¿Liberales huérfanos o emancipados?
En Chile no existe una fuerza liberal como tal. Los últimos grandes liberales desaparecieron a inicios del siglo XX bajo el auge del nacionalismo y otras derivas colectivistas. Esos liberales fueron los que impulsaron durante la centuria previa diversas libertades civiles y políticas como la libertad de culto, de enseñanza, la disminución del poder presidencial, el derecho a petición y la libertad electoral, entre otras cosas. Lastarria fue quizás su mayor representante teórico y práctico. No era un liberal igualitario como un diputado pretende, sino un liberal clásico, crítico de la intervención del Estado en las relaciones económicas, del proceso jacobino francés, promotor de la mayor atomización del poder político y la mayor libertad individual en todo sentido.
La tradición liberal como fuerza política murió hace años en Chile. Los Chicago boys durante los ’80, de la mano de lo planteado por Milton Friedman, no fueron un “revival” del liberalismo clásico, sino más bien expresión de la pragmática aplicación de medidas económicas, para reactivar una economía abatida bajo varias décadas de agobiante intervencionismo estatal. El liberalismo no se convirtió en un ideal político de largo alcance, por lo que tampoco se convirtió en una ideología con base ciudadana ni siquiera entre las propias élites.
Por eso, la actual discusión al interior de Chile Vamos no es entre liberales y conservadores, sino entre diversas variantes del conservadurismo chileno, tan único en el mundo, donde se mezclan desde un nacionalismo con cierto filo militarismo anti democrático, pasando por un cierto integrismo católico con atisbos de liberalismo económico con marcados criterios mercantilistas y cosistas, hasta un socialcristianismo con claros atisbos anti liberales y corporativistas. En ese sentido, los liberales, como tales, no tienen presencia en la coalición de derecha y tampoco probablemente la van a tener en el futuro, aunque se diga o se crea que hay ciertas posturas o planteamientos cercanos al credo liberal. En ese sentido, el liberalismo no tiene espacio como ideal político ni siquiera para intentar posicionarse hegemónicamente, más allá de la aplicación pragmática de ciertos criterios, una vez más, económicos o utilitarios. Esto, contrario a lo que se piensa, significa una gran oportunidad para que se desarrolle como ideal ético y político.
Los liberales, tal como ocurrió durante el siglo XIX luego de la derrota en Lircay, deben reactivar y formar sus propias fuerzas desde una matriz que no sólo sea económica sino sobre todo política, social y cultural. Es decir, reivindicando la libertad humana como contrapuesta al poder, en todo sentido. Ese sí debe ser un absoluto ético, que no implica la promoción de la selva sino el respeto y primacía de las autonomías personales mediante el establecimiento de reglas generales. Esto implica entender las complejidades de la misma, sobre todo en tiempos vertiginosos donde los cambios son rápidos. Los actuales liberales deben adoptar una posición reflexiva frente a los tiempos que se viven, donde parecen extenderse pretensiones paternalistas, corporativistas o claramente autoritarias sobre los ciudadanos, incluso en nombre de su seguridad o bienestar. Lo primero que deben hacer es defender sus ideas con convicción, escapando de la mera conveniencia de encontrar espacios en lugares donde sus ideas son vistas como simples instrumentos con cierta utilidad o cuestiones excéntricas. Es decir, deben defender su ideal.
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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad de los autores y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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