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Revolución en Chile Publicado en El Líbero, 25.03.2023

Revolución en Chile

Neruda decía que los chilenos éramos tan legalistas que en Chile no habría revolución hasta que no se publicara en el Diario Oficial.

Y yo creo que mucha razón tenía el poeta. Por eso que en Chile vivimos una revolución que pretendió terminar publicada en el Diario Oficial a través de la promulgación por el Presidente de la República de una Constitución revolucionaria.

Digo que tuvimos una revolución porque partió con violencia, quisieron derrocar al Presidente y terminaron imponiendo una Convención Constituyente a la Lenin que, dominada por la izquierda, cambiaba diametralmente la forma en que Chile se organizaba y se definía. En esto invito a leer el ensayo de Gonzalo Arenas -contenido en el libro- donde nos relata la historia de los movimientos revolucionarios o insurreccionales chilenos y nos da el contexto ideológico que los explican y promueven.

Esta Constitución era revolucionaria, porque pretendía ser refundacional.

El Indigenismo reemplazaba la cultura occidental.

La plurinacionalidad reemplazaba a la chilenidad.

El Estado reemplazaba a la sociedad civil.

El gasto público reemplazaba a la inversión privada.

El género y la raza reemplazaban a la persona,

La certeza judicial era reemplazada por la interpretación administrativa.

Alguien decía que la historia la escriben los ganadores. Eso es parcialmente cierto. Cuando los perdedores son la izquierda, ellos se encargan de escribirla. En esa historia, Allende es un santo laico que quería liberar a Chile de las cadenas de la opresión. La violencia del 18 de octubre, la izquierda nos dice que debe entenderse y justificarse por una historia y un contexto. La violencia del 11 de septiembre de hace 50 años no tiene historia ni contexto. Un grupo de desalmados en uniforme sin razón, contexto ni historia se levantaron un día y decidieron arrebatarle el poder a un hombre bueno.

Recordemos que al ex mirista Mauricio Rojas, hoy diputado en Suecia, no pudo asumir como ministro de Cultura porque tuvo la mala idea de decir que el Museo de la Memoria estaba incompleto porque no explicaba el contexto. Y razón tenía, no se entiende el golpe de Estado sin entender la guerra fría, el proyecto de Allende, la correlación de fuerzas dentro de su coalición y dentro del país. ¿Por qué un Presidente de la República tenía una ametralladora en su oficina, regalada por Fidel Castro, con la que finalmente se quitó la vida? Qué tipo de regalo macabro de un Presidente a otro es una ametralladora que permite asesinar a otros chilenos.

Los que ponen contexto al 11 de septiembre son negacionistas y los que no le ponen contexto al 18 de octubre, también. Ese es el doble discurso que vemos todos los días. Para la izquierda dialogar significa que ellos ponen los acuerdos y el resto se debe sumar como dijo ese intelectual incomparable «Daniel Stingo»; tolerar significa que todas las ideas son respetables siempre que coincidan con las de ellos; el crecimiento económico es fantástico siempre que sea liderado por el Estado, sin fines de lucro y sin afectar el medio ambiente.  

La izquierda ha sido extraordinaria en construir relatos, en reconstruir historia en tergiversar los hechos hasta hacerlos irreconocibles.

Por eso yo felicito a los autores de este libro, muy particularmente a Marcela Cubillos, que tuvo el coraje -como convencional constituyente- de enfrentarse a esa ola de intolerancia izquierdista representada en la Convención. En su ensayo ella relata en primera persona la dura experiencia vivida y la estrategia política diseñada, para proponer ideas dentro de la Convención y paralelamente ir difundiendo al pueblo de Chile lo que se estaba aprobando y cocinando al interior. Además, felicito a la Universidad San Sebastián por hacerlo posible. Espero que este sea el primero de muchos libros sobre el tema. Que no sea la izquierda al más puro estilo Karamanos que cuente que los chilenos no entendieron las virtudes del texto que les ofrecieron.

O que nuestro Presidente diga -como cita Marcela Cubillos en su ensayo- que ir más avanzado que el pueblo es una forma elegante de estar equivocado. Qué se cree este señor que cree conocer el futuro y qué es bueno para el resto de nosotros.

Emmanuel Kant, el gran filósofo alemán, decía que la libertad significa que nadie nos puede obligar a ser felices a su manera. Cada uno debe descubrir cómo quiere ser feliz y no imponérselo al país como pretendía el Presidente Boric y sus adláteres. Si el futuro es el que estaba en el texto de Constitución que este Gobierno quiso aprobar y que Chile rechazó, yo no quiero llegar a ese futuro y espero que nadie de las personas que aprecio, respeto y quiero tengan que vivir en ese futuro.

El libro consiste en seis ensayos donde se nos recuerda y analiza, qué pasó, por qué pasó, que debe cambiar, cómo debe cambiar y hacia dónde queremos ir.

Lo primero que nos recuerda el libro es que el texto de la izquierda perdió en 338 comunas de un total de 346 que hay en Chile. Perdió en mujeres y hombres, en viejos y jóvenes, en regiones y en Santiago, entre los indígenas y el resto; entre pobres y ricos. No ganó en ningún segmento, etario, étnico, regional, etc. No se ha conocido una derrota electoral más apabullante de la izquierda y su discurso ideológico que ésta.

Esto derrota los autores la atribuyen a varias razones.

Eugenio Yáñez nos dice que era una Constitución Imaginaria, para chilenos imaginarios que viven un país imaginario. «Una Constitución irrealizable no es verdadera ni buena».

Marcela Cubillos nos dice que el rechazo se debe al comportamiento sectario de los convencionales, al rechazo sin más de las iniciativas populares, a la aprobación de normas contrarias al sentido común y al sentir mayoritario de la gente y al desprecio por nuestros emblemas y tradiciones.

En esto Ana Luz Durán destaca que el rechazo se sustenta en la diversidad, amplitud y desconexión de las propuestas de política pública contenidas en el texto constitucional con el sentir ciudadano y la realidad social.

Jaime Abedrapo señala que se rechazó la transformación indigenista. En esto la encuesta CEP, perece darle la razón, la división de Chile y la plurinacionalidad que puede ser asimilada a la primera figuraron como las razones dos y tres del rechazo, siendo la primera el desprestigio de la Convención.

Finalmente, Cecilia Morán señala que lo que se rechazó fue un proyecto populista, situando esta experiencia en un largo contexto de intentos populistas en Latinoamérica y Chile.

Yo además agregaría un tema y donde voy a coincidir con Irina Karamanos, cuando ella dice que los chilenos estaban aterrorizados de perder lo poco que tienen. Ella tiene razón. Esto se llama derecho de propiedad y a nadie le gusta que le quiten lo que tiene. Todos somos extraordinariamente generosos con la plata ajena y muy tacaños con la propia. Por eso cuando a usted le piden plata para pagar la educación del hijo matón y vago del vecino usted se niega, pero si le pregunta si está de acuerdo con la educación gratuita, en que cree que la paga el resto, inmediatamente dice que sí.

La Constitución debilitaba el derecho de propiedad y peor aún debilitaba los tribunales de justicia que son los llamados a protegerlos. La democracia ateniense nació con propietarios: Jaime Guzmán decía que la mejor defensa contra el comunismo era reemplazar una sociedad de proletarios por una de propietarios, por eso hizo tanto hincapié en dar casas a la gente, títulos de dominio a los indígenas en el sur, y fortalecer el derecho de propiedad en la constitución de 1980.

El proyecto constitucional no entregaba propiedad sobre las viviendas sociales, sino que tenencia. ¿Qué posibilidad tiene usted de oponerse en contra de un Gobierno si vive en una casa prestada por éste?

Eso no es una campaña del terror, es reconocer que no existe democracia ni libertad sin propiedad y ésta requiere protección constitucional y de tribunales.

Qué nos permite ser libres. Los derechos personales o la estructura del poder. Para muchos lo más importante es el catálogo de derechos. Pero la verdad es que la Constitución de la rusia soviética tenía un largo y extenso catálogo de derechos, para qué decir la cubana, la venezolana y varias constituciones africanas.

Una Constitución exitosa es la que organiza adecuadamente el poder. Es la que permite que ideas y partidos distintos puedan llegar al poder, pero que ninguna se apropie de él.

Una Constitución exitosa es la que impide que exista un líder, o un partido que no queden sujetos a la ley y al control de otros poderes. La verdad es que tan importante como un catálogo de derechos en una Constitución es la distribución del poder para impedir el poder absoluto y evitar así que el catálogo de derechos sea letra muerta.

Bajo estos 2 parámetros el texto propuesto fallaba miserablemente.

Derechos Personales

Alguna vez escribí que la Constitución que votamos era un circo en la periferia, pero una cuidada coreografía en su columna vertebral.

La secuencia con que debía leerse ese proyecto era la peor versión del marketing y que sigue su secuencia mentirosa. El titular es atractivo y convocante; por ejemplo se garantiza la libertad de enseñanza (art. 41); acto seguido se califican sus fines con conceptos ambiguos: «Los fines de la educación son bien común, justicia social, derechos humanos y de la naturaleza, conciencia ecológica, convivencia democrática entre los pueblos, etc.» (art. 35 número 3 y 4), para terminar se crea una organización estatal (sistema nacional de educación) controlada por políticos que van a decidir sobre la vida y la muerte de los proyectos educacionales en función de esos conceptos ambiguos (art. 35 número 5).

Este patrón de un título atractivo con una bajada ininteligible o altamente interpretable para terminar sujeto al control político de un organismo burocrático se repetía una y otra vez. Así se trataba la libertad de expresión (art. 81, 82 y 83); la ciencia y tecnología (art. 97 y 98 y 99); las aguas (art. 134-142 y 144) los sistemas de justicia (342 y sigtes.), etc.

En definitiva, todos los derechos quedaban condicionados y subordinados a conceptos ambiguos, vagos e imprecisos que serían interpretados por el poderoso de turno, que no estaría sujeto al control de tribunales independientes, porque los jueces quedaban sometidos al poder político. Todo lo cual tenía una gran excepción, que eran los pueblos indígenas que básicamente podían hacer lo que quisieran en lo de ellos e intervenir o derechamente vetar lo que quisiéramos hacer el resto de los chilenos con lo nuestro.

Organización del Estado

La democracia nace en Atenas en que agricultores dueños de sus tierras, servían en el ejército, pagaban impuestos, concurrían al mercado de Atenas a vender sus productos y después deliberaban los asuntos de la polis. El riesgo de ese diseño era el abuso de las mayorías a las minorías y por eso los romanos se organizaron en una república que separó los poderes, creó un consultado, el senado y un poder judicial. Esa combinación de democracia electoral sujeta al derecho que organiza el Estado y distribuye el poder es la base de una Constitución moderna.

Este texto dinamitaba el orden existente, que no es perfecto pero es menos malo que la alternativa que diseñaron; politizando desde las FF.AA. hasta el Banco Central pasando por el Poder Judicial que se jibarizaba, creando una enorme burocracia estatal llena de funcionarios, que tenía facultades sobrepuestas y que era imposible de financiar.

Pero sin spoiler, hablemos un poco más del libro. Se trata de una colección de ensayos que logran un adecuado balance entre el análisis coyuntural y la evolución histórica; entre la subjetividad de la opinión política y la honestidad y respeto a los hechos y los datos; y que transita con gracia entre los grandes temas de filosofía política que subyacen a una Constitución política y el análisis de normas específicas o la relación de simples anécdotas que nos entregan información sobre aspectos puntuales del fallido proyecto y su génesis.

«En Chile vivimos una revolución que pretendió terminar publicada en el Diario Oficial a través de la promulgación por el Presidente de la República de una Constitución revolucionaria».

La otra virtud del libro es la diversidad de los aspectos tratados. Mientras Marcela Cubillos nos entrega una crónica de una refundación fracasada; Gonzalo Arenas nos ilustra con un lúcido análisis político, electoral de un cuadrienio fatídico de nuestra historia. A su vez, Jaime Abedrapo nos ilumina sobre la aspiración de transformación indigenista del país, y Ana Luz Durán nos habla de la promesa fallida detrás de una aspiración nacional que trató de conducirse por una vía que no honraba las verdaderas prioridades del país. Por otra parte, Cecilia Morán nos hace un recorrido histórico sobre los populismos en el mundo y en Chile y sitúa nuestro proceso en una perspectiva histórica más amplia, explicándonos que lo que vivimos no es nuevo ni tampoco original. Finalmente, Eugenio Yáñez nos habla de las desviaciones utópicas del proceso político y del documento constitucional en particular, mostrándonos cómo desde Platón hasta Francis Bacon, pasando por Tomás Moro o Tomasso Campanella, muchos filósofos han buscado la creación de un mundo ideal.

Ahora estamos enfrentando un nuevo proceso. Esperemos que no tengamos la mala suerte del hindú suicida que se reencarnó en sí mismo y esta comisión no repita los errores que con particular claridad describe y analiza este libro.

Qué es lo que se juega ahora. En toda sociedad está teniendo lugar siempre y en todo momento una batalla de ideas, una guerra cultural. Uno puede decidir que no quiere participar, que no le interesa o que no tiene nada que aportar y eso está bien, pero no piense ni por un minuto que esa batalla no le va a afectar. La batalla por el agua si la hubieran ganado los que están por estatizarla, afectaba hasta el último rincón de Chile, hasta el último minero o agricultor.

La Constitución de 1980 y la arquitectura institucional que la complementó, recogía una historia de éxitos y fracasos tanto en Chile como el mundo. Como tal, trataba de evitar los defectos y mantener las virtudes de esa experiencia. Las mejores democracias; las de Estados Unidos y el Reino Unido funcionan con sistemas electorales de mayoría y las peores con sistemas proporcionales. Las mejores democracias tienen bancos centrales independientes, el Presidente tiene iniciativa exclusiva en materia de gastos, existen tribunales independientes y profesionales, el Estado no tiene empresas, etc.

La discusión en Chile no es nueva ni es original y es la que debe decidir si le entregamos el desarrollo del país a la sociedad civil o a la clase política. Chile después de la crisis de 1929 le entregó su desarrollo a la clase política, que nos endeudó, malgastó, generó inflación y terminamos destruyendo la economía y perdiendo la democracia.

La Constitución de 1980 le dio el protagonismo a la sociedad civil y limitó al Estado y a sus administradores que son político y funcionarios públicos. Ese diseño nos permitió construir una democracia funcional y pasar de ser uno de los países más pobres de Latinoamérica (el año 1980 teníamos el mismo ingreso per cápita que Ecuador) a ser el más rico.

Por supuesto cualquier sistema que le quite protagonismo a los políticos y se lo de a las personas de la calle, no les gusta a los políticos. Ellos quieren ser los protagonistas y héroes de todas las películas, no los organizadores y productores para que los demás se luzcan.

El proyecto que rechazamos les devolvía el protagonismo a los políticos y los transformaba en los árbitros de todas las discusiones importantes del país. El Estado crece a costa de la sociedad civil. Eso lo hace extrayendo recursos de todos y devolviéndolos a algunos. Eso se llama poder y el objetivo de esta nueva Constitución debe ser limitar el poder, no ampliarlo, porque el Estado para darnos todo primero nos tiene que quitar todo, incluyendo nuestra libertad.

Por eso el dilema ahora estará dado sobre si construiremos una Constitución que fortalezca el Estado y la política o una que restrinja su poder y le asigne la responsabilidad a la sociedad civil. Esta entonces no es una discusión entre derecha e izquierda necesariamente, sino que entre la política y la civilidad.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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