Boric, Iglesias y la revolución global
El diario español El País ha publicado una nota titulada “La izquierda chilena mira a Podemos”. Se refiere específicamente a los puentes que estarían tendiéndose entre el diputado Gabriel Boric y el partido morado de izquierda radical encabezado por Pablo Iglesias. El texto, de lectura recomendable, evidencia tres fenómenos que la política chilena, como otras en el mundo, enfrenta con mayor intensidad en esta era.
El primero es la creciente transnacionalización –si se permite el término– de los proyectos ideológicos. Internet y la facilidad para viajar y comunicarse –la globalización en general– están haciendo cada vez más viables y efectivas las oportunidades de colaboración, el intercambio de ideas y experiencias y los apoyos mutuos. Por ejemplo, el diputado Boric junto a su colega Giorgio Jackson, de Revolución Democrática, filmaron un vídeo de apoyo a Podemos antes de las elecciones generales. “Ojalá que logren romper con la casta, con los partidos tradicionales que ya no representan las fuerzas de cambio (…) Estaremos atentos mirando su experiencia”, reporta el diario El País sobre la visón del congresista magallánico, que observa con interés el exitoso despliegue territorial de Podemos y sus reflexiones intelectuales. De hecho, ha leído Construir pueblo de Íñigo Errejón, una de las figuras importantes de los morados españoles, y la obra de la teórica francesa Chantal Mouffe, partidaria del incuestionable consenso hegemónico de izquierdas. También sigue los famosos programas de La Tuerka y Fort Apache.
Boric explica también que el objetivo no es importar Podemos, sino tener “un diálogo permanente con fuerzas progresistas, antineoliberales, no solo dentro de las estrechas fronteras nacionales sino a nivel mundial”. Recordemos los movimientos anticapitalistas y antiglobalización organizados globalmente: ATTAC, el Foro de São Paulo y tantas otras iniciativas.
El segundo fenómeno es la importación de un relato, o al menos el intento de establecer paralelos políticamente funcionales. La visión de Boric, reunido hace poco con Iglesias, parte de elementos comunes que aprecia en los procesos de transición pos-dictadura chileno y español: “Bipartidismo, consenso neoliberal, escaso recambio generacional, desmovilización de la sociedad, progresiva privatización de servicios básicos y derechos sociales”. El relato va más o menos así: Después de la dictadura –de Franco o Pinochet– los partidos, marginando al pueblo, se asociaron para imponer un consenso neoliberal que les ha permitido enquistarse como casta –o como tumor– en el poder. Desmovilizaron a la sociedad –la despolitizaron, diría Alberto Mayol– para privatizar al país y dejarlo en manos de los empresarios.
Este relato toma también la referencia estratégica, eso que llaman Goldstein y Keohane “creencias causales”. El escritor Roberto Ampuero, que de revoluciones sabe, dice que la estrategia planteada es la revolución 2.0: la toma del poder, ya no fusil en mano, sino por las vías democráticas para, desde dentro, desmantelar la democracia liberal.
El tercer punto no es cosa demasiado nueva, pero cada vez más notoria en tiempos en que, como dice Moisés Naím, el poder es desafiado con una facilidad nunca antes vista, para bien y para mal. Se trata de la acción efectiva de minorías organizadas e ideológicamente muy motivadas, hoy también globalizadas. Boric no solo comparte el discurso de Podemos. También observa con simpatía su crecimiento desde la insignificancia como referencia para “la emergencia, embrionaria aún, de nuevas alternativas de izquierda en Chile”.
Boric está convencido de que en cinco o diez años podrán “darle la vuelta al tablero de la política chilena”. En España, Iglesias y Podemos no la han tenido fácil, por la fortaleza de las instituciones del país, pero vaya que está revuelto el campo. Para ambos la revolución irreversible ha comenzado.
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