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Juan Manuel Vial Publicado en La Segunda, 01.09.2021

Juan Manuel Vial

Se cumplen ya cuatro semanas de la muerte de Juan Manuel Vial. Es extraño lo que me pasó, nunca pensé que me sentía tan amigo de él. Supe de su existencia muy tarde. Antes de eso, leía solo a veces sus críticas: cuando eran muy comentadas o me enfrentaba a ellas sin querer. Entre tantos delirios antijerarquías y modas predecibles, se echaban de menos sus escritos ahora que había jubilado de ellos. La cosa es que nos juntamos un día porque un amigo en común dijo que conversáramos, que creía que podríamos hacer algo. Me enfrenté a un gigantón muy tímido, algo caballeresco. Nos tomamos varios cafés y divagamos sobre varios proyectos. Uno de éstos cuajó en su revista Cruciales.

Como él había traducido el libro de John Byron que relata el naufragio de la fragata Wager en el sur, esa vez hablamos de expediciones, la Patagonia y de libros similares. Nos juntamos un par de veces más a comer, tomar y pelar, y algo a trabajar, ya que terminábamos hablando más de ríos, mujeres, lagos y Tierra del Fuego. Él había pescado, caminando rio abajo, el rio Azopardo. Yo solo había llegado a su puente, un puente militar donde en ese tiempo terminaba nuestra Carretera Austral. El Azopardo es un río perdido al final de la Cordillera de Darwin que desagua el lago Fagnano y termina desembocando en el Estrecho de Magallanes. Está lleno de truchas que suben desde ahí, el mar, en el seno Almirantazgo, donde hay unas islas en las que anidan los Albatros de Ceja Negra, pájaros que pueden pasar varios años en el mar sin pisar tierra alguna antes de volver a aparecer allá, en ese mismo lugar. Los dos conocíamos el río Ñireguao, en Aysén, él había ido en busca de salmones; yo de truchas. Nos reímos también de los impostados amores por las tierras lunares de Islandia que ignoraban por completo el Ñirehuao y las cuencas volcánicas del Lonquimay.

"Antes de eso, leía solo a veces sus críticas: cuando eran muy comentadas o me enfrentaba a ellas sin querer. Entre tantos delirios, antijerarquías y modas predecibles, se echaban de menos sus escritos ahora que había jubilado de ellos"

Hablábamos poco estos caóticos días, solo esporádicamente, de libros, traducciones, o escritos de uno u otro. Nos mandábamos fotos de salmones, truchas y vidriolas. Aparecía cada cierto tiempo, como los Albatros. Existía, ahí estaba, yo ni sabía la verdad. Entre los últimos mensajes que me mandó, había uno sobre un libro de filosofía gringa, que trataba a pensadores como Thoreau, James y Whitman, que le interesaba traducir, y otro, que se llamaba «Aves que veo en invierno», de un tal Lars Jonsson. Manuel desapareció este invierno así, de repente. Justo en la época en aparecen en Santiago unos pájaros diminutos que avisan de su llegada con un melancólico y agudo canto que hace honor a su nombre, Viuditas, un lamento triste, constante y elegante. Dicen que Manuel dejó hartas viudas. Mejor pensar que por ahí está, aunque igual ya no se asomó a tomar donde Tomás. No alcanzamos a hablar de música ni del mar. Tampoco del Yelcho. Y nunca fuimos a pescar.

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