¿Chile se moderó?
Confieso que los analistas políticos que abusan del término «moderación» me aburren soberanamente. En sus discursos, «moderación» es una palabra […]
Publicado en El Mercurio, 27.04.2017En su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel 2015, Svetlana Alexiévich expresó estas palabras: "Varlam Shalámov escribió alguna vez: 'Yo participé en una batalla colosal, una batalla perdida por una genuina renovación de la humanidad'. Yo reconstruyo la historia de esa batalla, sus victorias y sus derrotas. La historia de cómo la gente quiso construir el Reino Celestial en la Tierra. ¡El paraíso! ¡La Ciudad del Sol! Y, al final, todo lo que quedó fue un mar de sangre, millones de vidas arruinadas". Ese es el mejor resumen de la tragedia de la Revolución Rusa que hoy, a cien años de aquel dramático 1917, rememoramos.
Ningún hecho político marcó tanto el siglo XX como la toma del poder por los bolcheviques en octubre de ese año. Sesenta años después, una tercera parte de la humanidad vivía bajo dictaduras marxista-leninistas. Y también la historia de los países que resistieron el embate de la marea leninista estuvo marcada por la misma. Aún hoy, una quinta parte de la humanidad está regida por partidos de raigambre leninista y uno de sus exponentes más genuinos participa en el gobierno de Chile.
La verdad es que es difícil encontrar algún paralelo a un éxito político semejante, no menos considerando la secuela de muerte y opresión que siguió a la implantación de los regímenes comunistas. Ese es un tema central del seminario "Rusia 1917: La utopía de la hoz y el martillo", que se celebra entre ayer y hoy en la Universidad del Desarrollo y al que he dedicado un libro reciente ("Lenin y el totalitarismo", Debate).
A mi juicio, tres factores ayudan a explicar este éxito sin precedentes. Primero, la poderosa utopía de Marx sobre el advenimiento de una especie de paraíso terrenal, superador de todas las carencias y conflictos propios de la existencia humana, una verdadera "sociedad total" poblada por "hombres nuevos", donde toda separación entre individuo y colectivo desaparece. En este sentido, el marxismo predica, en clave atea, un mensaje religioso que propone realizar en este mundo aquel reino que Jesús, sabiamente, puso en el más allá.
"Así se realizó la utopía de Marx, pero en vez del paraíso prometido, surgió el peor infierno hasta hoy conocido."
El segundo factor de este éxito se relaciona con el atraso de las sociedades donde se concretó. Se trata de una paradoja, ya que para Marx la revolución comunista debía fluir del desarrollo capitalista y nada tenía que hacer con sociedades que aún estaban a sus puertas. Sin embargo, la conciencia y desesperación del atraso creó un terreno extremadamente propicio para la siembra utópica. Ante todo entre la intelectualidad, que indignada frente a las limitaciones del presente, se lanzará a soñar un futuro ideal encaminándose hacia una lucha sin cuartel contra el régimen existente.
Este es el caso de la así llamada intelligentsia rusa, que dio origen al nihilismo de la década de 1860 y que luego derivaría en el "populismo" de orientación terrorista, cuyo éxito más espectacular fue el asesinato del zar Alejandro II en 1881. Se trata de aquellos "magníficos jóvenes fanáticos, creyentes sin Dios, héroes sin ambigüedades" de los que Mijaíl Bakunin habló ya en 1869. Ese es el contexto de la radicalización de Vladímir Ilich Uliánov, aquel joven noble hereditario que pasará a la historia como Lenin.
El tercer factor del éxito revolucionario es el aporte específico de Lenin al marxismo: la creación del partido de revolucionarios profesionales, militantes absolutamente dedicados a la causa, que viven para el partido y no conocen nada superior a la "orden de partido". Estos militantes profesarán la así llamada "moral revolucionaria", para la cual cualquier medio es bueno sie realizó la utopía de Marx, pero en vez del paraíso prometido, surgió el peor infierno hasta hoy conocido. favorece la causa de la revolución. Así, la promesa de un paraíso terrenal se convertirá en la justificación de un accionar profundamente amoral, donde caben desde los votos y la acción parlamentaria hasta las balas y el terror.
Esta fue la implacable herramienta con que Lenin conquistó el poder en 1917 y la base del régimen de terror que Stalin perfeccionó, creando la primera sociedad total o totalitaria de la historia. Así se realizó la utopía de Marx, pero en vez del paraíso prometido, surgió el peor infierno hasta hoy conocido.
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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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