«Hay cosas que nunca desaparecen. Entre ellas se encuentra la violencia». Con esta frase parte su libro Topología de la Violencia el filósofo Byung-Chul Han.[1] Dada la imposibilidad de hacer desaparecer a la violencia y su incomparable capacidad destructiva, haberla al menos contenido ha sido uno de los principales logros civilizatorios del ser humano. Es lo que nos ha permitido cooperar en paz y fundar sociedades libres y creativas.
La ausencia del respeto a reglas y costumbres condena al hombre al conflicto tanto dentro como entre sociedades. Por eso la violencia es un tema tratado a lo largo de la historia en diferentes textos, como bien explica Brenda Lopez en este número de ÁTOMO al analizar las tragedias griegas. Esta «condena natural» del humano a vivir en constante conflicto significa que siempre, por pacífica que sea la sociedad en que se vive, se estará expuesto a que alguien o algunos, tanto dentro como fuera de ella, utilicen la violencia. Esa mera posibilidad de enfrentarse a otros hace que el hombre viva con incertidumbre, sin paz. Como respuesta a esa incertidumbre, las tribus y comunidades fueron explorando mecanismos que permitiesen controlarla. Estudios del comportamiento humano comparado muestran que «el proceso evolutivo de selección ha producido formas de comportamiento muy ritualizadas, regidas por normas de conducta cuyo efecto es reducir la violencia y otros métodos perjudiciales de adaptación, y por tanto asegurar un orden pacífico».[2]
La constante inseguridad del «estado de naturaleza» de los humanos es lo que llevó a diferentes intelectuales modernos, con Thomas Hobbes como uno de sus más famosos precursores,[3] a establecer teóricamente la necesidad de imponer un soberano a quienes los individuos le entregaran de manera monopólica el uso de la violencia y los protegiera de los demás. Así es como se funda la corriente filosófica llamada contractualismo, en la cual los individuos ceden libertad para, paradojalmente, obtener la libertad —otorgada por la seguridad y la generación de expectativas claras para sus acciones u omisiones—. Sin embargo, es importante notar que este aspecto fundacional del contractualismo es nada más que teórico debido a que los diferentes Estados, sociedades e incluso tribus, ya existían y vivían en paz y respetando reglas antes de que Hobbes, y sus antecesores y sucesores, hicieran explícitas estas ideas.[4]
Así, el soberano, mediante la mera amenaza de ejecutar sanciones —como el aprisionamiento u otras— estipuladas por las reglas y costumbres conduce a las sociedades a cooperar y prosperar en libertad. Sin embargo, el constante conflicto del «todos contra todos» al ser controlado, otorgándole el monopolio de la violencia al Estado, genera otro problema: la posible utilización de la violencia, ahora de parte del Estado en contra los individuos. La histor enseña que el Estado fue efectivamente responsables de los mayores crímenes y abusos contra la humanidad. Por ello, Leon Tolstoi sostenía, a principios del siglo XX, que «una de las causas principales de las desventuras de los hombres es la creencia errónea de que algunas personas pueden organizar y mejorar la vida de otras recurriendo a la violencia».[5] Dirigir la vida de otros en función de fines únicos e impuestos desde arriba constituye uno de los principales vicios de diferentes líderes —religiosos y políticos— cuyo propósito fue someter tiránicamente a los individuos en nombre del bien que ellos definían.
Frente a estos dos problemas —evitar la violencia desatada en el estado de naturaleza y respetar al ser humano y su dignidad— es que se desarrolló la doctrina política liberal que entregó el monopolio de la violencia al Estado y, al mismo tiempo, generó la teoría constitucional para que fuese una constitución la que protegiera a los individuos de la posible violencia estatal en su contra. Aquí se encuentra el fundamento de lo que hoy conocemos como democracia liberal —con un gobierno representativo y separación de los poderes judicial, legislativo y ejecutivo—.
La larga tradición de valores occidentales, engendrados desde los clásicos griegos hasta lo que hoy conocemos como democracia liberal, ha logrado contener la amenaza de violencia propia de la vida colectiva.[6] La democracia liberal permite perseguir una diversidad de fines con la condición de no utilizar la violencia como medio para alcanzarlos. Sin embargo, diferentes intelectuales siguen justificándola explícita e implícitamente. Karl Marx, por ejemplo, la justificó sin matices en sus trabajos, como explica Mauricio Rojas en su ensayo para este número de ÁTOMO lo cual implica la condición de antidemocráticos a quienes siguen firmemente la tradición marxista. El filósofo chileno Jorge Millas, en su ensayo escrito el año 1976, Las máscaras filosóficas de la violencia hace una fuerte crítica a los intelectuales de la Escuela de Frankfurt quienes, haciendo abuso del lenguaje, llamaron violencia a cuestiones que poco tenían que ver con ella, y así, de manera implícita o incluso explícita, justificaron la violencia efectiva eliminando el compromiso demócratico. A este fenómeno de mal uso del lenguaje Jorge Millas lo llamó «falacia del género sumo»: si todo es violencia, entonces nada es violencia. Falacia que sigue vigente hoy en día respecto al uso del término violencia, y quizás sea la causa principal del confuso apoyo a ella en nuestras sociedades. Millas se concentra en quienes llaman violencia a todo tipo de acciones, incluso a las que caben dentro de la tradición de resistencia explícitamente pacífica, antiviolencia, la llamada «desobediencia civil» —que quizás tenga en su máximo exponente y sistematizador intelectual en Henry David Thoreau—.[7] Dice Millas que quienes hablan de violencia estructural o sistémica caen en la falacia del género sumo, y lo hacen como técnica retórica para justificar la violencia real. Quienes tratan «de mostrar que ese orden, —el orden del derecho— es una forma particular de violencia» —afirma Millas— hacen simplemente un «trastrueque de la lógica y del lenguaje» que les sirve «para asegurar la impunidad ética y jurídica de la violencia». Y ejemplifica esta falacia con Herbert Marcuse quien, añade Millas, siguiendo «uno de los lugares comunes de la antifilosofía de moda, considera[ba] como forma de violencia la resistencia pasiva de los discípulos Gandhi».[8]
Llamar «violencia» a todo anulando el significado del término, funciona como técnica retórica para justificar una acción violenta bajo la excusa de que el «sistema ya es violento». El influyente filósofo Bun Chul-Han hace esta misma crítica del «género sumo» al analizar el concepto de «violencia estructural» de Galtung diciendo que ese «concepto de violencia parece demasiado genérico». Además, explica que «el hecho de que los niños de clase obrera tengan menos oportunidades de educación que los de clase alta no es violencia sino que una injusticia».[9] El trabajo de este pensador cae, sin embargo, en el mismo error que critica.[10] Chul-Han toma posiciones, destacando lo que él llama la «violencia de la positividad», tema analizado en este número de Átomo. Una noción más exacta del problema la planteó Friedrich Hayek al estudiar el orden espontáneo de las sociedades. En palabras de Hayek, «lo que nos proporciona el orden espontáneo de la sociedad es más importante para cada uno de nosotros, y por tanto para el bienestar general, que la mayor parte de específicos que nos presta la organización del gobierno, a excepción de la seguridad que nos proporciona la sanción de las normas de recta conducta».[11] Para que ese orden espontáneo sea posible la violencia debe ser contenida racionalmente y para ello es necesario a su vez un concepto preciso sobre lo que esta implica. A entender ese concepto se encuentra dedicado este número de Átomo, el que además incorpora su usual sección de escritos sobre música, arte y otros temas.
[1] Han, B-C. (2016) [2013]. Topología de la violencia. Herder, España. Página 9.
[2] Hayek, F. (2006) [1973-79]. Derecho, legislación y libertad. Unión Editorial. Página 100.
[3] Hobbes, T. (2017) [1651]. Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. 3ª edición, Fondo de Cultura Económica.
[4] Ver cita sobre F. Hayek en la nota 4.
[5] Tolstoi, L. (2019) [1911]. El camino de la vida. Acantilado.
[6] Steven Pinker sostiene que nunca habíamos vivido en una época tan pacífica. Ver Pinker, S. (2011). The better angels of our nature: The decline of violence in history and its causes. Penguin.
[7] Thoreau, H.D. (2005) [1849]. «Desobediencia civil». En Desobediencia civil y otros escritos. Alianza Editorial.
[8] Mahatma Gandhi, otro ícono pacifista y de la desobediencia civil como acción política de protesta.
[9] Han, B-C. (2016) [2013]. Topología de la violencia. Herder, España. Página 118.
[10] Son muchos los autores actuales que caen en esta falacia con el término violencia. Ver: Scruton, R. (2020) [1980]. Locos, impostores y agitadores. Pensadores de la Nueva Izquierda. Fundación para el Progreso.
[11] Hayek, F. (2006) [1973-79]. Derecho, legislación y libertad. Unión Editorial. Énfasis de acá.Páginas 166-7.
COMPRAR Átomo - N.4 (2020). ISBN: 9789569225253«La libertad es un derecho humano fundamental,
sin él no hay vida digna»