Madurez tributaria
La madurez implica dejar la etapa de la inocencia; asumir responsablemente nuestra realidad y buscar transformarla por medio de nuestros actos. La idea mesiánica de que el bienestar de la sociedad depende de una fórmula perfecta de distribución atenta claramente contra el deber de involucrarnos en favor del bien común.
En Chile, la discusión tributaria es todavía muy inmadura: siempre se trata de que otro pague más. Las exenciones y la progresividad en las tasas terminan por cristalizar la idea de que siempre habrá personas con más ingresos o con una actividad menos relevante en la economía que estarán más obligados a asumir mayor carga tributaria.
Los políticos tampoco colaboran con dotar de mayor seriedad a la discusión fiscal a causa de su eterna y vana promesa de que serán los más ricos quienes soportarán sus reformas tributarias, como si se tratara de seres celestes que no guardan relación alguna con los ingresos del resto de los chilenos. Esto es a todas luces una ilusión y esta mala idea se ha traducido a lo largo de la historia reciente en un alza considerable en los impuestos que tarde o temprano terminamos pagando todos. Puede ser que “los ricos” paguen directamente a la Tesorería General de la República, pero el resto de los chilenos lo pagan con sueldos más bajos y el país en general con menor productividad y menor inversión.
La madurez implica dejar la etapa de la inocencia; asumir responsablemente nuestra realidad y buscar transformarla por medio de nuestros actos. La idea mesiánica de que el bienestar de la sociedad depende de una fórmula perfecta de distribución atenta claramente contra el deber de involucrarnos en favor del bien común. Lo cierto es que el bienestar de las personas va mucho más allá de su capacidad de financiar lo que los políticos pueden hacer por la sociedad. El bien de las personas se basa en sus actos libres y no en un mero “estado de cosas resultante” que dicen garantizar los Estados de bienestar.
¿Cuándo tendremos un debate tributario maduro? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que la presión impositiva nos afecta a todos, solo que algunos lo advierten antes? Ese día llegará cuando con verdadera empatía digamos que «lo que no quiero para mí, no lo quiero para nadie»; a partir de ese momento los impuestos volverán a ser la presión forzosa de la que nadie está libre y no “aquello que otros deben pagar”. Recién ahí podremos discutir los impuestos en serio.
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