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La hipocresía de los DD.HH. Publicado en La Segunda, 18.08.2021

La hipocresía de los DD.HH.

En paralelo al payaseo de la Convención avanza un proyecto de ley de donaciones. Es raro que no se haya pronunciado Giorgio Jackson, nuestro PhD en “donaciones”; nuestro filántropo de Moliere. Quizás es porque quiere insistir con las contorsiones lingüísticas que camuflan mentiras. La mentira de los “presos políticos”, por ejemplo, no la pudieron seguir sosteniendo —su significado era inamovible a pesar del uso que insistieron en darle—, pero hicieron una nueva mariguanza: llamarlos “presos de la revuelta”. Movida perfecta. Ahora pululan hípsters con teorías insostenibles, llenas de sofismos baratos, que justifican la liberación de delincuentes que destruyeron casas, restoranes, hirieron personas y casi matan a otras. Se olvidaron mágicamente de las víctimas y de sus schops en La Terraza. Un simple trastrueque de la lógica y del lenguaje que sirve para asegurar la impunidad ética y jurídica de la violencia, decía Jorge Millas, un simple lugar común de la antifilosofía de moda.

La mentira de los “presos políticos”, por ejemplo, no la pudieron seguir sosteniendo —su significado era inamovible a pesar del uso que insistieron en darle—, pero hicieron una nueva mariguanza: llamarlos “presos de la revuelta”

Es lo mismo que quiere hacer gente de la derecha con los “DD.HH.”, aunque de manera más compleja: no es al término, sino cuando se le acompaña un verbo: “violar”. Los derechos humanos los tenemos todos, pero solo los viola el Estado. Es una discusión eterna, pero dado que le entregamos el monopolio de la fuerza al Estado es que le exigimos su protección. Es tal la confianza entregada y la asimetría de poder entre él y nosotros, que reservamos la expresión de “violación” solo a ese hecho puntual, debido a su gravedad: cuando es el Estado —y no otro— el que nos los quita. Así, la contorsión lingüística que se quiere hacer acá es expandir esto a todo acto que nos prive de nuestros derechos fundamentales, a lo que le podemos llamar asesinato o terrorismo, por ejemplo. Mejor no hacerlo, digo yo, o no sean ignorantes, dice la izquierda sabia. Pero esta misma rigurosidad conceptual de la izquierda no se da con otro concepto igual de crucial: la violencia.

La violencia está estrictamente prohibida en cualquier democracia. Sin esa prohibición, y sin el Estado velando activamente por la inexistencia de ella, no existe posibilidad alguna de vivir en paz, no podemos salir a caminar. No existe discusión ni imaginación posible sobre esto. Sin embargo, empiezan a llamar violencia a todo —al sistema, a la pobreza o a una simple palabra— y así, entremedio, la justifican. Entonces, lo que no se quiere hacer con la “violación de DD.HH.”, sí se hace con la “violencia”. Una simple pero útil hipocresía que los viste de buenos para llegar al poder —¿si la Francisca Linconao pide que la llamen “Machi”, Benito Baranda irá a pedir que lo llamen “hombre bueno”?—. Y continuará: con nuevos sofismos taquilleros y bondadosos ahora promueven un nuevo “retiro” solo para empeorar la situación de Chile y los chilenos.

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