El espíritu del 5 de octubre
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Publicado en Individuo, 07.10.2021Hoy en día se puede percibir una narrativa que castiga la individualidad. Pareciera que buscar el bienestar individual se asociara al egoísmo, avaricia y otros tantos pecados que amenazan la vida en sociedad. Sin embrago, esta postura olvida que empatía no es lo mismo a “sentir como el otro siente”; bondad no es hacer sentir bien a los demás a toda costa; y opinar de forma crítica no separa al individuo de su vínculo social. De esta forma, Carl Jung propuso que lo deseable en el desarrollo humano es experimentar el proceso de individuación, separándose de las alienaciones de las masas (propias de la adolescencia) y llevándolo a la autorrealización del self. De esta forma, Jung se oponía a la participación en conglomerados o colectivos, puesto que disminuían la responsabilidad y la ética individual, diluyendo sus deberes en la ética colectiva (Alonso, 2018).
Pareciera, que el sentido de la responsabilidad, la búsqueda de la verdad y la libertad se asocian al desarrollo de una individualidad fuerte y definida. Si bien se culpa a los tiempos de hoy, por el creciente individualismo y narcisismo, paradojalmente, es cada vez mayor la tendencia hacia el pensamiento y análisis grupal de la realidad. A pesar de ser evidente la importancia que tienen los vínculos sociales, la pertenencia grupal y la identidad social en la vida del individuo; el problema está en cuando se toman decisiones por mera simpatía social. Esto quiere decir que, muchas veces, el análisis de la realidad está en juego, puesto que se pierde la objetividad a favor de las fuerzas centrífugas del denominado groupthink.
Estudios sobre este fenómeno en las escuelas universitarias han demostrado que la academia también es víctima del pensamiento grupal, produciendo no solo una homogeneización del profesorado, sino de los contenidos y de las investigaciones. De esta forma, lo enseñado no siempre está regido por el ideal de búsqueda irrestricta de la verdad, sino que muchas veces es “filtrado” para hacerlo acorde a lo que los miembros de las facultades tienden a defender moral e ideológicamente. En efecto, aumenta la creencia de la moralidad inherente en el grupo y quienes son excluidos de esa “pirámide” carecen de credibilidad intelectual (Klein y Stern, 2009).
Otro aspecto es la estrechez de miras, donde se generan dogmas que justifican la incapacidad de refutar ideas desafiantes. Así, esta confianza en la validación consensual tiende a reemplazar el pensamiento crítico individual. A ello se le agrega, la tendencia a la cancelación de los exogrupos y la autocensura. Esto último es especialmente grave puesto que los académicos han demostrado silenciar tanto sus propias críticas como la de los demás, abriendo la puerta a la denominada “corrección política”, que en el sustrato psicológico se traduce como una supresión de los desacuerdos (Klein y Stern, 2009.
La gravedad del asunto, es que quienes deberían estar impulsando nuevos conocimientos y educando a los nuevos pensadores, se ven inhabilitados −muchas veces voluntariamente− a pensar, estudiar y a enseñar por el hecho de pertenecer a una colectividad. Frente a ello, se puede analizar que el pensamiento grupal se transforma en un sesgo cognitivo, que interviene en la forma de aprehender la realidad, de estudiarla y de argumentarla. Este sesgo aparecía en la literatura como algo lejano, propio de las élites políticas que debían tomar decisiones bajo situaciones de alto estrés. Sin embargo, no necesariamente es así. El sesgo que impide el libre pensamiento se encuentra en ambientes de convivencia laboral, sin mayores estresores.
Así, frente a la creciente admiración por la ética “comunitaria” o colectiva, es necesario replantearnos la importancia de ser individuos, de lograr una totalidad indivisible y única, que permita la generación de ideas divergentes, abiertas y libres. Ideas que aseguren la responsabilidad de los propios actos y que, mediante la definición de los límites del sí mismo, defiendan las fronteras del otro. Tal como postulaba Carl Jung: “cuanto más fuertes son las normas colectivas que gobiernan la vida de las personas, tanto mayor es su inmoralidad a nivel individual” (Alonso, 2018).
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