En 2012, para convencer al electorado democratacristiano, Claudio Orrego utilizó una campaña que dio para mucho pelambre. Un cartel con su rostro y una leyenda: "Soy católico y qué". La candidez lo convirtió en tema de la semana, pero no le alcanzó para derrotar en la primaria a Michelle Bachelet.
Lo de Orrego no es algo aislado. Hoy predomina una obsesión con eso de la "incorrección política", y es precisamente el mundo conservador el que más provecho le ha sacado. Hace poco pude ver a un actual candidato jactándose de su homofobia, amparado en una supuesta valentía del atrevimiento. Es divertido que quienes piensan de esa forma tengan siempre que protegerse tras un resquicio de ese tipo. Saben que están cometiendo un error, y esconden su rechazo visceral entre risas y carteles amables. Pero cuando se descubre lo que esconden bajo el manto del anhelo electoral, todos reaccionan como engañados.
Personas como ese candidato creen que respetar y fomentar la diversidad es pura corrección política. Se equivocan. En los pliegues de lo que dicen se esconde, en realidad, el anhelo de uniformarlo todo y normalizar el llamado "buen gusto". La verdadera incorrección política —que yo, al menos, considero positiva— es entender que todos somos tan diferentes, que incluso aquellos que tienen opiniones que me parecen retrógradas merecen poder decirlas. La libertad de expresión y el respeto a la diversidad traen otro beneficio: terminan haciendo visible lo invisible. Es bueno que un candidato exprese su homofobia en público, pues es bueno que podamos saber así quién es realmente.
Esta visibilidad es una herramienta para el votante, pues así puede tomar su decisión de manera mucho más expedita. Se alude a que la libertad de expresión tiene como contra el que las ideas violentas pueden volverse dominantes. Es ahí cuando nuestra responsabilidad juega un rol clave. No debemos minimizar los afanes restrictivos de nuestros candidatos, sino considerarlos como un lastre a sus propuestas de gestión. Tenemos que asumir que la democracia es aceptar el diálogo entre personas, culturas e ideologías diferentes. No vaya a ser que por el puro gusto de ser "políticamente incorrectos", terminemos construyendo guetos, muros, campos de concentración y justificando la persecución política otra vez.
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