Estado y explotación
El Estado, explicó el sociólogo alemán Franz Oppenheimer en su clásico de 1908 sobre la materia, surge históricamente de la explotación y esclavitud a la que grupos de cazadores y nómades mejor preparados para combatir sometieron a pueblos campesinos sedentarios. En un principio, la práctica común de estos invasores era exterminarlos para robarles su producción. Con el tiempo, sin embargo, entendieron que era mejor para ellos dejarlos subsistir, para esclavizarlos y robarles solo sus excedentes. Esta explotación es, según señaló Oppenheimer, el origen del Estado.
Oppenheiner distinguió entre medios políticos y medios económicos para obtener recursos. Los medios económicos, afirmó, son los del mercado y el comercio, es decir, el intercambio voluntario. Los medios políticos consisten en la extracción violenta de recursos. Lo que caracteriza a toda organización política -en otras palabras, lo que define al Estado- es precisamente que subiste del robo. Nada de lo anterior es un análisis ideológico o filosófico, sino sociológico e histórico. De hecho, la obra de Oppeheimer se titula 'El Estado: su historia y desarrollo desde una perspectiva sociológica'. Max Weber, en un enfoque similar, argumentaría que el Estado es una organización de personas que detenta el monopolio de la violencia física dentro de un determinado territorio y que es siempre una relación de privilegios donde hay un grupo de dominados y otro de dominadores.
Si el origen del Estado es el robo, el crimen y la explotación, y ésta, según enseña la sociología, es una relación de dominación de unos grupos que explotan a otros, entonces, ¿cómo hemos llegado en el mundo moderno a concebirlo como objeto de culto casi sagrado? El mismo Oppenheimer ofrece la respuesta: las relaciones de explotación originarias en que la clase privilegiada roba a través de impuestos el excedente de producción de los sometidos van creando una naturalización de la nueva realidad y también exigencias de parte de los explotados a los explotadores. La protección frente a otros grupos de posibles invasores es típicamente una de esas exigencias, pero es también una necesidad de los dominadores, pues el Estado solo puede subsistir en la medida en que otro grupo militarmente superior no puede destruirlo o doblegarlo.
Ideologías, mitos y todo tipo de relatos dan con el tiempo legitimidad a este vínculo, llegando al extremo de crear una verdadera 'estadolatría', es decir, una incapacidad general de concebir la existencia humana sin el Estado. Teólogos protestantes, explicó Oppenheimer, fueron los principales responsables en los tiempos modernos de crear una imagen cuasi divina del Estado, la que encontraría su máxima expresión con Hegel y su teoría de que este era la 'marcha de Dios sobre la Tierra'. Ahora bien, no hay duda de que un Estado limitado puede crear condiciones de paz para desarrollar actividades productivas. Eso es lo que propone, de hecho, el liberalismo clásico. Pero si hemos de preservar ese bienestar, jamás debemos olvidar la verdadera naturaleza parasítica y violenta del Estado, cuyo radio de acción debe restringirse severamente para evitar la pauperización de los dominados.
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