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Qué hacer con la crisis educacional Publicado en El Líbero, 26.02.2023

Qué hacer con la crisis educacional

Nuestra educación no era perfecta, pero mejoraba, hasta las reformas impuestas por nuestras púberes autoridades que nos hizo retroceder en gestión, calidad, financiamiento y motivación. Me preguntan, si es reversible la crisis y cómo se puede mejorar la calidad de los colegios. La respuesta es definitivamente sí, porque sabemos lo que hay que hacer y están los recursos para hacerlo.

Todas las organizaciones humanas exitosas son parecidas, desde un equipo deportivo hasta un ejército, pasando por un club social y una empresa. Se requiere en primer lugar una cultura de «altas expectativas». Una búsqueda de la excelencia y exigir a los equipos que no se contenten con nada menos que dar el máximo convenciéndolos que es posible. Hay una película basada en un hecho real con Edward James Olmos (QEPD) «Stand and deliver » que muestra cómo un profesor de matemáticas, motivador e innovador, fue capaz de sacar lo mejor de un grupo de jóvenes marginales por los que nadie hubiera dado un peso. En Israel una educadora de párvulos dijo que ella les enseñaba a esos niños pensando que entre ellos había 3 premios Nobel. Eso se llama una cultura de altas expectativas. Si no me cree mire a su alrededor a la familia, al equipo deportivo o a la empresa que usted admira y verá que siempre miran alto.

«Da la impresión de que la izquierda que nos gobierna está más interesada en concientizar que en educar y en adoctrinar que en instruir».

Otro requisito es alineamiento en torno a una comunidad de ideas y fines entre sus integrantes. En una municipalidad si los vecinos quieren A, los concejales B y el alcalde C, nada va a andar; lo mismo en una empresa si no hay alineamiento entre accionistas, directores y trabajadores. El ejemplo claro de una organización desalineada y disfuncional es nuestro gobierno; la gente quiere A; los partidos que lo apoyan B; los ministros C y el Presidente no sabe lo que quiere. En un colegio ese alineamiento y compromiso con un proyecto educativo debe darse entre el sostenedor, el director, los profesores, estudiantes y los apoderados, lo que se denomina la comunidad educativa. Si en un colegio el sostenedor quiere llevar adelante un proyecto católico, pero tiene un director ateo; profesores comunistas; estudiantes abortistas y los apoderados evangélicos, es probable que el proyecto fracase.

En tercer lugar, está poner a los niños y su educación en el centro. Ellos no son instrumentos al servicio de una causa, sino que son un fin en sí mismos. Una buena educación es la que consigue que cada niño -que es único en su personalidad, talentos y, preferencias- logre alcanzar la mejor versión de sí mismo, para eso debe combinar lo colectivo con lo individual.

Cuando la política pretende que la educación termine con todos los males reales o inventados de la sociedad: segregación, desigualdad, pobreza, flojera etc. convertimos a los niños en medios y no en fines y terminamos sin solucionar ninguno de esos problemas y empeoramos la calidad. La educación debe tener fines más modestos, pero no transar en ellos. Al alumno desmotivado o poco estudioso hay que transformarlo en bueno, inspirarlo y ayudarle a que descubra su vocación y desarrolle sus talentos, al bueno hay que ayudarlo a que sea excelente y al excelente dejarlo que vuele y no cortarle las alas ni menos bajarlo de los patines.

Finalmente está el liderazgo. El director es el llamado a crear, difundir y promover esa cultura de altas expectativas; alinear a toda la comunidad educativa detrás del proyecto común; preocuparse que los niños queden al centro del esfuerzo educativo y que todo esto se vuelque en la sala de clases que es donde se juega este partido. No hay colegio bueno con director malo y viceversa.

El ministro Ávila sostiene que hay un nuevo paradigma educativo, sin explicar cuál es. Mientras no lo haga yo le sugeriría que aspirara al menos a enseñar a los niños a pedir por favor y dar las gracias; a leer y escribir bien; a dominar las 4 operaciones básicas y porcentajes; conocer la historia de Chile y algo de geografía del mundo; aprender a respetar al prójimo, a los mayores y a pensar por sí mismos. Hay colegios como el San Antonio de Matilla en Alto Hospicio, el Liceo de San Nicolás o varios Bicentenarios que con la sola subvención escolar educan niños vulnerables y tienen buenos resultados académicos. Esto demuestra que el desafío es de gestión y no de recursos ni de quién es el dueño.

Pero el ministerio parece estar más preocupado de la alfabetización sexual que de la educacional. Habiendo 7 planes de educación sexual aprobados por el Mineduc y del cual las comunidades educativas pueden elegir; que van desde los más conservadores a los más liberales, no se ve la necesidad de poner el acento en educación sexual, con las deficiencias que existen en lectura y matemática. Da la impresión de que la izquierda que nos gobierna está más interesada en concientizar que en educar y en adoctrinar que en instruir.

El sexo es relevante pero no debe ser el centro de la preocupación del ministerio de educación. Leer y escribir sí lo deben ser, pero ya sabemos que el Frente Amplio o Apruebo Dignidad como se llama ahora, ve el mundo al revés y las prioridades educativas no son una excepción. No debe extrañarnos entonces que al ministro le preocupe más que los niños aprendan de sexo a que vayan a clases; que comprendan las opciones sexuales más que las operaciones matemáticas y que descubran su opción sexual antes que su vocación personal.

Me preguntan mucho por el lucro y su relación con la educación. La verdad es que no tiene ninguna. No hay correlación entre lucro y calidad, esto quiere decir que había colegios malos y buenos con o sin fines de lucro. La peor educación en Chile se concentra en la estatal que por definición no tiene fines de lucro. El lucro y el copago atraen inversión y recursos a la educación y estos son bienvenidos.

La reforma que impuso la izquierda púber apuntó en sentido exactamente contrario a lo que se necesita. Concentró los recursos en regalar educación universitaria en vez de dedicarlos a los primeros mil días de vida que son los más importantes; prohibió el lucro (con lo que disminuyó la inversión) y el copago (con lo que le restó recursos a la educación escolar); prohibió la selección (con lo cual los colegios quedaron impedidos de buscar coherencia entre su proyecto educativo y los apoderados) y no hizo nada por mejorar al profesorado, su motivación y sus remuneraciones. Esta barbaridad se cometió porque el Colegio de Profesores no representa sino a una minoría sin vocación y que le interesa la plata más que los niños y porque a la derecha le faltó convicción y le tiene miedo a imponerle obligaciones a los niños y porque a la izquierda le sobró convicción y no tiene miedo a utilizar a los niños en su lucha política.

Como verá, el diagnóstico es claro y las soluciones también, pero se necesita convicción y fortaleza para llevarlas adelante a pesar de los intereses creados que buscarán descarrilarlas.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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