Los nuevos muros
Hoy el socialismo cuenta con nuevos adeptos que ya no hablan de dictadura proletaria, sino que de régimen de lo público y derechos sociales. Tampoco hablan de abolir la propiedad privada o socializar los medios de producción — salvo uno que otro diputado demagogo por ahí —, sino que plantean controlar el egoísmo, la codicia y el consumismo irresponsable; es decir, de "humanizar el mercado". En general, creen que las dictaduras comunistas no fueron el verdadero socialismo, sino una lamentable desviación del ideario.
Pero los nuevos promotores del socialismo, al igual que los de antaño, tienen un profundo desprecio por cualquier atisbo de autonomía individual contraria a un supuesto bien colectivo. Su anti individualismo y falta de fe en la libertad humana contrasta con su clara confianza en la coerción estatal para imponer lo que ellos consideran correcto. Al igual que los socialistas de viejo cuño, en su afán de, parafraseando a Bujarin, transformar el material humano de la época capitalista en la humanidad comunista, quieren ejercer dominio sobre cada aspecto de la vida de las personas, controlando sutilmente sus pesos, sus opiniones, los chistes y programas que ven o escuchan, sus modales, los productos que consumen, sus aspiraciones, intereses y deseos. Así, bajo diversos eufemismos, en Chile el socialismo se extiende como un despotismo blando, como la peor de las tiranías según Alexis de Tocqueville: el tutelaje estatal benigno.
Los nuevos muros socialistas no serán de ladrillos con torres de vigilancia con francotiradores ni estarán rodeados con alambres de púas, como el que cayó un 9 de noviembre de 1989 en Berlín. En su lugar, tendrán la forma de una extensa serie de prohibiciones e intervenciones, tributarias, sanitarias, alimentarias, culturales, económicas y políticas. Todas aplicadas mediante una sonriente y amigable burocracia, en nombre de su propio bien. Bienvenidos al nuevo puritanismo socialista.
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