Apropiarse de las herramientas culturales -controlar la llave de paso de los fondos estatales- perpetúa la lógica de los artistas mendigando recursos al Estado y la triste idea de que quien pone la plata, pone la música. Lo anterior no es exclusivo de los gobiernos de izquierda: el gobierno de Piñera hizo poco por mejorar la situación. Parece que la tentación de tener la máquina cultural a disposición y tranquilizar a los artistas es más fuerte que la necesidad de cambios. Al controlar esta llave de paso financiera, el propio ministerio que quiere promover las diferentes culturas termina ahogándolas: sólo en condiciones de libertad, de autonomía creadora, es posible que las artes ocupen el espacio que merecen en la sociedad. ¿Estarán dispuestos los candidatos a dejar de desviar más plata estatal hacia los creadores de cultura, en vez de potenciar el rol de la sociedad civil?
¿Se atreverán los candidatos a proponer cambios al mecanismo de financiamiento actual? Los artistas están para mucho más que eso. Su rol es todavía más importante en tiempos en que impera la dictadura de lo políticamente correcto: gran parte de la denuncia pasa por sus manos. Eso no es posible con un ministerio que monopoliza la cultura, la reduce a la memoria histórica y que se entiende como el único mecanismo de financiamiento de la cultura y las artes. Y es que el ministerio no puede ser el centro, sino que los propios creadores deben dirigir el camino. Porque, aunque el proyecto no lo considere, existe cultura sin Estado.
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