Postas, retenes y escuelas
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Publicado en Crónica Chillán, 18.06.2014En los últimos días la autoridad de Salud de Ñuble ha aplicado multas por infracción a la normativa sanitaria por un total de 110 millones de pesos, de ello corresponden 71 sumarios por desplazamientos y tránsito injustificado en el contexto de pandemia. A todo esto, debemos agregar 33 sumarios por infracciones en locales con atención al público. Suma y sigue. Lo que subyace a esta compleja realidad ante la adversidad de la pandemia, no es más que el efecto de la anomia en nuestra sociedad.
La anomia es un fenómeno que dice relación con una desorientación normativa, es decir, que la conducta que guía a las personas carece de ser orientada por normas. Las reglas que nos otorgamos ya no orientan a las personas. En fácil, todo está permitido. Sumado a que las instituciones primarias que anclaban a las personas a las normas hoy se encuentran debilitadas a más no poder, como lo son las familias, el barrio, las iglesias; éstas ya no socializan, dejando a las primeras amarradas a su pura certeza subjetiva. Por ende, ¿por qué ha de hacer caso a las medidas que las autoridades dictan si yo creo que en desplazarme o en operar un local de atención de público “no estoy contagiando a nadie o no estoy haciendo nada grave”? Eso sostendría, erradamente, el infractor.
Desde octubre a la fecha -pero con anterioridad a éste también- en Chile se venía incubando una cultura en que un sostenido declive del espacio público (véase los debates que priman hoy en razón de posteos en Redes Sociales o la difusión de noticias falsas) estaba acompañado de una creciente falta de respeto que no respetar distancias, ni autoridades o jerarquías. Esto es lo que en su libro “En el enjambre” sitúa el filósofo Byung-Chul Han al señalar: “La shitstorm, que hoy crece por doquier, indica que vivimos en una sociedad sin respeto recíproco. El respeto impone distancia. Tanto el poder como el respeto son medios de comunicación que producen distancia, que ejercen un efecto de distanciamiento”. Todo esto ha llevado a dificultar más que nunca al ejercicio del poder y el respeto a la autoridad. Hoy no existen confianzas ni las distancias necesarias para el cumplimiento irrestricto de las medidas sanitarias, puesto que detrás de cada infractor se erige un narcicismo que se considera como autoridad moral para decidir qué está bien y qué está mal, no siendo guiado por norma, principio o institución alguna.
Para superar este complejo escenario social, al menos de manera transitoria, se requerirá una fuerte campaña comunicacional la cual apele a que la mejor forma de frenar el virus es mediante el autocuidado, la prevención, el respeto recíproco, la colaboración y la responsabilidad individual. Hoy más que nunca se requieren ciudadanos criteriosos, que comprendan la magnitud del fenómeno al que asistimos y no terminen por subestimar o relativizar el impacto de sus actos, porque podrían estar contagiando a otros y/o poniendo en riesgo nuestro delicado sistema sanitario.
Pienso que la emoción que podría acompañar este discurso público es la esperanza, de que podemos salir a flote, que juntos como sociedad chilena tenemos mucho futuro por delante y ésta es la ocasión de poner a prueba la actitud resiliente que tanto nos ha caracterizado.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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