¿Adiós al paseador de perros?
Bajo el abrasador sol veraniego de Buenos Aires, camina un hombre con una jauría de más o menos diez perros, desde un chihuahua hasta un colosal gran danés, enorme como un caballo. No era el dueño de los canes. La camiseta que vestía anunciaba su oficio de “paseador”. Cuando busqué en Google —curiosidad ociosa—, el algoritmo arrojó una gran oferta de dog lovers que se ganan la vida aliviando a los ocupados dueños de perros con la tarea del paseo, e incluso con otras, como darles de comer y sacarlos a «hacer deporte».
Lo que describo es una imagen común hace algunos años, pero quizás impensable apenas una o dos décadas atrás, al menos como actividad bien establecida y organizada en plan de emprendimiento formal. Toco el punto porque cuando hoy pensamos en qué trabajos van a sobrevivir o desaparecer en el futuro cercano a consecuencia de la automatización y la transformación digital, tendemos a tomar como referencia los que conocemos. Se nos ocurre que un conductor de taxis podría ser fácilmente desplazado por los sistemas de un vehículo autónomo, o que pronto (casi) no habrá cajeros humanos en los supermercados. También creemos que un diseñador o un estratega de marketing será probablemente difícil de sustituir, al igual que ciertas funciones creativas (aunque les advierto que ya hay robots que improvisan jazz o escriben poemas, e inteligencias artificiales que pintan).
"La tesis de la consultora Cognizant es que el futuro —ellos tratan plazos de entre 5 y 10 años— requerirá mucho de sensibilidades y habilidades humanas".
El punto es que damos muy poca licencia a la imaginación para pensar en los trabajos, o incluso los emprendimientos, que aún no hemos inventado. Eso debe cambiar. A fines del mes pasado, durante la reunión del Foro Económico Mundial en Davos, la consultora Cognizant propuso una lista de 21 trabajos del futuro que probablemente veremos pronto, entre ellos, detective de datos, analista de ciber-ciudad, constructor de viajes de realidad aumentada, agente de datos personales, sastre digital, encargado de diversidad genética, curador de memoria personal, gerente de equipo humano-máquina y director de compras éticas. ¿Les parece ficción? Después de todo, hasta hace poco la mayoría no imaginábamos que hoy tendríamos community managers, arriendo de drones, policías de cibercrimen o especialistas en marketing digital. De seguro el propio Jan Koum, cofundador de WhatsApp, un ucraniano que emigró a Estados Unidos a inicios de los años 90 con los bolsillos afuera, no imaginó que le vendería su creación por una cifra impronunciable a Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y otro billonario de estos tiempos, gracias a creaciones que hubieran sonado delirantes en un pasado no demasiado lejano.
La tesis de la consultora Cognizant es que el futuro —ellos tratan plazos de entre 5 y 10 años— requerirá mucho de sensibilidades y habilidades humanas, porque si bien desaparecerán numerosos oficios que conocemos hoy, no faltarán cosas que hacer para las personas. Este escenario no es igual al de la revolución industrial de hace un par de siglos. Es mucho más desafiante, porque lo que las máquinas hacen por nosotros hoy domina el campo de lo cognitivo, mas no tanto de lo físico ni lo muscular.
¿Entonces, qué hacemos? Distingo tres grandes desafíos.
El primero es hundir en la Fosa de las Marianas el pánico a los robots y al futuro —a veces paralizante, a ratos violento y reaccionario—, y hacer emerger la proactividad creativa. El espacio para la invención luce prometedor, gigantesco. Pero eso requiere «pensar fuera de la caja» y cambiar la mentalidad radicalmente. Aquí no hay desarrollos automáticos que se ajustan armónicamente y sin traumas. Hay mucho ingenio humano y es preciso detectar nuevas necesidades y oportunidades, incluso las más insospechadas. Solo un dato: un estimado del Foro Económico Mundial del año 2016 dice que 65% de los niños que están entrando en la escuela primaria podrían desempeñarse en trabajos que aún no existen. Explorar, ensayar e inventar nuevos trabajos y emprendimientos —y equivocarse en el proceso— son retos fenomenales para nuestra inteligencia que ya hemos asumido antes.
El segundo desafío está en la educación. Suena obvio, pero no si pensamos que nuestros colegios y universidades no han cambiado mucho en décadas, particularmente en cuanto a su orientación, propósito y concepto. Seguimos, en general, memorizando datos, aprendiendo oficios y estudiando carreras cuyo diploma ya podría entregarse con lápida incluida. Y cuando se habla de modernizar una escuela o de traerla al siglo XXI, lo primero que se piensa es en comprar un montón de computadores, instalar WiFi o en digitalizar la información de los estudiantes. No se habla mucho del revolucionario cambio que implicarán el aprendizaje de por vida (lifelong learning) y entrar de lleno al desarrollo de la creatividad, la flexibilidad, la adaptabilidad, la colaboración, el pensamiento crítico, la curiosidad y la solución de problemas, como propone el Foro Económico Mundialo Joseph E. Aoun, rector de la Northeastern University, en su libro Robot-Proof (A prueba de robots). Esto, por cierto, no sólo deja en un plano muy secundario la discusión en torno al lucro y a la gratuidad en la educación, sino que además pondría a muchos profesores desactualizados en peligro de extinción.
El tercer desafío tiene que ver con los dos anteriores, pero se centra en la forma en que entendemos y celebramos el emprendimiento. Diría que la nuestra es una era que no pertenece a los emprendedores a secas, sino a los creadores. Más aun, a los creadores con impacto social. Admiramos a las personas que abren su negocio y salen adelante, especialmente si el éxito económico las hace descollar; y eso está muy bien, pero lo que también necesitamos ahora son inventores e innovadores, personas que imaginen e ingenien nuevas formas de trabajar, nuevos servicios, nuevas ocupaciones increíbles. La creatividad será, más que nunca, nuestra gran cualidad para esta era digital.
Por cierto, ¿cómo sería un robot paseador de perros? Si todavía no lo han inventado, seguro falta poco.
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