El año 2018 quedará registrado en la historia del feminismo mundial. Diversos movimientos sociales, entre ellos, #MeToo, #Niunamenos y algunos proaborto se alzaron en contra de lo que, en su visión, constituían restricciones y abusos a que se encontrarían sometidas las mujeres en sociedades occidentales.
Históricamente, tanto hombres como mujeres han debido luchar para que se les reconozcan derechos básicos. Los textos de la antigüedad, a pesar de su profunda sabiduría y agudeza, muestran claramente una cosmovisión en que los derechos individuales como se entienden hoy son inexistentes y, en particular, una postura perjudicial para el estatus de la mujer.[1] Posteriormente, con la consolidación del cristianismo en Occidente y el islam en Oriente Medio, esta situación, aunque comienza a experimentar progreso, continuó existiendo de diversas formas. La tradición excluyente de las sociedades agrícolas se mantiene en lo esencial, lo que se refleja en el pensamiento de los líderes intelectuales —y políticos—, quienes concebían un rol predeterminado para la mujer derivado en parte de las condiciones materiales de la época, reduciendo sustancialmente su autonomía hasta el pasado reciente.
Frente a esto nace el feminismo, cuyo inicio se identifica con dos luchas esenciales, a saber, la obtención del derecho a la educación y al sufragio. Educarse para así liberar a la mujer de roles predeterminados permitiéndole elegir una vida autónoma, integrarse a la nueva economía y, tiempo después, votar en elecciones, causa que compartían con grandes grupos de hombres cuyo derecho a sufragio tampoco se encontraba garantizado. Estos fueron quizás los éxitos más notables del feminismo originario.
Todo lo anterior se desarrolló en las sociedades occidentales, inspiradas en valores de libertad, aunque en un contexto donde continuaba una oposición a la emancipación de la mujer. Como diría John Stuart Mill, uno de los más importantes pensadores liberales del siglo XIX, existía una «antipatía a que las mujeres y los varones disfrut[as]en de igual libertad».[2] Por ejemplo, las reacciones frente a las ideas liberalizadoras de finales del siglo XIX eran tales que «la enorme popularidad» del influyente y polémico libro de Otto Weininger, Sexo y Carácter «se deb[ió], sin duda, hasta cierto punto… [a que] el miedo a la emancipación de las mujeres y particularmente de los judíos, … , fuera una preocupación [real y] extendida en la Viena de principios de siglo».[3]
Así fue como, fundada en el ideario liberal, se inició la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Una lucha por «un principio de perfecta igualdad entre ambos, sin admitir poder o privilegio en uno, ni inferioridad en otro», explicitó Mill, quien, además de proponer —sin éxito— el derecho a voto de las mujeres en el parlamento inglés el año 1866, escribió el influyente ensayo The Subjection of Women en 1869.[4] Éste fue traducido temprana y atrevidamente en Chile —apenas tres años después de su publicación en Inglaterra, y siete años antes que en España— por Martina Barros bajo el título La esclavitud de la mujer, como relata Elena Irarrázabal en su ensayo para este número de ÁTOMO.
Dado que el feminismo se basa en la defensa de los principios de igualdad, en el escepticismo frente al poder —tanto en sus expresiones sociales como estatales— y en el respeto del derecho de todo humano a ser el arquitecto de su propia vida, es que desde sus inicios se funda en los ideales de la filosofía liberal clásica .[5]
Varios años antes que John Stuart Mill, en 1792, Mary Wollstonecraft —madre de Mary Shelley, la autora de Frankenstein—, escribió Una vindicación de los derechos de la mujer donde afirmó la igualdad moral y legal entre hombres y mujeres, promoviendo principalmente la necesidad de otorgarle a ellas el derecho básico a la educación. Esta pensadora liberal, cuya obra profundiza las ideas ilustradas desarrolladas dos años antes en Una vindicación de los derechos del hombre escrito en contra las ideas conservadoras de Edmund Burke,[6] contribuyó así con otro texto fundamental para los inicios del feminismo, el cual que articuló y ordenó ideas que se venían desarrollando de manera dispersa, y desde hace años, en Francia y la misma Inglaterra.[7]
Con el tiempo la causa feminista se esparció por el mundo occidental alanzando uno de sus momentos estelares con la firma de la «Declaración de Séneca Falls» en Estados Unidos en 1848. El feminismo americano fue el primero en plantearse como movimiento más que como un conjunto de individualidades destacadas con una agenda común.
Luego de obtenidos los derechos políticos y civiles en varios países desarrollados surgió un nuevo impulso feminista, esta vez encabezado por los escritos de la pensadora marxista Simone de Beauvoir a mediados del siglo XX.
Las libertades ya alcanzadas, el desarrollo del capitalismo en conjunto con el respeto a la propiedad privada y al estado de derecho, y la llegada de las guerras mundiales habían permitido que, en parte por accidente, las mujeres comenzaran a trabajar en masa, pues la mayoría de los hombres se encontraban en el frente de batalla, quedando las mujeres a cargo del aparato productivo capitalista. Con el retorno de la paz, las mujeres continuaron trabajando, pues este triunfo cultural, como era de esperar, se hizo irreversible. Por último, con el crecimiento económico de posguerra y a la revolución sexual que desató el desarrollo del anticonceptivo, la emancipación femenina se consolidó a mediados de siglo.
Así fue como las ideas de la sociedad libre, el estado de derecho y la propiedad privada permitieron a la mujer obtener derechos básicos y elegir entre diferentes tipos de vida sin depender política ni económicamente de sus (potenciales o reales) maridos —idea que ya en 1929 Virginia Woolf había destacado en su teoría literaria desarrollada en Un Cuarto Propio—.
Después del derecho a educarse, a votar y a trabajar, el foco se puso en cuestiones de género, más bien concentradas en temas culturales, tales como costumbres ancestrales y religiosas que seguían cultivando roles predefinidos, y otras causas específicas como el divorcio y el aborto. Los escritos e influencia de De Beauvoir influyeron a diferentes teóricas que se posicionaron, tanto a favor como en contra de sus ideas. Una de ellas fue la estadounidense Betty Friedan quien habló del «problema que no tiene nombre» refiriéndose a que muchas mujeres eran infelices viviendo «forzadas» en un estereotipo cultural que la había presentado como dueñas de casa, fenómeno que reflejan las protagonistas de la serie Mad Men, Betty Draper, así como la película Revolutionary Road, basada en la novela homónima de Richard Yates.
Es durante esta época que el feminismo se mezcla intensamente con causas como la lucha por los derechos civiles en EE.UU., la paz mundial y otros que lo desvían de su propósito original. Así, y en lugar de centrarse en combatir las rigideces del conservadurismo y el status quo, el feminismo se vuelca en contra del sistema económico de mercado, precisamente aquel que mayor progreso ha traído en la historia humana para la mujer y los grupos excluidos en general. La revolución estudiantil de 1968, liderada por una agenda de izquierda en el contexto de la Guerra Fría, llevó a que el feminismo fuera instrumentalizado políticamente como nunca se había visto en el pasado. [8]
La misma De Beauvoir, sin embargo —quien, a pesar del discurso emancipador que predicó como dogma infalible, se sometió voluntariamente a la tortuosa servidumbre sexual y emocional de su amante, Jean Paul Sartre—,[9] hacia 1975 ya se había dado cuenta de que el capitalismo tenía poco que ver con el patriarcado. Esto no impidió que causas feministas posteriores insistieran en reemplazar el modelo económico liberal.[10] Esta instrumentalización es problemática. Así como la derecha alt-right intenta apoderarse de las críticas a la corrección política manchando la causa de la libertad de expresión; la izquierda, y su lucha desenfrenada en contra del capitalismo y de las instituciones y valores burgueses que lo sostienen —llegando a cuestionar incluso el debido proceso—, distorsionan la defensa de los derechos de la mujer, estropeando la causa feminista cuya historia serviría más bien para justificar una defensa de la sociedad libre —y del mercado que se deriva de ella— antes que para fundar su condena. A discutir sobre este y otros temas y problemáticas se abocan los escritos publicado en este nuevo número de ÁTOMO.
«La libertad es un derecho humano fundamental,
sin él no hay vida digna»