El gobierno de Mauricio Macri, cuyo ascenso varios celebramos con alegría y escepticismo, debe ser observado con detención, pues representa mucho de lo que anda mal con la centro derecha en América Latina. Macri llegó al poder en un país arruinado por el kirchnerismo, que lo depredó como una plaga bíblica y llevó el efecto putrefactor de esa patología política que es el peronismo a un nivel que el mismísimo Perón, 'El gran destructor' de Argentina, habría admirado.
Como ha recordado el economista Roberto Cachanosky, cuando el kirchnerismo comenzó el país tenía un superávit fiscal de 1,59% alcanzando un 3,54% en el mejor momento. Cuando dejó el poder el superávit se había convertido en un déficit consolidado de 7,24%, es decir más de 10 puntos de destrozo fiscal a pesar de haber contado con precios récord de commodities e ingresos por impuestos equivalentes a diez Plan Marshall, el famoso programa que los americanos crearon para ayudar a la reconstrucción de Alemania luego de haber sido arrasada en la Segunda Guerra Mundial.
Gran parte del desastre se explica por el incremento de empleo estatal, que pasó de 1.381.918 puestos en 2003, a 2.204.627 en 2016, mientras la masa salarial estatal crecía a un ritmo casi tres veces mayor que la inflación. A eso se agregan US$ 161 mil millones en subsidios y otro tanto más en transferencias sociales. En otras palabras, el Estado, que ya era el principal problema en Argentina, se convirtió en un parásito que terminó acabando con el huésped.
Macri y su equipo sabían todo esto pero prefirieron hacer una campaña vacía, una venta de ilusiones y eslóganes que consistió en hacer creer a la gente que los corruptos se iban, y que llegaban los honestos, capaces, como Houdini, de torcer las leyes de la física -de la economía en este caso- y salir del desastre en un fantástico e inverosímil acto de escapismo. Y hay que reconocer que les resultó, pues ganaron la elección.
El problema es que incluso después de haber obtenido el poder prefirieron ocultar la verdad sobre el desastre que había heredado del kirchnerismo, sugiriendo que los desajustes podrían arreglarse con un gradualismo que el economista Javier Milei, quien advirtió desde el principio que el gobierno perdería el control de la situación, describió como ritmo de 'tortuga embarazada'. Pero es peor, porque, como recuerda Cachanosky, el gobierno simplemente prefirió ignorar las voces de alerta. 'Ser optimista y entusiasta es ser inteligente', dijo el jefe de gabinete en una declaración más propia de reina de concurso de belleza que de político con sentido de realidad.
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