos. Nos adaptamos a nuestras nuevas y mejoradas circunstancias, y luego bajamos la vara ante lo que percibimos como niveles intolerables de incomodidad y riesgo. Para los estándares de nuestros bisabuelos, prácticamente todos somos unos mimados. Cada generación tiende a ver a la siguiente como débil, quejumbrosa y carente de resiliencia. Aquellas generaciones más antiguas pueden tener algo de razón, a pesar de que estos cambios generacionales reflejan un progreso real y positivo.
Para repetir: no estamos diciendo que los problemas que enfrentan los estudiantes, y los jóvenes en términos más generales, son menores o que «sólo están en sus cabezas». Estamos diciendo que lo que las personas eligen hacer en sus cabezas determinará cómo estos problemas reales las afectarán. Nuestro argumento es en última instancia pragmático, no moralista: cualquiera que sea tu identidad, origen o ideología política, serás más feliz, más saludable, más fuerte, y tendrás más probabilidades de alcanzar con éxito tus propias metas, si haces lo contrario de lo que aconsejaba Misoponos. Eso significa ir en búsqueda de desafíos (en vez de eliminar o evitar todo lo que «se siente inseguro»), liberarte a ti mismo de las distorsiones cognitivas (en vez de siempre confiar en tus sentimientos iniciales) y ver al resto con generosidad y buscar matices (en vez de asumir lo peor de las personas dentro de la moral simplista del nosotros-versus-ellos).
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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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