El hombre más solo
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Publicado en El Líbero, 23.03.2024El feminismo en la actualidad puede definirse como lo que Elizabeth Roudinesco denomina una deriva identitaria. Para entender esto, un ejemplo útil es la clásica discusión que se produce entre mujeres cuando aquellas “«disidentes» reportan no sentirse representadas por las manifestaciones actuales de la cuestión femenina. A ellas se las emplaza con total soberbia y bajeza intelectual, recriminándoles que deberían agradecerle al movimiento su posibilidad de estudiar, elegir a su pareja, trabajar y poder votar. Sin embargo, las defensoras del actual feminismo olvidan que muchos de esos logros se dieron gracias al auge de ideas y principios propios del liberalismo, como el concepto de libertad individual, igualdad ante la ley, sufragio universal, libre mercado y el habeas corpus. Si bien es cierto que al momento de las conquistas liberales las mujeres no fueron admitidas, esta fue la tradición que motivó la concepción de la mujer como una ciudadana igual en libertad y derechos y con ello, con responsabilidades propias de quien es considerado sujeto de derecho.
«Es necesario que el feminismo se reencuentre con sus orígenes, en donde la igualdad de opciones y la libertad de elección eran el centro y no así, una visión retorcida de la relación entre los sexos que lo único que producirá será la devaluación de la realidad femenina».
En este sentido uno de los grandes quiebres que se da en la historia del movimiento fue con los postulados de Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo, donde establece que «ser mujer no se nace, sino que se llega a serlo» aludiendo a que lo femenino es un mero constructo social, motivado por el patriarcado para establecer en la mujer un sujeto de sumisión. Esta línea ha sido una de las más potentes y ha motivado la gran mayoría de las políticas públicas basadas en la ideología de género, estableciendo una cultura de «políticas de discriminación positiva». Así, el gran problema de estos fundamentos ideológicos es que sus diagnósticos frente a la realidad son errados, dado que todos son analizados bajo el prisma viciado del sometimiento de la mujer. Se cree que las diferencias en los resultados entre hombres y mujeres siempre se explican por injusticias sistemáticas de un sistema patriarcal heteronormado y no por las diferencias en las propias decisiones.
Las autoras Claudia Goldin y Susan Pinker han demostrado que muchas veces semejantes diferencias no se explican por discriminaciones arbitrarias. Por ende, basar las políticas púbicas en dichos supuestos puede tener consecuencias negativas, sobre todo para las mismas mujeres. En el caso de Goldin, premio Nobel de Economía, en su obra Carreer and Family, explica que uno de los problemas centrales para comprender las brechas salariales es el denominado «impuesto al primer hijo». Con ello Goldin analiza que el desempeño académico-laboral entre hombres y mujeres es idéntico hasta el nacimiento del primer hijo. En este punto, según el rastreo de Goldin, las mujeres empiezan a tomar decisiones distintas al elegir trabajos más flexibles y amigables con la crianza, mientras que sus pares masculinos continúan sus carreras con mayor disponibilidad al denominado “greedy work” o trabajo codicioso, en referencia a esas horas extras los fines de semanas, feriados y en horas nocturnas, explicando en gran medida las diferencias de sueldo.
Este estudio puede complementarse con la perspectiva de la psicóloga del desarrollo, Susan Pinker, quien su libro The sexual paradox demuestra que la diferencia en las trayectorias laborales entre los sexos, muchas veces se explican por la diferencia de intereses y motivaciones personales. Esto quiere decir que, en parte, las mujeres buscan otros tipos de trabajos dado que miden su éxito profesional y bienestar laboral en base a objetivos diferentes. A diferencia de los hombres, las mujeres valoran más la flexibilidad de horarios, el contacto humano en el trabajo y buscan mayor impacto social con su carrera, mientras que los hombres tienden a ser más concretos, midiendo el éxito en base a los salarios y puestos más altos en las jerarquías corporativas. Además, Pinker agrega que incluso mujeres sin hijos o con hijos mayores, que no requerían de sus cuidados, seguían tendiendo a este estilo laboral.
Estas perspectivas permiten entender que en la realidad existen diferencias fundamentales entre los sexos y estas son muy relevantes a la hora de considerar políticas públicas eficientes, que busquen fomentar una mejor integración de la mujer al mundo laboral. Estas consideraciones son útiles para quienes buscamos la igualdad de oportunidades, pero que entendemos que la libertad permite la diferencia de resultados.
De esta manera, es necesario que el feminismo se reencuentre con sus orígenes, en donde la igualdad de opciones y la libertad de elección eran el centro y no así, una visión retorcida de la relación entre los sexos que lo único que producirá será la devaluación de la realidad femenina. La comprensión correcta de la libertad y la dignidad de la mujer es esencial para la realización de políticas que realmente consideren a las ciudadanas como agentes capaces, libres y responsables de su propio proyecto vital.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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