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La mala idea de una moneda común para América del Sur Publicado en The Rio Times, 19.02.2023

La mala idea de una moneda común para América del Sur

Hubo un tiempo, antes de la segunda mitad del siglo XIX, cuando los bancos privados en Estados Unidos emitían sus propias monedas conocidas como billetes bancarios. Estos billetes funcionarían según las leyes bancarias de cada estado, pero, comúnmente, las personas comerciaban con billetes provenientes de varios estados. Aun así, algunos billetes eran más fiables que otros porque la tecnología antifalsificación no era avanzada. La personas preferirían comerciar con sus billetes locales porque les eran más familiares, lo que facilitaba la detección de billetes falsos. Para reducir el riesgo de encontrarse con dinero falsificado, en 1863, el gobierno introdujo la Ley Bancaria Nacional, que promovió la creación de un billete nacional único y uniforme. Con el tiempo, y luego imponiendo un impuesto del 10% a los billetes emitidos por los bancos privados, el gobierno logró que todos los estados y sus habitantes se sumaran a la nueva moneda única del país: el dólar.

Asimismo, los presidentes de Argentina y Brasil, Alberto Fernández y Lula da Silva, respectivamente, escribieron un artículo el 21 de Enero promoviendo la creación del sur —que sería una moneda común entre sus países— e invitan a otras naciones sudamericanas a unirse a ellos. Más que evitar la falsificación, la lógica detrás de la creación de esta nueva moneda es independizarse del dólar estadounidense. Aun así, los dos presidentes socialistas, probablemente, quieren lograr el mismo resultado que EE.UU: tener una moneda única para las naciones vecinas de la región. Sin embargo, por más agradable que suene que los países sudamericanos coordinarían sus economías para ser más competitivos frente a otras potencias mundiales, la inestabilidad económica y política de estas naciones hace que sea inconcebible pensar que tal coordinación conduciría a resultados exitosos.

Una moneda común entre países vecinos se ha implementado en la historia reciente, por supuesto, en la Europa de 2002, cuando 12 países pertenecientes a la Unión Europea (UE) adoptaron el euro como moneda común para promover el crecimiento y la estabilidad. Hoy, 20 de los 27 países pertenecientes a la UE han sustituido completamente sus monedas locales por el euro. Aunque esta moneda se ha convertido en una de las más estables del mundo, no ha sido necesariamente eficaz para promover el crecimiento en la UE. Un estudio de  diferencia-en-diferencias publicado en el Journal of Economic Integration no encuentra disimilitudes significativas entre las tasas de crecimiento de los países de la Eurozona (naciones que usan el euro) y países fuera de la Eurozona de similares características como Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Noruega y Estados Unidos desde 1999 a 2016. «Además, [durante el mismo período], la tasa de crecimiento de la Eurozona es significativamente menor que la de Suiza, Canadá y Australia, [y solo supera] la de Japón», concluye el autor.

Otro estudio publicado en la misma revista da algo de crédito al papel indirecto que ha desempeñado el euro en la promoción del crecimiento en los países de la UE al facilitar que los gobiernos tomen dinero prestado. El sur podría funcionar de manera similar: mejorar el acceso al financiamiento entre las economías de la región podría permitir más inversiones, lo que aumentaría el PIB en general. Sin embargo, los riesgos de adoptar esta moneda superarían con creces los beneficios. La adopción del euro facilitó el acceso a la deuda de Grecia hasta el punto en que el gobierno Griego estaba tan endeudado que aquella deuda se convirtió en una de las principales causas de la crisis económica de la nación. El sur podría tener efectos similares en un país como Argentina, que, sin tener acceso a una moneda común a la que culpar, ya «se ha aislado en gran medida de los mercados de deuda internacionales desde su incumplimiento de 2020 y todavía debe más de $40 mil millones de dólares al FMI por un rescate en 2018». Como advierte el estudio, los países con calificaciones crediticias bajas, como Argentina y Ecuador, podrían buscar el crecimiento accediendo a más deuda aprovechándose de las mejores calificaciones de países vecinos como Chile y Uruguay «en lugar de mejorar los fundamentos de [sus propios países]».

Además, dado que los países sudamericanos experimentan niveles de corrupción mucho más altos que los países europeos —según el Índice de Percepción de la Corrupción 2022— hay aún menos razones para creer que compartir una moneda traería estabilidad a América del Sur. Esto porque existiría una mayor probabilidad de que sus gobiernos malgasten cualquier dinero extra que obtengan de un acceso más fácil a la deuda. Países con corrupción extrema como Bolivia y Paraguay podrían terminar eclipsando a países con gobiernos más limpios como Chile y Uruguay.

«Antes de discutir cualquier moneda común, los países sudamericanos deberían centrarse en mejorar sus democracias, gobiernos y Estados de derecho».

Compartir una moneda tiene beneficios innegables como la reducción de la falsificación y un acceso más fácil al financiamiento, lo que promueve la inversión y el crecimiento. Incluso hace que sea más sencillo para las personas comprar internacionalmente (sin tipo de cambio) y facilita el trabajo de algunos contadores. Esta estrategia funcionó para Estados Unidos, y de alguna manera funcionó para Europa. Sin embargo, la historia sería diferente para las naciones sudamericanas porque sus gobiernos son significativamente más irresponsables que los estadounidenses o los europeos. Antes de discutir cualquier moneda común, los países sudamericanos deberían centrarse en mejorar sus democracias, gobiernos y Estados de derecho. Hasta entonces, que no se eche a perder los Estados de alto rendimiento con las deficiencias de otros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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