El establishment feminista y su falso desempeño
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Publicado en Radio Agricultura, 20.07.2023¿Tiene sentido hacer paralelos entre lo que sucede en la política chilena con otras experiencias en el mundo? A primera vista podría parecer un ejercicio inútil. A fin de cuentas, todo está inventado. Cualquier conducta con la que podríamos escandalizarnos en la actualidad se ha repetido por miles a lo largo de la historia. Esta primera sospecha se refuerza cuando vemos la liviandad con la cual se compara la política chilena con la española: ante el más mínimo parecido se establecen similitudes que la mayoría de las veces no pasan del reduccionismo.
Sin embargo, estos paralelos adquieren sentido cuando nos damos cuenta de que muchas de las actitudes que le afeamos a la izquierda gobernante no son errores puntuales de un par de manzanas podridas que terminan afectando a todo el cajón. Ojalá esto fuera así, solo bastaría con apartar a estos malos elementos y todo estaría arreglado. Lamentablemente, lo que ahora vemos como errores puntuales son en realidad políticas establecidas por la extrema izquierda y esta distinción demuestra que el cambio que necesita el Gobierno por el bien de nuestro país es más profundo de lo que pensamos.
La corrupción a través de las fundaciones que tanto ha golpeado al Gobierno no es un esquema defraudatorio que surgió de la mente de un par de sinvergüenzas mediopelo de Revolución Democrática. Tal como lo evidenciamos en una columna anterior, se trata de una política deliberada para financiar a la militancia y así ampliar el número de personas que viven de la política sin la necesidad de que muchos de estos sean votados. Lo dijo con total desparpajo uno de los gurúes españoles que tiene el Frente Amplio, Íñigo Errejón: «hace falta que haya una infraestructura económica autónoma que vaya a permitir, por ejemplo, acoger a una buena parte de los cuadros militantes que hoy se están dedicando a trabajos institucionales».
«Lo que ahora vemos como errores puntuales son en realidad políticas establecidas por la extrema izquierda y esta distinción demuestra que el cambio que necesita el Gobierno por el bien de nuestro país es más profundo de lo que pensamos»
La búsqueda de establecer una verdad estatal —o dicho en términos oficiales: «la lucha contra la desinformación»— no es una obsesión puntual de Camila Vallejo que se terminaría con su eventual salida del gabinete, es una política de la extrema izquierda en su conjunto. La representante de la extrema izquierda en España, Yolanda Díaz —quien estuvo presente en la asunción de Boric en calidad de ministra del Trabajo del gobierno socialista de Pedro Sánchez—, proponía en su programa de Gobierno un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales que operaría como órgano regulador, supervisor y sancionador del sector periodístico que contemplaba entre sus penas la expulsión de la carrera periodística de quien —a juicio de la izquierda— manipulara o desinformara. Este claro atentado a la libertad de prensa fue denunciado por la ciudadanía y Yolanda Díaz tuvo que echar pie atrás diciendo que la naturaleza sancionadora del órgano estaba en un borrador de la propuesta y que por error no se había subido el programa definitivo.
La pueril creencia de la superioridad moral de la izquierda no es un arrebato de soberbia puntual de Giorgio Jackson, es una creencia arraigada en toda la izquierda mundial. Claramente hay expresiones de esta creencia más sofisticadas que otras. Ignacio Sánchez-Cuenca en su libro La superioridad moral de la izquierda se toma la molestia de distinguir entre la superioridad moral predicada de las ideas y la que es predicada de las personas. Aunque creo que está equivocado en las razones que esgrime para establecer que «la ideología de izquierdas es la traducción política de los principios morales más elevados que se han desarrollado en la historia del pensamiento», me parece honesto que reconozca que eso no implica que el comportamiento de un izquierdista sea moralmente superior al de un derechista. El problema, es que son muchos los que como Giorgio Jackson se atribuyen una superioridad que no son capaces de demostrar en el plano donde se juega la moral: los actos. En España, el último en hacer gala de esta estulticia moralista fue el actor de extrema izquierda Carlos Bardem.
Es importante distinguir entre lo que es un error puntual y una política deliberada porque muchas de las cosas que les afeamos a este Gobierno forman parte de su arquitectura más elemental y no pueden ser corregidas a través de eventuales cambios de rostro. El Gobierno debe tener muy en cuenta esta diferencia si quiere revertir su lamentable presente.
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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