Discusión pública, historiografía y la función social de la memoria
Con motivo de entregar un espacio de análisis y reflexión a este 11 de septiembre, junto a Jorge Gómez y José Manuel Castro sostuvimos una conversación sobre la serie lanzada por Televisión Nacional, Los mil días de Allende. Como es conocido, los medios de comunicación masiva y el mundo artístico en general han sido grandes herramientas de difusión histórica, política y de crítica social. Es por esto, que no pocas veces han caído en la tentación de la ideologización y el revisionismo histórico, por lo que, en nuestro análisis nos enfocamos en determinar qué había de realidad, ficción y omisión en la producción de TVN.
«Cuando el debate público se centre en comprender la historia y no en censurar a quienes quieran conocerla, discutirla y defenderla, recién ahí comenzaremos a reparar las grietas de la memoria colectiva desde todos sus frentes».
Una de las grandes reflexiones que pude concluir tras esta instancia es la desorientación historiográfica que prevalece en torno a la década de 1970. Esta confusión radica en que la pregunta ha estado mal articulada, dado que ha estado enfocada siempre en el 11 de septiembre de 1973 y los años posteriores, ignorando la realidad de la historia como una secuencia de hechos, supuestos en una causalidad.
Junto a esto, se olvida también que cualquier momento en la historia se debe comprender desde la multicausalidad, al ser una disciplina social esencialmente de procesos humanos, es decir, profundamente complejos. Este error ha llevado a otro, que lo vimos latentemente este año: hacerse la pregunta de la evitabilidad del Golpe de Estado. Esta pregunta es de suma importancia para iniciar investigaciones, para organizar marcos de estudios completos, pero tremendamente falsa e ineficiente, si de ella se pretende tomar una posición seria. La historia es el estudio de lo ocurrido, no de lo que quizás pasó, por lo que continuar elucubrando sobre lo que se pudo haber hecho es tremendamente dañino para nuestra sociedad. El verdadero avance comenzará cuando nos preguntemos el cómo, el cuándo y el por qué.
El 11 de septiembre no implosionó en nuestra historia como un meteorito por que sí. Aunque algunos no lo acepten, este tiene una explicación lógica, que puede ser discutible, pero sin duda comprensible. Cuando el debate público se centre en comprender la historia y no en censurar a quienes quieran conocerla, discutirla y defenderla, recién ahí comenzaremos a reparar las grietas de la memoria colectiva desde todos sus frentes.
Como bien explica el medievalista Jaume Aurell en su artículo La Función social de la memoria «el pasado nunca acaba de estar muerto y ni siquiera puede considerarse pasado. Todo presente está conformado, en parte, por un pasado que lo sustenta y, por tanto, no puede prescindir de él». Necesitamos del pasado sin censuras para proyectarnos a un futuro iluminado, civilizado y libre.
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