Días atrás, a propósito del predominio de mentiras en las redes sociales en torno a la campaña presidencial en ese pais, Barack Obama dijo que las noticias falsas eran una amenaza real para cualquier sistema democrático. Algunos dicen que nuestra época es la de la posverdad. Similar idea planteaba Ortega y Gasset cuando describía el predominio de la sinrazón en los hombres masa, a inicios del siglo XX. Pero claro, cada período tiene un sujeto característico y el actual tiene el suyo: el troll de las redes sociales. Ese energúmeno que — muchas veces tras el anonimato de un perfil falso— dedica gran parte de su tiempo a insultar, denostar y menospreciar a quienes disienten de sus alegatos y convicciones. El troll es una nueva especie de fanático, que desahoga sus pasiones y su voluntarismo incontinente a través del teclado. Sus palabras no articulan nada, sino que simplemente esconden sus exaltaciones. Sus insultos son el reflejo del frenesí de una voluntad indomable, traducida en burdo desprecio hacia otros. Por eso, en su nula capacidad de pensar, en sus permanentes contradicciones, el troll confunde argumentos con insultos.
El pensar, al modo en que Hannah Arendt lo planteaba, implica la facultad de juzgar. Perder esa capacidad significa desperdiciar la más política de las capacidades espirituales de los hombres", según la filósofa alemana. Así, el predominio del voluntarismo, la supremacía irracional de las pasiones abren la puerta no sólo a la preponderancia de la mentira en la opinión, sino que también de la arbitrariedad, lo que implica una paulatina y sutil supresión de la Política. Sí, la política con mayúsculas. Porque el predominio de una retórica mentirosa y contradictoria fue la forma en que se constituyó el triste camino hacia el totalitarismo del siglo XX.
Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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