Las élites y los populistas
Por estos días se encuentra de visita en nuestro país el connotado historiador británico Michael Burleigh. Con credenciales que lo han llevado a enseñar en Oxford, London School of Economics y Stanford, este experto en la historia del nazismo ha venido tras un esfuerzo conjunto de Red Cultural y la Fundación para el Progreso.
Una de sus primeras intervenciones la realizó en la Universidad Adolfo Ibáñez, donde fue invitado por la cátedra Friedrich Hayek, de la cual este columnista es el director. Frente a cientos de alumnos analizó en profundidad el populismo en el escenario europeo y americano actual, tema que abordará en su próximo libro. A mi juicio la gran lección de la charla de Burleigh es que los movimientos populistas se nutren especialmente de élites que se desconectan de la realidad de sus ciudadanos.
Viviendo como príncipes y utilizando la política como trampolín para entrar a grandes empresas o medios de comunicación donde luego se hacen ricos, las élites actuales en Europa y Estados Unidos han deteriorado enormemente su credibilidad en tanto servidores públicos. Los excesos versallescos de la Unión Europea, la corrupción de la clase gobernante americana y el desprecio que mediante la impostura de lo políticamente correcto sienten por el ciudadano promedio y sus problemas, han contribuido a formar el caldo de cultivo para la reacción populista que vemos hoy.
Y es que la esencia del populismo es dividir a la sociedad entre el llamado "pueblo", esto es, la gente común y la élite "privilegiada". Y sin duda gran parte de la denuncia populista actual es correcta. Cuando Donald Trump decía que Washington estaba tomado por grupos de interés tenía razón. Él, por su puesto, resultó ser más de lo mismo, pero el discurso le sirvió para llegar al poder. Cuando el temible Geert Wilders en Holanda dice que el islam representa una cultura incompatible con occidente nadie puede discutir que está tocando un tema real.
Obviamente sin hacer las diferenciaciones correspondientes, pero es claro que hay un problema gravísimo en Europa con la integración de comunidades islámicas. Lo mismo ocurre cuando Le Pen en Francia sostiene que la inmigración cuesta al Estado francés recursos que deberían ser para los franceses o cuando Farage en Inglaterra denuncia el monstruo burocrático e inoperante que es la Unión Europea o cuando la Alternative für Deutschland (AFD) en Alemania, partido fundado por profesores de economía, critica el euro por ser un proyecto desastroso.
Ahora bien, ¿cuál ha sido la reacción de las élites establecidas ante todas esas quejas, muchas de las cuales apuntan a realidades que afectan a grandes sectores de la población? Pues acallarlos acusándolos de racistas, nacionalistas, nazis, islamofobos y todo tipo de insultos. Y así es imposible representar al ciudadano común. Como bien dijo Burleigh en su exposición, con estas élites no es raro que la gente opte por populistas.
Por lo pronto veremos si en Francia Le Pen obtiene una victoria, lo que es improbable pero no imposible. Si ello llega a ocurrir, comentó Burleigh, sería probablemente el fin de la Unión Europea. Responsabilidad que no será de Le Pen, sino de la misma UE y de la élite francesa que ha sido incapaz de resolver uno solo de los problemas que hace años aquejan a Francia. Por eso discrepo de Burleigh en la idea de que estos movimientos se desvanecerán en la medida en que la rabia de quienes los apoyen desaparezca.
No se ve por dónde los problemas económicos, migratorios, terroristas y políticos que afectan a una Europa con estados benefactores escleróticos, una burocracia implacable y una corrección política desatada, se arreglen en el mediano plazo. Ni mucho menos que las ideas socialistas predominantes den paso a un auténtico y serio discurso de libertad, que es algo hace tiempo ausente en el viejo continente.
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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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